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Foto: archivo La Jornada |
Contratas
de sangre
Marco Antonio Campos
En la colección Molinos de Viento, de la UAM, dirigida por Bernardo Ruiz, acaba de editarse hace unas semanas el libro Contratas de sangre y algunas noticias imaginarias, de Jorge Ruiz Dueñas, armado a base de cuentos y textos breves.
En las brevedades el autor suele utilizar noticias del periodismo que convierte en ficciones y ficciones que hace parecer noticias de periódicos, pero por una u otra vía, ambas se vuelven noticias imaginarias. No pocas veces estas noticias son recreadas de la nota roja. Desde Ensayos y poemas (1918) de Julio Torri, en las brevedades importa menos el género que el estilo, el tono y las afinidades secretas de temas; en las de Ruiz Dueñas prevalecen el minicuento, el ensayo breve y el poema en prosa, y las caracterizan ante todo la información y la ironía, o si se quiere por otra vía, el documento se vuelve ficción y la ficción parece documento. Hay asimismo un poema en prosa (“Norma y Pablo”) que deja en su drama un ahogo en el pecho.
En textos breves y en cuentos de JRD destacaría una serie de virtudes. Una es la notable utilización de contrastes: detrás de cada historia hay otras historias que explican el hecho actual. Son, por ejemplo, los casos de “Juego de piratas”, donde hace un recreo histórico con la piratería a partir de los juegos de adolescente en que los amigos se personificaban como bucaneros, y “Misericordia, Señor”, en el que a una devota monja enclaustrada en un convento de Murcia, consagrada al Divino Rostro, le toca escuchar desde su encierro un fenomenal desmán por la procesión del Entierro de la Sardina, en que, ante la inminencia de la “cuaresma opaca”, se lucen en el baile, no los seguidores de Dios, sino las voluptuosas brasileñas con mínima ropa, seguidas por las ondulantes canarias de Tenerife, y ya en el despelote y en el despropósito, las propias murcianas que, católicamente tocadas en las nalgas y los senos por las manos lascivas de los espectadores, viven su propia fe. A la monja le parece la llegada, sin boleto de regreso, del Demonio.
La Rochefoucauld puntualizaba que se aprendía más estudiando los rostros de los hombres que en las páginas de los libros; Jorge Ruiz Dueñas lo supo muy bien sobre todo, si no me equivoco, cuando fue funcionario público. JRD ve y oye y graba en la memoria como si fuera un filme, y lo vuelve después imagen por imagen literatura. Esta capacidad de observación está, por poner un ejemplo, en “El rayo interrumpió un danzón”, en el que describe con minucia y exactitud los sábados de baile en La Ciudadela. Me hizo recordar un motivo central de la famosa película que protagoniza María Rojo, dirigida por otra María, donde las parejas se vuelven inseparables, no por el amor, sino por el hechizo del baile casi quieto que da la impresión en instantes que inmoviliza el mundo. Por demás su final, en su anticlímax, nos deja una honda sensación de tristeza.
En varias ficciones Ruiz Dueñas aplica sus conocimientos de las carreras universitarias que ha estudiado sin que sea pesado en el texto. Más: en los puestos que ha ejercido ha visto muy de cerca cómo el poder y el dinero envilecen el alma, cómo se cae fácilmente en las fullerías que se combaten y critican, como en el “El hombre honrado”, título irónico, en el que las normas que el personaje crea se vuelven contra él. Aquí y allá, en buen número de textos hay o un ligero uso de la ironía o una desfiguración que llega a la caricaturización.
Quizá nadie como el estadunidense O’Henry buscó casi en cada cuento un final sorpresa. Me vienen a la memoria del libro de JRD dos finales sorprendentes: “Académica distraída”, que versa sobre una docente que trae una guarapeta fenomenal, pero consciente de ella regresa en su automóvil a casa, cuidando con cordura cada detalle, pero se le olvida el último. O más, “El viejo Pap”, personaje por demás entrañable, que en su final anticlimático nos asombra y nos deja una callada e inmensa tristeza.
Hay dos fenómenos naturales que aparecen obsesivamente en las ficciones de JRD: el rayo y el mar. En lo primero me recuerda la obsesión infantil de Gonzalo Rojas con el relámpago, pero en Gonzalo el relámpago unía el terror y lo divino, y en Ruiz Dueñas sólo hay la aniquilación. Respecto al mar, como en muy pocos de nuestros poetas y escritores, parece un mar vivido, sobre todo el del norte de México, aunque aparezcan también otros, como el mar Caribe, en su estremecedor cuento “Los náufragos”. Lector lúdico de novelas donde el mar es gran protagonista, su vocabulario marino es sorprendentemente variado, lo cual, por demás, ya era notable en poemas suyos.
Si un autor perdura por un puñado de textos, yo quisiera que fuera, en el caso de Ruiz Dueñas, por cuentos como “El viejo Pap”, que es línea por línea una obra maestra; “El rayo interrumpió el danzón”, terrible y triste, y “Norma y Pablo”, el poema en prosa antedicho, donde hay un momento cuando en la pareja algo se quiebra irremisiblemente y el mundo ya no recupera su centro.
Un notable libro de ficciones.
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