Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de agosto de 2007 Num: 651

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La diversidad sexual y medios de comunicación electrónicos
PORFIRIO MIGUEL HERNÁNDEZ CABRERA

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Simbiosis, panoplia y circo
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Max Roach, cantando batería

Fue el pasado miércoles 15 de agosto cuando, a los ochenta y tres años de edad y tras un largo padecimiento, dejó de existir el baterista Max Roach, leyenda del “jazz dorado”. Aprovechando este vacío, mucho se podría decir sobre su brillante biografía profesional iniciada en 1940, cuando supliera en su adolescencia al baterista de Duke Ellington, o tiempo después, durante el esplendor del bebop en el mítico Minton's Playhouse de Harlem. Sin embargo, entendiendo que tales datos se hallan fácilmente en libros o en internet, nos parece mejor la descripción arriesgada —pero útil para dibujar su estilo– de cuatro grabaciones al lado de Charlie Parker, así como la recomendación final de dos composiciones fundacionales para el repertorio baterístico.

Comencemos entonces con “Confirmation” ( Charlie Parker , 1953). En ella, Roach inicia su “canto” tras la breve anacruza del piano ejecutado por Al Haig, primero con el contratiempo y luego con el platillo ride (el que acompaña superficialmente), para entonces aderezar a base de bombo (tambor más grave tocado con el pie) y tarola (tambor más agudo y entorchado), surcando la composición con expresiones intrincadas, súbitas o sorpresivas, mas nunca perjudiciales para el tema que sopla el saxo, ni perturbadoras bajo el delicado hacer de los solistas. Por el contrario, sus contribuciones dialogan con soltura, definiendo cada sección, aquí con swing , allá con fuerza responsiva, lejos del cliché que reacciona permanentemente a frases breves, entrecortadas.


Foto:en.woodbrass.com

Maestro del acompañamiento, Roach multiplica los colores que durante años confinaron a la batería a su rol propulsor. Con él se aprovecha finalmente el pulso del contrabajo para erradicar la obligación métrica de los cuatro cuartos (4/4), pero a favor de la gracia antigua de cueros y maderas que usufructúan la información de los pretextos melódicos.

Otro ejemplo de su estilo es la pieza “Segment” ( The Genius of Charlie Parker , 1949). En su estructura, como pocas veces se había hecho antes, Roach inicia al unísono con el piano, en plan tribal y modernizando invaluablemente al género en pocos segundos, antes de penetrar el aire con un swing veloz que parece adelgazar sin complejo de culpa los “sagrados” acentos en los tiempos 2 y 4. Nuevamente, empero, no bien cambia el solista, es Roach quien se somete a esa lógica según la cual se sale de un túnel para recibir la luz de nuevos soles.

Otro ejemplo: en “K. C. Blues” ( The Magnificent Charlie Parker , 1951), el enorme saxofonista dibuja un tema lento –azulado gracias a la participación de Miles Davis en la trompeta– cuando Max Roach cuida su necedad convirtiendo el blues en un andar “embarrado” por el uso del contratiempo (¿se nota ya que esta fue su especialidad?), un elemento dispuesto a cantar silencios, ensuciar linduras o glorificar los derrumbes de la improvisación. (El contratiempo, por cierto, es la combinación de dos platillos que chocan al pisar el pedal del pie izquierdo, y también pueden ser interpretados con las baquetas para rellenar silencios y dar balance al ritmo.)

Ahora, ya encarrilados en la búsqueda de joyas, “Kim” ( Now's the Time , 1952), pieza de Parker interpretada con Hank Jones al piano y Teddy Cotick al contrabajo, parece haber existido para el lucimiento del baterista. Lo que ahí sucede no tiene parangón. Su entrada es toda de tambores a velocidad que rompen el intervalo del platillo anticipando uno de sus solos más gloriosos, en el minuto dos con cinco segundos. En ella entendemos cómo Roach encontró su sitio en los anales del jazz, aplicando un gusto lírico que pasaba del blanco al negro con llaneza, pero sin jamás dramatizar en exceso algún lado de la moneda (a diferencia de contemporáneos como Buddy Rich, Elvin Jones o Art Blakey, también gigantes, pero sedientos de innovaciones más conceptuales que físicas).

Finalmente, aceptando la ineficacia narrativa de platicar la música (aunque seguimos creyendo que es una provocación posible), dejamos como obligación para el lector la búsqueda de las obras mencionadas y de dos piezas clave: su tributo a Papa Jo Jones con el tema “Mr. Hi Hat” (un solo de contratiempo) y “The Drum also Waltzes”, parteaguas del instrumento excelsamente retomado por bateristas ulteriores como Tony Williams (Miles Davis Quintet), Bill Bruford (Yes, King Crimson) o Neil Peart (Rush), todos pertenecientes a distintas generaciones y estilos que, ya sentado el estatuto de Max Roach, supieron propagar “el canto de la batería”.