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Uno de los graffitis más originales fue el que se podía leer en Montevideo, en un muro frente al Parque Rodó. Estaba escrito en condicional y decía: “Si Groucho hubiera escrito El Capital...”
A más de un marxista dogmático debe haberle parecido una herejía. Pero otros la leyeron con amplitud y llegaron a la conclusión que el anónimo escriba era un buen lector de Marx. Como aquel aventajado discípulo del Gorgias en la parábola de Rodó, al atreverse a cuestionar con buen criterio e inteligencia al maestro le era fiel en lo esencial.
Esta pequeña anécdota viene a cuento a la hora de esbozar la figura y la significación de Carlos Marx en este nuevo milenio. No hay que olvidar que durante gran parte del siglo XX, la figura de este filósofo, economista y agitador prusiano fue mitificada a grados extremos. Y si bien fueron muchos los intelectuales que, aplicando la propia dialéctica marxiana osaron interpretarlo, cuestionarlo e interpelarlo, para millones de individuos en muchas partes del mundo los libros de éste operaron de manera idéntica que el Corán para los mahometanos o la Biblia para los cristianos.
Hoy se ha pasado al otro extremo. De ser infaltables en toda librería y hasta en los quioscos, los títulos de este Marx han sido condenados al purgatorio de las mesas de liquidación. Y no han faltado quienes, muy sueltos de cuerpo, han procurado decretar que Marx estaba equivocado, y que nada de lo que pensó y escribió conserva vigencia.
Esa manera de ver las cosas, que tanto se acepta al presente como “nueva verdad”, implica un sofisma equivalente a culpar a Jesucristo de la Inquisición, el dogmatismo católico, la crueldad calvinista y tantas otras tristezas que dejaron los muchos siglos de religión dogmática. El filósofo renano, que procuró darle a la utopía socialista una apoyatura conceptual, no es culpable de las abominaciones que invocando su nombre llevaron adelante personajes que –de haberlos conocido– hubiera vinculado al “despotismo asiático” que tan bien supo delinear.
Mal que le pese a tantos, el pensamiento marxiano seguirá siendo un referente insoslayable para disciplinas como la Economía, la Sociología y –mucho menos– la Filosofía.
Edición de El Capital, para jóvenes altermarxistas,
tomada de internet |
En esta nueva fase, de todos modos, sería imposible volver a aquellos tiempos de los sesenta y setenta, en los cuales se tomaba como palabra revelada todo lo escrito por este pensador. Los aportes a la praxis social marxiana mantienen su vitalidad, con la ventaja que los aprovecharán no solamente quienes se consideren seguidores de las ideologías nacidas de la reflexión del autor de El capital. La posible “actualidad” de Carlos Marx en el siglo XXI se encuentra en medio de un caldo de cultivo esencialmente democrático –pluralista y sincrético en el más abarcador de los sentidos– que rescata como saludables las diferencias y los matices, y a partir de una concepción antropológica cada vez más integral de lo humano. Estamos muy lejos entonces del viejo materialismo mecanicista decimonónico, del chato positivismo de comienzos de la centuria pasada, y también del marxismo jacobino “de catecismo” vigente en los años setenta.
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