Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 26 de abril de 2015 Num: 1051

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tres poetas

José Kozer:
claroscuros de
emoción e inteligencia

Jair Cortés

La pintura en la
Bolsa o el arte
como valor seguro

Vilma Fuentes

Eduardo Galeano
y los zapatistas: con
los dioses adentro

Luis Hernández Navarro

Eduardo Galeano:
escribir en el
siglo del viento

Gustavo Ogarrio

Galeano y el
oficio de narrar

Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Eduardo Galeano

Fragmento de
una biografía

Nikos Karidis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 



Foto: Xinhua/Ezequiel Scagnetti/ZUMAPRESS

Gustavo Ogarrio

Es América Latina la región de las venas abiertas, de la destrucción producida por el intervencionismo de Estados Unidos

A las y los uruguayos que me dejaron otras utopías en la memoria: Mariela, Mabel, Walter, Alejandro el Pollo, Gloria, Sylvia, Andrea, Pablo, Carmen, Sergio, María, Graciela, Ernesto, Mariana, Exequiel, Federico; a la memoria de Ricardo y de José Amorós el Cholo; a mi hija Camila

Eduardo Galeano, escritor uruguayo cuya obra está trazada en perspectiva decididamente latinoamericana, murió el pasado lunes 13 de abril. Su muerte ha obligado a renombrar la figura de un autor difícil de ubicar en nuestra narrativa política, una obra que ha resistido tanto a las lecturas demagógicas y triviales como a su estigmatización como autor subversivo. Los encabezados que informaron sobre la muerte de Galeano sintetizan el amplio espectro para nombrar una obra que es artística y política a un mismo tiempo: como pensador emblemático de la izquierda latinoamericana (“La izquierda llora la muerte de Eduardo Galeano”, El País), pero también como el “cronista de lo invisible” (La Jornada).

Sin duda, la obra de Eduardo Galeano es un desafío para volver a pensar el “compromiso” del autor y del lector latinoamericano con la transformación de las atroces realidades políticas y económicas, ahora en un “escenario global”, pero también para identificar los nuevos modos en los que se expresan los pactos de la ficción con la historia latinoamericana. Por un lado, Galeano propone una particular reconstrucción de la historia latinoamericana: una evocación del pasado que trabaja con metáforas, mitos, leyendas y analogías, su perspectiva política. Galeano se inscribe en una tradición de escritores latinoamericanos que desde el siglo XIX confían en la eficacia política de la literatura, en la capacidad artística de la ficción para denunciar las otras “ficciones” políticas, colonizadoras y su paso destructivo en América Latina. Desde Sarmiento, Bilbao, Martí, hasta Roberto Arlt o el mismo José María Arguedas, el uso político de la ficción mezcla fragmentos y episodios de historia, una interpretación de los violentos procesos socioeconómicos, con una poética narrativa de la cruda realidad de los pueblos latinoamericanos. Galeano coloca al lector ante la decisión de intervenir o no en los procesos políticos de su realidad inmediata, su denuncia narrativa del despojo de larga duración que han padecido las sociedades latinoamericanas es también una manera de colocar al lector ante sí mismo, una bofetada ideológica de una historia inconcebible a simple vista en sus niveles de deshumanización. Quizá por eso la narrativa de Galeano, su recuento de los acontecimientos más dolorosos de la historia latinoamericana, lleva al límite la pregunta ¿qué hacer?, y por esto mismo puede ser entendida también como una didáctica poética y política de la historia latinoamericana.

La región de las venas abiertas: una metáfora
territorial de la historia latinoamericana

Eduardo Galeano escribió un libro bisagra en el modo contemporáneo en que se interpreta la imagen de América Latina: Las venas abiertas de América Latina. Este libro no sólo es ya un clásico de nuestra literatura política, es también un texto con resonancias perturbadoras en el ejercicio directo del autoritarismo en América Latina: polémico y perseguido (fue prohibido por las dictaduras en Uruguay, Argentina y Chile), aniquilado satíricamente por su propio autor (“no lo volvería a leer… Caería desmayado. Para mí, esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima”, afirmó años después de su publicación el mismo Galeano), fue también un libro militante, tomado como la bandera de una conciencia política en América Latina que transitaba del entusiasmo que había generado la Revolución cubana a una nueva fase de agresión intervencionista por parte de Estados Unidos y que culminaría con el golpe de Estado en Chile el 11 de septiembre de 1973. Un libro cuyo punto de partida es la conceptualización y metaforización territorial, política e histórica de un acontecimiento de larga duración, la conquista de América: “Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado en capital europeo o, más tarde, norteamericano”.

Galeano resignifica también algunas metáforas sobre la modernización capitalista en tierras americanas, como La hojarasca, de Gabriel García Márquez y su paso envolvente que mezcla los nuevos rostros del “progreso” con “los desperdicios del amor triste”, un proceso en el que “los primeros” serán también los últimos: ahora “nosotros éramos los forasteros, los advenedizos”. Galeano reformula este “nosotros” latinoamericano ya territorializado por el despojo con una contundencia que raya en la consigna: “Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y su caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se transforman en veneno.” Galeano también exhibe con acento trágico el comportamiento criminal de los Estados latinoamericanos en su traumático proceso de configuración histórica: “Nadie rinde cuentas, nadie brinda explicaciones. Cada crimen es una dolorosa incertidumbre para los seres cercanos a la víctima y también una advertencia para todos los demás”.

En 2009, Hugo Chávez, entonces presidente de Venezuela, le obsequió a Barack Obama, presidente de Estados Unidos, el libro Las venas abiertas de América Latina, lo que fue visto como una gran ironía por el propio Galeano y que también habla de la concepción política actual que se tiene de un texto sumamente pedagógico para introducirse, sin cortapisas, en la acumulación de la destrucción que produce el intervencionismo estadunidense en América Latina: “Ni Obama y ni Chávez entenderían el texto. Chávez se lo entregó a Obama con la mejor intención del mundo, pero le regaló un libro en un idioma que no conoce. Fue un gesto generoso pero un poco cruel.”

Las venas abiertas... es también un libro en el que ya se advierte la estrategia narrativa de su autor para relatar la historia de América Latina y que marcará toda su obra posterior: el punto de partida es el registro de la estructura histórica del despojo en tierras americanas, narrado en clave literaria. Metáforas económicas, analogías políticas, procesos económicos “manchados” de realidades culturales inverosímiles (“El ciclo del caucho: Caruso inaugura un teatro monumental en medio de la selva”), Las venas abiertas... está escrito con un lenguaje cargado de figuras retóricas que también son deudoras en gran medida del diagnóstico de la teoría de la dependencia: la relación desigual entre el centro y la periferia en la economía mundial explicarían el capitalismo precario y dependiente de los países latinoamericanos y el círculo vicioso de su infinita explotación. Las venas abiertas... inaugura también una narrativa política que incomoda a las formas más ortodoxas de “hacer historia”, que incluso se advierte en los títulos y subtítulos de la obra: “Ciento veinte millones de niños en la tormenta”; “El latifundio multiplica las bocas pero no los panes”; “Las trece colonias del norte y la importancia de no nacer importante”.

Se podría hacer una lectura de la estrategia didáctica de Las venas abiertas. El permanente uso de cursivas en el libro, un rasgo que permite avanzar en su lectura “militante”, un mosaico de síntesis casi dramáticas en las que se puede registrar la intencionalidad pedagógica de Galeano y que hace énfasis en la “acumulación del despojo” en América Latina, constituyen también el germen de lo que será la poética de la historia política de Galeano y su “conversación” con el lector: trazos de una memoria artística del saqueo, pero también de cierta utopía politizada al máximo por este despojo estructural.

Cronista del viento: las tres eras
casi imaginarias de América Latina

Si bien en Las venas abiertas de América Latina Galeano inicia el ensayo de una prosa desplegada a través de metáforas, mitos, símiles y una narrativa por momentos poética, en su trilogía Memoria del fuego alcanza plenamente esta articulación de géneros literarios y políticos que se transforman ya en su propio estilo. Afirma Galeano al inicio de la trilogía: “Ignoro a qué género literario pertenece esta voz de voces. Memoria del fuego no es una antología, claro que no; pero no sé si es novela o ensayo o poesía épica o testimonio o crónica o… Averiguarlo no me quita el sueño. No creo en las fronteras que, según los aduaneros de la literatura, separan los géneros.”


Ilustraciones de Gabriela Podestá

Habría que ubicar la trilogía de Galeano en la era de los narradores latinoamericanos del viento y de la agonía: el arco formado por Miguel Ángel Asturias y José María Arguedas. Quizá, al igual que Asturias, Galeano se apropia narrativamente de los nacimientos míticos de América Latina para vislumbrar su génesis histórica: “La mujer y el hombre soñaban que Dios los estaba soñando/ Dios los soñaba mientras cantaba y agitaba las maracas, envuelto en humo de tabaco, y se sentía feliz y también estremecido por la duda y el misterio” (“La creación”, en el tomo I, “Los nacimientos”, de Memoria del fuego). Un nacimiento despojado de una interpretación solamente católica sobre el origen, más bien una danza de muerte y renovación con rasgos indígenas y en la que la misma muerte es “mentira”. En Asturias se puede encontrar un sendero narrativo que va de la leyenda a la prosa novelesca como interpretación de un origen en el que el viento y el agua son también los símbolos de otros nacimientos: “Seis hombres poblaron la Tierra de los Árboles: los tres que venían en el viento y los tres que venían en el agua... Los tres que venían en el viento despertaban a la tierra, como los pájaros” (“Leyenda del volcán”).

En sintonía con una voz poética que narra desde la oralidad la génesis del mundo americano, Galeano también va a inscribirse en un ciclo contemporáneo de narradores que ya ven en el pensamiento y los mitos de los pueblos indígenas la referencia casi “oculta” del nacimiento de nuestras sociedades: “En lo alto de las montañas, los indios de Guatemala entierran el ombligo y presentan al niño ante el abuelo volcán, la madre tierra, el padre sol, la abuela luna y ante todos los poderosos abuelos, y les piden que den protección al recién nacido contra el daño y el error.”

El 28 de noviembre de 1969, José María Arguedas se suicida. El escritor peruano padece como nadie uno de los grandes conflictos culturales latinoamericanos: la imposibilidad de establecer un “vínculo vivo, fuerte, capaz de universalizarse”, entre la “nación cercada” de los indígenas peruanos y la “parte generosa, humana, de los opresores”. La novela agónica que también es un desafío para la interpretación “aduanera” de los géneros literarios en América Latina y en la que Arguedas narra su propio suicidio es El zorro de arriba y el zorro de abajo: diario personal de un suicida; ficción novelesca del conflicto socioeconómico que genera la migración andina e indígena hacia la costa peruana; diálogo y danza mítica entre los zorros. En la obra de Galeano también se puede rastrear la irrupción de un cronista que narra la agonía de personajes, comunidades y danzas que van a desaparecer ante los juicios finales de un “Dios castigador” encarnado en virreyes, encomenderos y verdugos: “– Si por mí fuera, los ahorcaría a todos –dice el virrey.”

La literatura de Galeano se alimenta de historias y mitos latinoamericanos, pertenece en sentido estricto a esa “otra” historia de nuestros pueblos y que han venido escribiendo sus cronistas más heterodoxos: desde Tezozómoc hasta Arguedas, de El Inca Garcilaso de la Vega a los indígenas zapatistas de Chiapas; la historia de un longevo despojo contra las sociedades latinoamericanas, contra sus mujeres, obreros, indígenas, estudiantes, guacamayas, pájaros, árboles, volcanes… A su manera, la obra de Galeano forma su propia imagen de la historia latinoamericana: sus tres eras casi imaginarias (“Los nacimientos”; “Las caras y las máscaras”; “El siglo del viento”), distintas pero profundamente cercanas a la lectura barroca de la historia del mismo Lezama Lima, son también el punto de llegada para recomenzar el lanzamiento de las utopías propias de la heterogeneidad latinoamericana en plena época neoliberal: la danza perpetua de la vida oponiéndose al asesinato, al genocidio, a la muerte sin sentido. Eduardo Galeano: un escritor de alcance popular que no dudó en caracterizar a nuestra época por sus amplios poderes de destrucción, regida por la ley del más fuerte, pero también con la posibilidad utópica de “clavar los ojos más allá de la infamia”: “Por mucha muerte que venga, por mucha sangre que corra, los hombres y las mujeres serán por la música bailados mientras sean por el aire respirados y por la tierra arados y amados.” Afirma Galeano al final de Memoria del fuego: “Yo me siento más orgulloso que nunca de haber nacido en América, en esta mierda, en esta maravilla, durante el siglo del viento.” Ese siglo que un día duró, para Asturias, muchos siglos.


Foto: Xinhua/Imago/ZUMAPRESS

Eduardo Germán María Hughghes Galeano nació en Montevideo, Uruguay, el 3 de septiembre de 1940 y murió el pasado 13 de abril. Inició su actividad periodística a los catorce años en el semanario socialista El Sol, donde publicaba dibujos y caricaturas políticas bajo el seudónimo de Gius. Sus libros más destacados –traducidos a veinte idiomas– son: Las venas abiertas de América Latina (censurado por las dictaduras militares de Uruguay, Argentina y Chile) y Memoria del fuego. Durante el golpe de Estado ocurrido en su país el 27 de junio de 1973, Galeano fue encarcelado y obligado a abandonar Uruguay, se exilió en Argentina, donde fundó la revista Crisis, y tres años después continuó su exilio en España.

Regresó a Uruguay en 1985, cuando Julio María Sanguinetti asumió la presidencia del país por medio de elecciones democráticas. Fundó y dirigió El Chanchito, su editorial. Publicó asimismo una columna semanal en La Jornada. En 1999 fue galardonado en Estados Unidos con el Premio para la Libertad Cultural, de la Fundación Lanna.

Su obra expresa una profunda crítica a la situación que se viven en América Latina. Entre sus publicaciones se encuentran: Los días siguientes, China, Guatemala, país ocupado; Reportajes, Los fantasmas del día de león y otros relatos, Su majestad el futbol, Siete imágenes de Bolivia, Violencia y enajenación, Crónicas latinoamericanas, Vagamundo, La canción de nosotros, Conversaciones con Raimón, Días y noches de amor y de guerra, La piedra arde, Voces de nuestro tiempo, Aventuras de los jóvenes dioses, Ventana sobre Sandino, Contraseña, La encrucijada de la biodiversidad colombiana, El descubrimiento de América que todavía no fue y otros escritos, El tigre azul y otros artículos, El libro de los abrazos, Nosotros decimos no, América Latina: para entenderte mejor, Palabras, antología personal; Ser como ellos y otros artículos, Amares, Las palabras andantes, Úselo y tírelo, El fútbol a sol y sombra, Patas arriba: escuela del mundo al revés, Carta al ciudadano 6.000 millones, Tejidos, Bocas del tiempo, El viaje, Carta al señor futuro, Espejos, Los hijos de los días y Mujeres.


Ilustración de Gabriela Podestá