Entrevista con Porfirio Muñoz Ledo
Porfirio Muñoz Ledo durante la entrevista, 5 de agosto de 2013
Fotos: Guillermo Sologuren/ archivo La Jornada |
Política y vida
Blanche Petrich
Porfirio Muñoz Ledo tuvo su primer cargo en el gobierno cuando tenía veintiocho años; ha cumplido ochenta. La suya es una biografía política singular. A lo largo de más de medio siglo siempre atrajo los reflectores, siempre vivió en medio de la polémica y reponiéndose de una frustración tras otra, proyectos truncos, hazañas que terminaron, como él llama a la dispersión de la izquierda mexicana, en “nuestro fracaso histórico”.
Pero sus batallas perdidas no suman derrota. En sus sucesivas causas no hay pérdidas definitivas y en la recta final no quita el dedo del renglón. En entrevista con La Jornada repasa los que fueron sus anhelos en su recorrido por la historia política, lo que resulta ser un recuento de daños y desafíos, una cadena de oportunidades perdidas y frustraciones. Usa este vocablo en repetidas ocasiones. Pero nada le ha hecho perder los bríos que lo caracterizan.
La reforma del Estado fue, como universitario, su tema de investigación. Como político, en el oficialismo o en la oposición, ha sido su obsesión. Muñoz Ledo llegó a presidir dos partidos: el todopoderoso PRI de los años setenta y el PRD de los ochenta, receptáculo de todas las inconformidades. Sin embargo, sigue presumiendo que no porta credencial de militante de ninguno, aunque hoy sea parte del Consejo Consultivo del Movimiento de Renovación Nacional (Morena). Subraya que su líder, Andrés Manuel López Obrador, es hoy el único político que realmente “mantiene encendida la luz del cambio”, expresa con vigorosa terquedad. “Lo que se necesita es generar un gran despertar ciudadano. Y Morena tiene esa intención explícita. Pero el despertar social es múltiple, tiene muchos rostros. Desde que surgimos de la ruptura con el PRI en 1986 hasta la fecha el neoliberalismo se ha fortalecido. Hablo de nuestro fracaso histórico. Se necesita de un conjunto de movimientos sociales para revertir la actual correlación de fuerzas. Por eso Morena tiene como dirección convertirse en el partido político que lo logre. En eso estamos metidos muchos”.
De disidente a opositor
Memorioso, Porfirio rememora sus batallas perdidas. Primero, como secretario del Trabajo con el ex presidente Luis Echeverría, con todo y la interlocución que tenía con el charrismo sindical de los setenta. “Teníamos la idea de crear las bases de un Estado de bienestar...todo esto desapareció años después, con el neoliberalismo.”
Como tapado desdeñado (en 1976, el dedazo de Luis Echeverría favoreció a José López Portillo) fue coordinador de la campaña electoral con todo un cuerpo de ideas y documentos sobre las reformas del PRI y del sistema. Esos documentos están ahora guardados en una bodega de su casa en Las Lomas. Esas ideas, que quizá hubieran forjado un PRI diferente, menos ajeno a los valores democráticos, no llegaron a ningún lado porque Jesús Reyes Heroles, y no Muñoz Ledo, fue nombrado secretario de Gobernación.
En lugar del Palacio de Bucareli, fue asignado a la Secretaría de Educación Pública. Ahí urdió un ambicioso plan de educación general. López Portillo lo aguantó sólo un año y seis días en el gabinete. Al final cedió a las presiones de “mis malquerientes”, en palabras de Muñoz Ledo. Cita nombres de quienes forzaron su obligada renuncia de la SEP: Carlos Jongitud por parte del SNTE y Andrés Marcelo Sada (Grupo Monterrey) por parte del empresariado.
De todas sus caídas, esa –afirma– “la sigo lamentando muchísimo, más que cualquier otro hecho en mi vida pública”. Porque, considera, si se hubiera logrado aquella reforma que propuso, “deja tú, no sólo la educación no sería el desastre que es hoy día; el país entero hubiera tomado otro rumbo”.
Y continúa el recuento de daños. Embajador transexenal ante la ONU, entre 1979 y 1985, en un contexto político más propicio, durante el lopezportillismo, impulsa uno de los momentos de mayor liderazgo del país en el concierto internacional. Dice: “México invirtió mucho de su capital político en Centroamérica, proponiendo esquemas de pacificación y no intervencionismo, en el Movimiento de los No Alineados, en el Tercer Mundo. Todo ello valió la pena. Y mucho.”
Porfirio Muñoz Ledo a los 14 años Reprografía: Guillermo Sologuren/
archivo La Jornada |
Pero sobrevino la revolución conservadora de Ronald Reagan y Margaret Thatcher “y todo se echó a perder”.
Regresa de Nueva York a México y a los pasillos del PRI en 1985, sólo para experimentar la gran ruptura del tricolor en 1986. “Llego a encabezar la Corriente Democrática como una corriente de pensamiento, con el apoyo de Ifigenia Martínez, que recordarás que fue mi representante adjunta en Naciones Unidas. Inicialmente se concibe así, pero Rodolfo González Guevara la plantea como una corriente política que, además, quiere postular candidato. Y ocurre la famosa 13 Asamblea, en la que nos expulsan.”
Muñoz Ledo se describe en ese momento: “Empiezo siendo un disidente y acabo siendo un opositor.”
El orador adolescente
En la biblioteca de su casa, amplia, bien iluminada, entre sus piezas de arte y los retratos de toda una vida en la política, destaca, dentro de su marco, la fotografía de un adolescente bien peinado, de saco, frente a un micrófono. Es Muñoz Ledo a los catorce años, campeón de oratoria, un dato que nunca falta en los muchísimos perfiles biográficos que se han escrito sobre él.
Capitalino, Muñoz Ledo se educó de niño en escuelas públicas, legado del cardenismo, hijo de profesores formados en la época del vasconcelismo. La madre era maestra de la primaria Rosa Luxemburgo y su padre de educación física. Después de cursar la preparatoria, como becado en el Colegio México, de padres maristas, fue a dar, “como casi todos los universitarios de mi generación con vocación política, a la Facultad de Derecho de la UNAM, no necesariamente para ser abogados, sino para formarnos para la vida pública”.
A principios de los sesenta París era un imán en el mundo intelectual y Muñoz Ledo se enroló en la universidad pública para estudiar ciencia política. Se volcó a la investigación del sistema político mexicano. Vivió la efervescencia cultural previa a la eclosión del ‘68, con sus grandes debates sobre la izquierda, la crítica al estalinismo, el surgimiento de las ideas del Tercer Mundo, los procesos de descolonización, Franz Fanon, Jean Paul Sartre, Albert Camus, Antonio Gramsci, Reymond Aron, la lectura obligada de la columna Au jour le jour, de Robert Escarpit, en Le Monde. Gracias a esa formación, dice, es que él no le tiene miedo a que lo definan como de izquierda, como sí temen muchos otros políticos que han sido sus compañeros de ruta.
Echeverrista, en su momento
De vuelta al México de los sesenta, entró de lleno a la academia, primero en la UNAM y la Normal Superior y después en El Colegio de México, convocado por Daniel Cosío Villegas. “Me concentré en investigar y estudiar la formación de los Estados mesoamericanos, la evolución del sistema colonial español en sus dos grandes períodos, los Austrias y los Borbones, la formación de la República en el siglo XIX, la Revolución, la creación del partido hegemónico y su evolución hacia el partido de Estado, y la descripción del sistema. Di esa cátedra quince años.”
Jaime Torres Bodet, quien había sido embajador de México en Francia, lo invitó a ser subdirector general de Educación General y Educación Científica en la SEP. Tenía veintiocho años. Luego, Antonio Carrillo Flores le propone la plaza de consejero cultural en París.
–Desde Europa, ¿cómo se veía el sistema político mexicano de la época?
–Yo era muy crítico, pensaba que a México le urgía democratizarse, que el México postrevolucionario tenía una época que había pasado y que había que pasar a un pluralismo. Además éramos muy nacionalistas, es un rasgo de mi generación.
–¿Qué pensaba del modelo unipartidista mexicano?
–Yo le daba una explicación histórica, pero veía que la etapa del México postrevolucionario debía dar origen a una sociedad más democrática. Presenté un trabajo sobre parlamentarismo y presidencialismo. Esas ideas no tenían mucha incidencia en la sociedad, pero sí en el sistema, que tuvo momentos de apertura. Y había políticos liberales.
Conoce a Echeverría poco después de la huelga de las batas blancas, siendo secretario del consejo del IMSS. “Había leído un artículo que escribí sobre medios de comunicación y me invitó a conversar. Me pidió otro trabajo, que titulé Patria de escaparate y que ya entonces tenía mucho que ver con el debate contemporáneo de la comunicación social”.
Así es como Echeverría lo nombra secretario de la Presidencia, responsable de discursos y pronunciamientos, nuevas esferas de influencia, sobre todo en materia de política exterior, donde coincide con Carlos Fuentes, embajador en Francia, Víctor Flores Olea en Moscú, y otros. “Coordinaba un pequeño staff que integré con algunos colegas de El Colegio de México. La idea era desarrollar un nuevo discurso político. Se sembraban nuevas ideas, tanto para la administración interna como para la política exterior, como el viaje a China, la visita de Echeverría a Salvador Allende, la corriente latinoamericanista y sobre todo lo que en ese momento se llamaba el tercermundismo”.
Y luego al gabinete. Primero como secretario del Trabajo.
–Una época de confrontación con el sindicalismo independiente…
–Al contrario. Muchos líderes siguen siendo mis amigos personales hasta ahora. En esos años (1973-1974) enfrentamos cerca de 60 mil emplazamientos a huelga. En esos años México tuvo, hasta 1976, el salario mínimo más alto de la historia. Cuando se dice que el salario ha perdido el ochenta por ciento, se refiere a ese año.
–Eran los años del charrismo sindical…
–Que no desapareció, claro. Con Fidel Velázquez yo trataba los asuntos laborales. Su relación política era con el presidente, el secretario de Gobernación y el PRI. La idea de mi grupo era crear las bases de un Estado de bienestar sobre un sistema tripartita, claro, dentro del antiguo régimen. Todo esto desapareció.
El “peor error” de López Portillo
En 1976 Muñoz Ledo sonó, entre otros, en la lista de tapados a la candidatura a la Presidencia, pero la decisión política recayó en José López Portillo. Muñoz Ledo fue designado su coordinador de campaña. Y luego presidente del PRI.
Con Andrés Manuel López Obrador.
Foto: Cristina Rodríguez / archivo La Jornada |
En una bodega guarda los tomos redactados por una comisión en la que, junto con González Guevara, se planteaba la reforma del PRI. “Proponíamos cambios importantes. La parlamentarización, un federalismo más fuerte, el municipalismo, un esquema general. Eso se perdió porque no fui a la Secretaría de Gobernación, como parecía, sino que nombraron a Reyes Heroles. Y el presidente me invita a ser secretario de Educación Pública.”
Y frente a la SEP “propuse un gran plan nacional de educación, de gran aliento, que considero una de las cosas más importantes que he hecho en mi vida. Lo que pasa es que era un plan integral, ciencia y tecnología, secundaria obligatoria, una gran área de la cultura –lo que ahora es Conaculta–; creamos un área de juventud y deporte. Desgraciadamente hubo muchas envidias. Tuve que confrontarme con el sindicato, con muchas resistencias de la iniciativa privada que siempre ha querido controlar el sector. Un año y seis días después el presidente me pidió mi renuncia por un conjunto de presiones. Para algunos yo era muy peligroso. Era el puesto más importante del sistema”.
–¿López Portillo hizo una autocrítica por ese hecho en algún momento?
–En privado. Me dijo que fue su peor error. Pero son cosas que no digo públicamente porque ¿quién me las cree?
Luego vino el servicio exterior. Jorge Castañeda, el canciller histórico, lo invitó a ser embajador en la ONU. “Antes, con Santiago Roel, no lo habría aceptado.”
–En esa etapa México alcanza un nivel de liderazgo internacional. ¿Por qué lo pierde?
–Con Miguel de la Madrid México se fue alineando cada vez más al neoliberalismo. Se abren las fronteras, se habla del Tratado de Libre Comercio con el norte, se empieza a privatizar. Y dentro del sistema hay muchas corrientes, pero dos antagónicas. Lo explica muy bien el libro México, la disputa por la nación, que coordinó Rolando Cordera.
–Y en ese sexenio termina su paso por el gobierno. De pronto se ve a usted mismo en el campo opositor.
–El momento de la ruptura. Lo más importante fue, en ese momento, la respuesta de la gente. Al Frente Democrático se le vio como una gran opción. Esas elecciones las ganamos, no quepa la menor duda.
Jirones de aquel PRD
Del movimiento que se formó en las elecciones de 1988, con el Frente Democrático Nacional, con Cuauhtémoc Cárdenas flanqueado por Muñoz Ledo y Heberto Castillo, sólo quedan jirones, a veinticinco años de distancia.
–De ser priísta, pasa usted a ser de izquierda.
–Yo siempre fui de izquierda, fui militante de la Internacional Socialista. No le tengo miedo a la palabra.
–Dentro de la Internacional Socialista hay líderes que terminaron por renegar de las izquierdas. Felipe González del PSOE, por ejemplo.
–Son casos distintos porque ellos fueron gobierno, porque fueron alineando sus proyectos de gobierno a la corriente en boga, que era el neoliberalismo. Eran izquierda light.
–¿Y el PRD?
–La izquierda en México no estaba bien definida. Había izquierda dentro del PRI. Y sobre esto mismo debatimos fuerte dentro del PRD. El programa de la Revolución Democrática, nuestro primer documento, habla de ella pero no se define como izquierda. Tarda tiempo.
–De su paso dentro del PRD se recuerda quizá más el choque de trenes que tuvo con Cárdenas.
–Más que choque de personalidades, veo la acción de los grupos y las personas. Y los intentos sucesivos de Cuauhtémoc contribuyeron mucho. Fuimos una experiencia unitaria que no pudo transitar cabalmente a un partido.
–¿Y qué falló, a la postre?
–Lo central es que el movimiento que levantamos se dispersó, es muy difícil que un movimiento social se inserte en un partido y no se insertó cabalmente. Y las fallas humanas, que siempre existen. Estoy hablando de un fracaso histórico.
–¿De su paso al lado de Vicente Fox, luego de su ruptura con Cárdenas para las elecciones de 2000?
–Nunca fui foxista. Lo que pasa es que había un compromiso de la oposición para la alternancia de 2000. Era la oportunidad de construir un verdadero gobierno de coalición. Finalmente el ingeniero Cárdenas tomó la determinación por su cuenta, y otros quedamos en el aire.
–Pero el gobierno de Fox...
–...fue catastrófico. Pero eso no lo sabíamos entonces. En 2004 Fox toma la decisión de atacar a Andrés Manuel López Obrador. Ahí fue mi desavenencia con él.
–Aquella idea de la reforma del Estado con la que se le identifica siempre, ¿está aplazada indefinidamente?
–En este momento no están dadas las condiciones. Lo único que estoy pidiendo ahorita es que no se desarticulen las agendas de los partidos.
–¿El Pacto por México no es precisamente la desarticulación de una agenda con miras a retomar la reforma del Estado?
–El Pacto está en el papel. Hay que ver cómo funciona. El tema es: ¿de dónde van a salir las fuerzas para cambiar el sistema de ejercicio de poder en el país y para modificar el modelo económico y social? Y a eso hay que dedicarse. En eso estoy... escribiendo, opinando.
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