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Morelia X (II DE III)
A reserva de la posibilidad de abordarlas más ampliamente en el futuro, ya sea todas o algunas de ellas, van aquí someras líneas en torno a un puñado de filmes exhibidos durante la décima edición del Festival Internacional de Cine de Morelia.
Del amor como una de las bellas artes
La cinta ganadora de la más reciente Palma de Oro en Cannes, coproducción franco-alemana-austríaca de este 2012, escrita y dirigida por Michael Haneke, tiene un título brevísimo, poderoso como pocos y plenamente justificado: Amour, Amor. Este ponepuntos evitará, como suele hacerlo porque lo abomina, el recurso facilista y chambón de contar, inevitablemente incompleta e irremediablemente mal contada, la trama de esta definitiva pieza maestra del cineasta alemán a quien el lector debe recordar, al menos, por La pianista (2001) y por Funny Games (2007). Esta es una de esas películas que, con mayor razón que muchas, convendría enfrentar y disfrutar –eso: enfrentar, no sólo “ir a verla”; eso: disfrutar, que ya es bastante– sin los escudos, los filtros, los paradójicos velos en los que suele acabar convertida la hoy aparentemente inevitable avalancha de información de la que Todomundo dispone previamente a casi cualquier estreno cinematográfico. Sólo dos aseveraciones: no se sabe hasta el momento de absolutamente nadie que sostenga el despropósito de decir que la película “es mala” o sucedáneos, ni tampoco de nadie que diga que no le hizo sentir, algo o mucho, en algún lugar profundo de sí mismo. Dése pues, si le es posible, el placer de este Amour, pero sin circunloquios ni asideros.
Del fanatismo como una de las malas artes
Philip Seymour Hoffman |
Otra coproducción, ésta rumano-belga-francesa y también de 2012, exhibida en el décimo FICM, carece aún de título en español, el original en rumano es Dupa dealuri y quizá eso signifique Beyond the Hills –más allá de las colinas–, que es como en inglés la rebautizaron. Dirigida por el rumano Cristian Mungiu, autor en 2007 de la muy celebrada y premiada 4 meses, 3 semanas y 2 días, consiste en una combinación, sutil y simultáneamente explosiva, de osadía contra esa falsa moral con la que acostumbra revestirse la intolerancia, por un lado y, por otro, de denuncia contra las consecuencias, potencial y habitualmente funestas, que tiene toda suerte de fanatismos, con los de corte religioso por delante. Osadía porque las protagonistas de lo que aquí sucede son dos mujeres, jóvenes, lesbianas, que se dedican una a la otra un amor que, en la diegesis del filme, ha dejado ya de manifestarse con el lenguaje de la piel. Denuncia porque Alina y Voichita, que tales son los nombres de las personajas, no dialogan más por medio de su carnalidad en virtud de la omnipresencia, para una de ellas, no de dios como ella quiere creer, sino de uno de sus innumerables ministros, uno más para quien el fanatismo, con su exasperante cerrazón y su obcecada sinrazón, es no sólo la mejor sino la única manera posible de practicar una religión y, peor aún, de vivir una vida.
En muy distinta clave pero con resultados igualmente encomiables, el muy experimentado cineasta estadunidense Paul Thomas Anderson –autor de Boggie Nights (1997) y Magnolia (1999), con seguridad sus más altas cotas– explora otro segmento de aquel mismo territorio que bien podría ser llamado Fanatilandia, cuyas fronteras desconocen fronteras. El filme, también de 2012, se llama The Master. Ambientado en la década de los años cincuenta, lo coprotagonizan un muy buen actor –Joaquin Phoenix– y un monstruo del histrionismo –Philip Seymour Hoffman–, ambos a un nivel impresionante, y en él P.T. Anderson exhibe sin ambages ni complacencias la miseria ética, aderezada de pedestre ambición material, que tan frecuentemente aqueja a gran número de predicadores, sin que importe cuál es su filiación religiosa o, como es el caso aquí, sin que lo impida el hecho de ser el mismísimo creador –y principalísimo usufructador– de otro negocio más de los muchos, los demasiados que apelan a, y lucran con, la candidez, la debilidad y el espíritu más bien debilucho con el que transitan el mundo innumerables creyentes, hoy de esto, mañana de aquello, siempre que les brinde la sensación, así sea fugaz y demostradamente insostenible a la larga, de que hay algo, alguien –por ejemplo, este contradictorio y muy agridulce The Master–, en el cual creer porque “hay que” creer en algo.
Detalle notable: casualidad o necesidad fílmica, las tres cintas referidas tienen una duración que supera las dos horas; 2:07 Amour, 2:35 Dupa dealuri, 2:17 The Master.
(Continuará)
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