Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 1 de septiembre de 2013 Num: 965

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El tiempo de Mark Strand
José María Espinasa

Política y vida
Blanche Petrich entrevista
con Porfirio Muñoz Ledo

Abbey, el rebelde
Ricardo Guzmán Wolffer

El gatopardismo
de la existencia

Xabier F. Coronado

El gatopardo,
de Visconti

Marco Antonio Campos

Rafael Ramírez Heredia. Cuando el duende baja
José Ángel Leyva

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Alejandro Michelena
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

La fase heroica y el gulag

Durante la llamada “fase heroica” de la Revolución soviética, la cultura artística recibió el apoyo del gobierno de Lenin y, en particular, de su comisaria de Instrucción Pública, Alejandra Kollontay (más tarde embajadora en México) y de su comisario de Cultura Proletaria, Anatoly Lunacharsky. En esta fase, que se inicia en 1918 y empieza a deteriorarse en 1921, brillan, de manera muy especial, el llamado Proletkult iniciado por el pensador radical Bogdanov; el movimiento de Los doce hermanos de Serapio, de carácter sosegado y de actitud agnóstica respecto a la Revolución, y los grupos artísticos que brotaron gracias al organismo conocido como NEP (Nueva Política Económica), pero que sufrieron las primeras persecuciones encabezadas por la siniestra RAPP (Asociación de Escritores Proletarios).

En esos años llenos de entusiasmo creador, se experimenta con plena libertad y se subsidian todas las manifestaciones artísticas. En la música se destacan Prokófiev y Shostakóvich; en las artes plásticas aparecen Kandinsky, Archipenko, Chagall y Malévich (su famoso cuadro Blanco sobre blanco es fundamental para la pintura moderna). Lunacharsky apoyó a los maestros del teatro ruso y los defendió de los ya feroces censores ligados a una oficina que más tarde se llamó Glaveperkton (comité de censura) y fue la mano dura de Stalin y de su alicuije Dzanov, el autor del horrendo discurso con que instauró el realismo socialista (1934), lo que acabó con el impulso creador.

Stanislavsky, Evréinov (dramaturgo muy valioso e intimista); los directores Meyerhold, Tairov, Vajtangov y Danchenko siguieron adelante con los experimentos iniciados antes de la Revolución; en el cine, Pudovkin, Eisenstein y Dziga Vértov realizaron una obra de importancia mundial. Esenin, el “imaginista”, y Mayakovsky, el “futurista” (su Misterio bufo sobresale en su obra poética) encabezan una especie de renacimiento literario que, a la postre, desembocó en el suicidio, el gulag o los envenenamientos (Stalin envenenó a Lunacharsky en París cuando iba camino a España para hacerse cargo de la embajada soviética en plena Guerra civil): Mandelstam, Blok, Biely, Gunilov, Pasternak, Zamiatin, Marina Tzvetáieva, Ana Ajmátova, Schwartz, Babel... son algunos de los escritores que creyeron en el “hombre nuevo” y que sufrieron los embates de la censura, de la estupidez burocrática y de la furia asesina. Recordemos el entusiasmo frustrado de Mayakovsky (visitó México y escribió un hermoso poema sobre la patria de Emiliano Zapata) y la preocupación social de Tzvetáieva, presente en su poema que así termina: “¡Dos son en el mundo mis enemigos, dos gemelos indisolublemente unidos: el hambre de los hambrientos y la saciedad de los saciados.” Estos versos se unen a la afirmación de nuestro Salvador Díaz Mirón: “Nadie tiene derecho a lo superfluo, mientras alguien carezca de lo estricto.” La frase tiene su miga ahora que se le devuelven al pirata Raúl Salinas de Gortari sus propiedades y sus talegas de joyas y de oro. Este acto es un bofetón sonoro y burlesco en la cara de todos los mexicanos.

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