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Des-balance (III Y ÚLTIMA)
El hecho de ser, como se viene repitiendo desde hace ya un rato, el género cinematográfico nacional más saludable, no le ha dado al documental una visibilidad ni siquiera aproximada a la que puede y suele tener incluso el peor de los largos de ficción, mexicano o extranjero, sin importar el hecho, notable y muy positivo, de que el año recién concluido haya sido particularmente rico en la materia.
Esa situación enojosa fue vivida, entre otros, por los estupendos La vida sin memoria parece dulce, de Ávila Dueñas; Vuelve a la vida, de Hagerman; Calle López, de Barroso y Tillinger; Palabras mágicas (para romper un encantamiento), de Moncada; Mitote, de Polgovsky; Miradas múltiples, la máquina loca, de Maillé; El paciente interno, de Solar Luna; Bering. Equilibrio y resistencia, de Grobet; Las sufragistas, de Cruz Navarro; El alcalde, de Osorno; El cuarto desnudo, de Ibáñez; La revolución de los alcatraces, de Kaplan; El ingeniero, de Lubezki; El objeto antes llamado disco, la película, de Allen; Morir de pie, de Correa; Elevador, de Ortiz Maciel, y Quebranto, de Fiesco. Son al menos diecisiete películas que abordan temáticas a las que la ficción acostumbra hacerle gestos o que, cuando llega a abordarlas, lo hace de manera incompleta, sesgada torcida o fallida, como sucede casi siempre con la historia, la política, la diversidad sexual o la ecología, por mencionar algunas. Diecisiete que, de haber sido repartidas a lo largo del año –y no amontonadas en las fechas de temporada baja, ésas que la aplanadora gabacha desdeña, en una suerte que el documental mexicano comparte con sus primas de ficción–, habrían alcanzado para ser estrenadas uno de cada tres fines de semana, aproximadamente.
Bering. Equilibrio y resistencia |
¿Cuál te faltó?
Sin ánimos de hacer ningún toptén, ahora que ha terminado un año más y empieza otro, junto a los documentales conviene recordar los largos de ficción que pasaron por las pantallas, comerciales algunas, de arte otras, festivaleras las demás. No estaría nada mal que quien quiera decir algo sensato y atendible respecto del estado actual de nuestra cinematografía, se tomara la mínima molestia de verlas, para no hablar desde la parcialidad y, por consiguiente, del desconocimiento, sobre todo considerando la paradoja consistente en que lo más visto –las antes mencionadas No se aceptan devoluciones, Nosotros los Nobles, Amor a primera visa y No sé si cortarme las venas o dejármelas largas– figura entre lo menos plausible o, en el mejor de los casos, nutre las huestes de por sí robustas de la mediocridad.
En opinión de este sumaverbos, lo mejor del cine mexicano exhibido en 2013 –aunque varias tendrán estreno comercial apenas este año– incluye a Heli, de Escalante; La jaula de oro, de Quemada-Diez; Post tenebras lux, de Reygadas; El premio, de Markovitch; La demora, de Plá; González, de Díaz Pardo; Workers, de Valle; Halley, de Hoffman; Club sándwich, de Eimbcke; El charro misterioso, de Cravioto, y Los insólitos peces gato, de Sainte-Luce.
Abajo quedan Gravity, de Cuarón; Las horas muertas, de Fernández; La vida después, de Pablos; Nos vemos, papá, de Carreras; Abolición de la propiedad, de Magaña; La cebra, de F. León; La brújula la lleva el muerto, de Pons; Un mundo secreto, de Mariño; Ciudadano Buelna, de Cazals; Las razones del corazón, de Ripstein; El mar muerto, de Ortiz; Las lágrimas, de Delgado; Mi universo en minúsculas, de Viveros; Fecha de caducidad, de Márquez; No quiero dormir sola, de Beristáin; Levantamuertos, de Núñez; Diente por diente, de Bonilla; Asalto al cine, de Gómez Concheiro; Las búsquedas, del ya mencionado Valle, así como Martín al amanecer, de Carrasco.
Le seguirían, más próximas a las mazmorras, Tercera llamada, de Franco; Todo mundo tiene alguien menos yo, de Fuentes; I Hate Love, de Hinojosa; Somos Mari Pepa, de Kishi Leopo; Manto acuífero, de Rowe; A los ojos, de M. Franco, y Ventanas al mar, de Lozano.
En el sótano se localizan Penumbra, de Villanueva; Besos de azúcar, de C. Cuarón; Despertar el polvo, de Sama; El chico con olor a pez, de Cal y Mayor; Panorama, de Riveroll; Rezeta, de Frías de la Parra; Tlatelolco, verano del ’68, de Bolado; Mariachi gringo, de Gustafson; 5 de mayo. La batalla, de Lara; Fogo, de Olaizola; No hay nadie allá afuera, de Fajardo; Inercia, de Muñoz Cota; Cumbres, de Nuncio; Enero, de González Camargo; Restos, de Pineda, Paraíso, de Chenillo, Filosofía natural del amor, de Hiriart, Volando bajo, de Gómez, y finalmente Espacio interior, de Parlange.
Para decirlo con una frase coloquial, sin propósitos peyorativos, con estos bueyes hay que arar…
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