Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 26 de abril de 2015 Num: 1051

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tres poetas

José Kozer:
claroscuros de
emoción e inteligencia

Jair Cortés

La pintura en la
Bolsa o el arte
como valor seguro

Vilma Fuentes

Eduardo Galeano
y los zapatistas: con
los dioses adentro

Luis Hernández Navarro

Eduardo Galeano:
escribir en el
siglo del viento

Gustavo Ogarrio

Galeano y el
oficio de narrar

Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Eduardo Galeano

Fragmento de
una biografía

Nikos Karidis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Verónica Murguía

Fantasía bajo la lluvia

El comediante Larry David, célebre por los guiones de Seinfeld y su propio programa de televisión, es un hombre muy rico. Hace tres minutos tecleé su nombre en Google y lo primero que se abrió, antes que su ficha de Wikipedia o una foto de él con Jerry Seinfeld, fue un artículo de una revista de negocios en la que se calcula que la fortuna de David es de 500 millones de dólares.

Antes era de 900, pero se divorció. El matrimonio y el divorcio tuvieron lugar en el estado de California, lo que significa que su exesposa, Laurie David, se quedó con la mitad del dinero. Él dice que está bien que así haya sido, pues es un tipo con el que resulta muy trabajoso vivir. No lo dudo.

Cuando le preguntan cosas acerca de su dinero, se encoleriza. Y es que el dinero es un tema muy delicado. Los narcos, las señoras de camionetas, los actores de telenovelas y los raperos lo presumen. Los pobres lo anhelan, con razón, pues si bien se dice que no compra la felicidad, ciertos aspectos de la calma sí que se adquieren por medio de efectivo. Por ejemplo, la posibilidad de ir al médico y no tener que esperar a que le den cita, si bien le va, en seis meses.

La clase media a veces tiene, otras no y siempre está con el Jesús en la boca.

Los ricos, cuando se les toca el tema, suelen ponerse muy defensivos, sobre todo si ocupan puestos públicos. Generalmente dicen cosas que revelan el menguado contacto con la realidad que sus cerebros tienen a bien ofrecerles, como el caso del candidato a delegado por Cuajimalpa, Miguel Ángel Salazar, quien al hablar de su casa de fin de semana en Malinalco, valuada en 3.2 millones de pesos, dijo que era un “patrimonio modesto”, ¡al alcance de cualquiera! Además, para que no andemos de envidiosos, la casa está “afuerita” del campo de golf, no adentro. Pues esa casa tan “modesta” estará al alcance de cualquiera de los que estén dispuestos a hacer negocios con él, pero es un sueño guajiro para la mayoría en este país.

Ya ni digo de las otras propiedades de las que hemos sabido, todas muy sencillas, en las que cabemos usted, yo, mi familia y la suya con primos hermanos, primos segundos, perros, gatos y un grupo selecto de vecinos.

Larry David no es como esos políticos. En primer lugar, su dinero es bien habido: ganado con sus perfectos y extravagantes guiones, responsables del éxito de Seinfeld. En segundo lugar, no le pasa por la cabeza insultar la inteligencia de quien lo escucha diciendo que no es rico. Se enoja pero lo admite; dice que la cifra no es exacta pero no se finge pobre, ni ahorrador, como el señor Salazar.

Tampoco tiene empacho en reconocer que el dinero lo tomó por sorpresa porque durante años creyó que iba a terminar en la calle. Según él, lo que veía en su futuro era la indigencia. Ya hasta había escogido su lugar: cercano a los túneles del Metro, para que el aire que sale a la superficie lo calentara en invierno y con sombra en el verano. Se imaginaba a sí mismo envuelto en una mezcolanza de harapos y sleeping bags, pidiendo limosna con una lata vacía de sopa Campbells.

Y miren nomás.

Yo, como mucha gente que conozco, tengo fantasías semejantes. No las puedo poner sobre papel porque siento que, si lo hago, les concedería una realidad más concreta que la de la mera conversación. Baste con decir que en esas fantasías no tengo nada y soy una viejita malhumorada, empapada por la lluvia. Es una fantasía sumamente melodramática y tiene influencia del cine neorrealista italiano, aunque la mayor parte del argumento está inspirado en el noticiero.

Y no se crea que sólo a mí se me ocurren estas cosas. Pertenezco a un grupo que aumenta cada día. Desconfiados y pesimistas, estamos apabullados por el uso que se hace de nuestros impuestos. Sabemos que en lugar de irse al Seguro Social, por decir algo, se van a pagar las casas modestas de esos extraordinarios ahorradores, que hasta aviones terrestres (qué tontería) han podido alquilar a diez mil pesos la hora. Sabemos, porque crecimos aquí, que ser responsable y trabajador no garantiza nuestro futuro, pues hay pillos millonarios y gente que ha dejado la salud en la lucha por sobrevivir.

Ojalá el grupo de pesimistas al que pertenezco esté equivocado y no terminemos todos como en una película de Rosellini. Pero hoy por hoy, en el gobierno de este país, el dramatis personae de otra película italiana se da la gran vida: Sucios, feos y malos, de Ettore Scola.