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Hugo Gutiérrez Vega
LA NOVELA DE WILLIAM OSPINA (II Y ÚLTIMA)
1. La geneología de los Ursúa oscila también entre la historia y la imaginación. Por eso su padre es: “Don Tristán, señor de Ursúa, rico hombre de Navarra con escaño en las cortes, barón de Oticarén, señor de Gentheyse, bayle del Baztán, potestad de Soule, gobernador de la villa y castillo de San Juan del Pie del Puerto.” Él, como las otras sombras genealógicas, había asolado los campos antes que Carlomagno y que Roldán; su historia pertenece a los libros de caballerías tan amados por nuestro señor Don Quijote.
2. Entre los personajes auxiliares figuran Lanchero, capitán de leyenda, el villano Montalvo, Von Hutten, que sobrevivió a la herida de una flecha india que le atravesó el corazón y fue operado de una manera extrañísima, siguiendo un modelo a escala que fue un ejemplo de racismo.
3. La mayor parte de esta novela se basa en hechos históricos: Ursúa organizó la expedición al Amazonas y fue traicionado y liquidado por Lope de Aguirre, el terrible alucinado tan bien descrito por Werner Herzog.
4. Me interesó especialmente el personaje de María de Carbajal.
5. La novela sigue su curso preciso, marcado por una prosa excepcional, y al final arrecia como los hechos. La mariscala María de Carbajal se apodera de todo. Los personajes contradictorios: un afán de conquista espiritual y su obsesión por los bienes materiales. Por eso el letrado Castellanos es una ser excepcional, un enamorado de Doña Proeza.
6. Cuando arrecian los hechos, Ursúa decide repetir el viaje de Orellana al Amazonas. Arrecían los muertos, flechados, víctimas del garrote vil, colgados, asesinados por puñaladas traperas.
7. En la nota final, Ospina separa la verdad de la imaginación. Justifica sus comentarios históricos con documentos, relaciones, crónicas y cronicones, pero, sobre todo, reinventa a Ursúa, personaje que fue en su tiempo y que Ospina rescató para el suyo.
Esa es, a mi entender, la función de la novela histórica. Este lector admirado se queda con las conjeturas, pero advierte que los personajes de esa época de la humanidad son tan reales como lo era su imaginación. A todos ellos los guiaba Doña Proeza y todos fueron capaces de las mayores hazañas y de los peores crímenes. Aquí no hay justo medio. Todo es excesivo y delirante. La prosa de Ospina nos obliga comedidamente a creerle todo. Eso me pasó; todo me lo creí y, por lo tanto, gocé al máximo la historia real e imaginaria de Ursúa, hasta llegar al final amazónico y al rostro furioso de Lope de Aguirre.
Gracias a William por sus investigaciones infatigables, pero, sobre todo, por su maestría de fabulador de la realidad y por su prosa que fluye y, a veces, se encabrita como las aguas del Magdalena.
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