Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 1 de septiembre de 2013 Num: 965

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El tiempo de Mark Strand
José María Espinasa

Política y vida
Blanche Petrich entrevista
con Porfirio Muñoz Ledo

Abbey, el rebelde
Ricardo Guzmán Wolffer

El gatopardismo
de la existencia

Xabier F. Coronado

El gatopardo,
de Visconti

Marco Antonio Campos

Rafael Ramírez Heredia. Cuando el duende baja
José Ángel Leyva

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Alejandro Michelena
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Alonso Arreola
@LabAlonso

Propuesta de Alarma Sísmica

A lo lejos, como desde otra vida, el televisor dispara el sonido de una alarma. Freud diría que en esos primeros instantes nacerá y morirá el velocísimo sueño, por largo que parezca. Éste por ejemplo: nos vemos en un barco que oscila provocando mareo. Sentimos una sed intensa. Escuchamos el crujir de la madera. Aparecen rostros familiares, pero no los reconocemos. De sus bocas sale un grito unísono, electrónico, plano. Corremos por la cubierta auscultando el horizonte. No Cerati: no hay tierra a la vista. La alarma continúa. Abrimos los ojos con lentitud. La realidad se completa asociándose con los oídos. El conductor del noticiero dice que está comenzando un temblor trepidatorio, que nos lo tomemos con calma. Decidimos que pasaremos la experiencia en plan horizontal, con la cabeza en la almohada. Como el evento crece y se prolonga, nos incorporamos arrepentidos para vestirnos rápidamente. La espantosa alarma insiste en su clamor con la contundencia del inicio. A diferencia del grito humano, no decae ni se transforma en desesperación o desesperanza. No provoca empatía. Es un incendio en el aire. ¡Lo que debe ser el anuncio de bombardeos por este medio!

Han ocurrido demasiados sismos en las últimas semanas. Ojalá sea una liberación gradual de energía y no los primeros visos de un encabronamiento tectónico mayor, pensamos mientras la sirena se detiene. Las lámparas se calman también. Los cables, las antenas, los árboles, todos van regresando al sueño quieto de la espera, como zombies volviendo a sus tumbas. Con ellos muere su murmullo, ese ruido discreto y parejo que tanto desconcierta en los temblores. La calle regala el eco de siempre: bocinas disparatadas de automóviles que, estacionados y prendiendo intermitentes, cambian observaciones con perros de azotea, verdaderos expertos en las escalas del sismógrafo (ellos no cambian sus mediciones).

Ensayamos entonces las llamadas de costumbre, pero el celular regala tres notas odiosas, agujas sobre el tímpano que indican falla en la señal. En automático le mentamos la madre al hombre más rico del mundo. Nos conformamos con el envío de algunos mensajes de texto. Bostezamos. Típica “calma chicha”. Los telediarios comienzan el barrido de las ciudades. Una vez más, los temblores contribuyen a la fraternidad de banqueta. Suenan las conversaciones cuya patada de inicio fue este regalo de la Madre Tierra, pretexto ideal para irse como “hilo de media” y terminar en los más variopintos asuntos.

Nos acostamos de nuevo, más por frío que por pereza. Cerramos los ojos por un momento y, en sincronía con los párpados, los perros ladran de nuevo en un coro organizado. La alarma vuelve a la vida. Otro aviso de movimiento telúrico. Sabemos que es una réplica. La adivinamos pequeña y no nos equivocamos. Todavía en el capullo de tela, hacemos un listado de las canciones que podrían ocupar la función de la alarma sísmica.

No pueden ser piezas de gran belleza o carácter fundacional, pues la gente quedaría cautivada y, por consecuencia, aplastada. Claro que, viéndolo bien, no estaría mal morir por el peso concreto de Juan Sebastián Bach, Led Zeppelin o John Coltrane. Tampoco pueden ser piezas de compositores contemporáneos, de reggae o metal. En ellos se impone una suerte de hipnosis poco efectiva para el flujo de la masa que escapa. Los primeros demandan atención, los segundos relajación y los terceros correr en círculo. Igualmente sería desastroso que sonara algo de electrónica. Muchos se quedarían pasmados para luego ponerse a brincar sin moverse de sitio. Ello más bien aceleraría la caída de los edificios, suponemos.

Así las cosas y en plan propositivo, sugerimos como nueva Alerta Sísmica alguna pieza de los Ángeles Azules donde colaboran en dueto con distintos personajes del rock y el pop. Son más feas, dan más miedo y ponen más alerta que cualquier sirena. Entendemos que no son especialmente malos ni buenos frente a otros de su género, sí, pero incomoda ese enaltecimiento-tributo-homenaje inmerecido creado en laboratorio. Claro, el único riesgo de nuestra idea, como sugirió un amigo, es que la gente se ponga a bailar en medio del temblor. Ello, replicamos, tampoco supone la peor de las muertes. Terminar la vida sorteando gente que gira en pasillos, corredores y habitaciones transformadas en pistas de baile, sería poético. En cualquier caso no hay mucho que se pueda hacer. Estemos donde estemos no se puede huir del movimiento, de ese oleaje en medio del cual abrimos los ojos para… “¿No oyes ladrar los perros?” Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.