Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Tres poetas
José Kozer:
claroscuros de
emoción e inteligencia
Jair Cortés
La pintura en la
Bolsa o el arte
como valor seguro
Vilma Fuentes
Eduardo Galeano
y los zapatistas: con
los dioses adentro
Luis Hernández Navarro
Eduardo Galeano:
escribir en el
siglo del viento
Gustavo Ogarrio
Galeano y el
oficio de narrar
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Eduardo Galeano
Fragmento de
una biografía
Nikos Karidis
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
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Las Rayas de la Cebra
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La Casa Sosegada
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Felipe Garrido
Fortuna
Hubo un hombre, príncipe dilectísimo, que tenía enormes posesiones y un sótano lleno de monedas y piedras preciosas. Un día bajó y vio que había reunido más de lo que podía contar. “En verdad tengo una gran fortuna –se dijo–; he trabajado mucho y he tenido enormes privaciones, pero ahora soy en verdad rico. Me casaré con una joven y hermosa mujer, y con ella disfrutaré de mi fortuna.”
En eso estaba cuando llegó el ángel de la muerte y le dijo: “Tu tiempo ha terminado; sígueme.” El hombre palideció: “No es justo –protestó–. Mira todo lo que tengo. Mucho he trabajado, mucho he sufrido para obtenerlo. Mira, te daré la mitad, pero déjame vivir un poco más.” “Insensato –replicó el ángel– ¿para qué quiero yo tu dinero?” Cuando el hombre vio que no lograría nada, le suplicó que le permitiera dejar un mensaje. En el muro, al lado de sus tesoros, escribió: “No atesores lo que no puedas gastar.”
[(De Las historias de san Barlaán para el príncipe Josafat.) |