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Javier Sicilia
El acto del logos: Pura López Colomé
Hay muchas formas de entrar en la poesía de Pura López Colomé. Yo he elegido una que pertenece a la tradición que ambos compartimos y que viene del judeocristianismo, la concepción más profunda que Occidente haya creado para comprender la sacralidad de la palabra: “En el principio –dice San Juan en el prólogo a su Evangelio– era el Verbo.” La palabra griega que usa es logos. La distinción es importante. El logos tiene muchos sentidos que se relacionan entre sí. Uno de ellos es “verbo”, que significa “acto”, “acción”. El logos es, por lo tanto y en primer lugar, “acción”. Sin embargo, a diferencia de nuestro “verbo”, esa acción no es indicativa. Es, al igual que dabar –palabra en hebreo–, el acto mismo. Nombrar es, por lo tanto, crear la realidad. El logos hace que el mundo sea o, mejor, que lo que está allí, frente a nosotros como una existencia pasiva, se vuelva presencia activa, realidad, sentido. Sólo existe, dice la tradición, lo que ha sido nombrado. Con el logos –el dabar– Dios creó el mundo. Con él, el hombre lo recrea, lo hace cada día posible en sus infinitas profundidades y evita que se suma en la oscuridad de la no significación.
Logos quiere decir también relación: Dios, al igual que el ser humano, se revela en su palabra. Sólo a través del logos, la inasible profundidad de Dios y del hombre se nos hace presente y nos vincula, nos relaciona en la intimidad del silencio.
Hay otras significaciones. Basten, sin embargo, éstas para entrar en la poesía de Pura López Colomé.
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Para Pura, la palabra y, sobre todo, la palabra de la poesía –el logos– con la que están escritos todos los grandes libros sagrados, es y, en consecuencia, es relacional. A través de sus poemas, no sólo el mundo aparece en sus resonancias más exquisitas, sino que ese mundo se convierte también en una llave de entrada para contemplar el misterio del que emana el lenguaje, es decir, lo creado, ese misterio que llamamos Dios, pero que Pura, que sabe que nombrarlo es destruirlo en su inasibilidad, es decir, en lo que es, sólo elucida, a veces, como paradoja: “En ese húmedo hueco [una ribera] , la promesa/ es habitación sin muros,/ sin murmullos,/ donde el silencio/ nunca da principio”, ("Mar de dulces lágrimas”,Canto v,) afirma, y siempre como algo que vibra –como diría Paul Celan– en “las rejas del lenguaje”. Así, abierto el misterio con la llave de la poesía, lo que queda resonando es el reverso del que emanan el mundo y el lenguaje, y al que ambos irremediablemente vuelven: el silencio eterno o, para seguir en nuestra tradición, la contemplación beatífica. Tal vez uno de los poemas que mejor muestra esto sea el siguiente fragmento de “La muerte del beso”: “Quise hallarte dentro de mí/ sabiendo que aquella oscura habitación/ me deparaba vértigo en concavidades./ Quise, busqué tu rostro./ Quise de tal modo contemplar/ la parte tuya dentro mío/ que lograra atraer a las demás/ y unir mi boca a otra, otras,/ […]/ Mors osculi/ hecha de amar, desear, sacar la cifra/ pura, impura, lengua que dijo:/ En el principio,/ […]/ Soy el que soy,/ ven a mí,/ acércate con la boca abierta,/ siente mi aliento,/ llénate del Nombre,/ abre los ojos y verás/ Nada.”
Para Pura, la palabra que crea el mundo es siempre una relación de proporción con el más allá. El mundo guarda el secreto que hace presente la profunda inasibilidad de la que brota.
En este sentido, la poesía de Pura se aproxima, como pocas, a la experiencia que nos provoca la música y el canto. Su más reciente libro, con el que cierra sus Poemas reunidos (Conaculta 2012), lleva el título de esas canciones líricas del romanticismo alemán, Lieder. Por ello, la mejor manera de no entenderla es querer encontrar en sus poemas un sentido racional. Para saber, en el sentido del sabor, lo que esa poesía revela, hay que leerla en voz alta, dejando resonar en nosotros sus ritmos, sus imágenes y sus sentidos. Al terminar, lo único que queda en el silencio que resuena es la hermosa y maravillosa presencia de lo inefable en donde comulgamos.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.
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