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De Rotterdam
a Mexquititlán
Agustín Escobar Ledesma
“A escondidas”, que en ñañho se traduce indistintamente como ar nt’äni o ar ‘ñäni, es la primera palabra que encontramos en el Diccionario español-otomí de Santiago Mexquititlán, escrito por el lingüista holandés Ewald Hekking y el profesor ñañho, Severiano Andrés de Jesús, publicado por la Universidad Autónoma de Querétaro en 1989.
“A escondidas” es una referencia que nos remite a la condición histórica y actual de la lengua y la cultura ñañho, porque sus habitantes han sido ignorados y maldecidos desde cinco siglos atrás. Cada vez que en alguna conversación aparece el tema de la situación actual de los idiomas vernáculos de Querétaro, nos vemos precisados a mencionar que un coterráneo de Van Gogh ha sido la primera persona no indígena que se ha interesado por la lengua y la cultura de sus semejantes caídos en desgracia. La situación de abandono que la población criolla y mestiza queretana han mostrado por nuestra riqueza cultural puede tener varias lecturas, siendo algunas de ellas el racismo, la marginación, el ninguneo y el dominio que los sectores hegemónicos han mantenido sobre los pueblos autóctonos y sus manifestaciones culturales.
Nunca faltan personas que se indignen por el hecho de que un extranjero, para nuestro caso Ewald Hekking, sea quien conoce mucho mejor la cultura y el idioma ñañho que los queretanos en su conjunto. Porque, hay que mencionarlo, Ewald no sólo habla y escribe en ñañho, sino que, desde hace varios años, se ha encargado de promoverlo y enseñarlo en ámbitos universitarios, además de difundirlo en foros internacionales, lo que ningún criollo o mestizo ha hecho por sus raíces culturales, tal vez exceptuando a Ricardo Pozas, el ilustre antropólogo mexicano oriundo de Amealco.
En una extensa entrevista con el lingüista holandés sobre la problemática lingüística en Querétaro, menciona que nosotros, los mestizos, somos quienes nos avergonzamos de nuestros antepasados, de nuestros abuelos y abuelas:
“Son muchos factores, pero a mí me ha interesado lo que está pasando aquí porque uno de los problemas es el propio mestizo, quien no quiere nada con lo indígena; el problema indígena es también un problema mestizo porque también los mestizos tienen antepasados indígenas, y también por todo lo que ha existido anteriormente, el racismo en contra de los indígenas que tiene sus orígenes en toda la historia. Esto ha ocasionado que haya una actitud negativa contra lo indio; piensan que es mejor olvidar esta parte, por eso digo que es un problema mestizo, y para cambiar esto también debe haber una manera de que los mismos mestizos entren a esta discusión. Es muy llamativo que aquí en Querétaro, cuando llegué, me veían un poquito como loco, porque yo iba a las comunidades indígenas y esto está tan lejos para la gente de la ciudad que es como si fueran a otro país, y se sorprendían porque yo iba para allá. Había muy poco conocimiento de los indígenas y muchas veces yo no entendía el porqué, porque yo no había vivido todas estas cosas que creo que un mestizo sí conoce y un indígena desde luego conoce a fondo. Notaba que había gente que no quería hablar de la situación indígena, a lo mejor parece muy raro lo que digo pero así lo percibía.”
Después de más de dos décadas de vivir en Querétaro, haciendo una retrospectiva de su vida, Ewald se remonta a sus orígenes holandeses, a dos años de finalizada la segunda guerra mundial en un lugar que por entonces todavía era un pueblo, a las orillas de uno de los brazos del Rin, a escasos kilómetros de Rotterdam, ciudad que fue bombardeada por los nazis. Sus papás se casaron en 1945, un poco después de terminada la guerra. Por supuesto que para nuestro entrevistado es imposible evitar las comparaciones entre su país de origen y México, porque Holanda es un país de tierras bajas, de mucha agua, muchísima industria, grandes negocios y empresas en Rotterdam, que es el puerto más grande del mundo, la entrada del comercio a Europa.
Los contrastes entre el primer mundo del que proviene Ewald y las condiciones de vida que encontró entre los habitantes de una cultura mesoamericana rica en expresiones culturales, pero depauperada materialmente, son abismales, empezando porque la primera ocasión que acudió con Severiano Andrés de Jesús, ñañho oriundo de Mexquititlán, se topó con fieras jaurías de perros a las que sólo su guía sabía como enfrentar y controlar. Un mundo muy alejado de su memoria puesta en la vieja Europa:
“Mis papás contaban historias de lo que había sucedido en la guerra, porque había sido algo muy impresionante para toda la gente. Mi papá se había escondido para que no se lo llevaran a trabajar a las fábricas de Alemania o para que no lo enlistara el ejército de Rusia; eso significaba la muerte, porque en Rusia hubo millones de muertos. Un tío, hermano mayor de mi mamá –ellos eran ocho hermanos, mi mamá era la menor–, estaba en la Armada Holandesa, que había huido a la colonia de Holanda en Indonesia, pero allí también empezó la guerra contra Japón, que de repente atacó Indonesia, y en unos cuantos minutos, muy rápido, los japoneses hundieron toda la Armada Holandesa enfrente de Java. Allí murió mi tío y también, a finales de la guerra, un primo que se llamaba Enrique fue fusilado por los nazis. Como en venganza de que la resistencia holandesa había matado a un jefe muy importante del ejército en Holanda, sacaron a todos los jóvenes de las calles y los fusilaron, y a él le tocó.”
A partir de las investigaciones de campo en el mundo ñañho, Ewald y el profesor Severiano no sólo publicaron un diccionario ñañho, sino también una gramática, la primera que en este rubro se ha publicado en Querétaro.
Para hacer la gramática y el diccionario con Severiano, nos reuníamos varias veces a la semana y yo le hacía preguntas y repasábamos juntos los ejemplos del libro de Artemisa Echegoyen, de Puebla, y le preguntaba: “¿Lo dices así o cómo lo dices tú?”, y así empezamos a cambiar esas frases para convertirlas a la variante de aquí. De esta manera aprendí otomí, sobre todo cuando Severiano me invitaba con su familia y cuando iba con él a la comunidad, con él aprendí muchísimo.
“La primera vez que escuché hablar otomí, se me hizo un idioma muy bonito, algo precioso. Eso ocurrió en San Ildefonso Tultepec, cuando en Educación Indígena me invitaron a conocer a los maestros que estaban con los niños de una escuela. Me presentaron y el director les explicó a los niños en ñañho. Yo me sentí como si estuviera en China. Era una lengua tan bonita, tan preciosa. Esto me gustó mucho y también, por otro lado fuimos a un taller en donde había unas señoras que estaban cosiendo telas. Cuando llegamos a aquel lugar, las mujeres que estaban fuera se levantaron rápido y corrieron dentro de la casa, esto fue otra de las cosas que también me impresionaron mucho; esto también ha cambiado con el tiempo, pero hace más de veinte años así era. Después tuve la oportunidad de hablar más con ellas y cambió un poco la situación, pero era muy extraña. Aunque había visto estas actitudes en los pueblos nahuas, yo lo percibí mucho más marcado con los ñañho.
“Inmediatamente empezamos con la gramática y en dos años tuvimos lista la primera gramática, que se publicó en 1983 o 1984, y esto se hizo basándome en una gramática del otomí hablado en la sierra de Puebla, escrita por Artemisa Echegoyen y Fort Lander, lingüistas que trabajan para el Instituto Lingüístico de Verano, y esta gramática es la única que, por su forma, me sirvió como base para poder compararlo. Ahora ya sé que esta variante del otomí es una de las alejadas del otomí de aquí, pero, de todas maneras, muchas cosas son similares y me sirvió. Por ejemplo, el sistema de los verbos de Puebla era mucho más complicado que el de aquí, pero sí me sirvió para hacer una descripción de la gramática; lo hice más basándome en la lengua indoeuropea, incluso con muchos ejemplos, por eso sí sirvió, incluso algunas personas me han dicho que esta es más atractiva que la gramática, que es más científica, y más que formó parte de mi tesis doctoral después.”
Ewald recuerda que en su país, antes de venir a México, había leído textos sobre las culturas inca y azteca, que despertaron mucho su interés. Quería saber qué había quedado de esas culturas, porque no se explicaba a dónde había ido a parar aquel pasado. En Holanda, lo que más escuchaba era que en Latinoamérica se hablaba español y portugués. Intrigado por aquel mundo perdido y negado por sus propios descendientes, tomó el caso en sus manos.
No se vaya a creer que el lingüista holandés tiene una visión rosa sobre la situación actual del idioma otomí de Querétaro y las otras lenguas indígenas de México. En ocasiones, ante la apabullante y dura realidad, a Ewald a veces lo invade el pesimismo, porque el deterioro no se detiene. “Muchas veces estoy muy pesimista, a pesar de que a partir del movimiento zapatista de 1994 ha habido más interés por las lenguas autóctonas. Antes de la irrupción del EZLN en Chiapas y en la conciencia nacional, casi no veía interés por los pueblos indígenas. De todas maneras sigue siendo difícil, aunque creo que las instituciones muestran interés por la situación indígena. El problema es que cada institución tiene sus propios intereses, cada una jala por su lado y eso no debería ser así. Además las instituciones casi no tienen ninguna relación con los propios hablantes, y eso es lo más feo que existe. Yo he notado que los indígenas tienen mucho interés y creo que sigue existiendo eso, aunque ahora los jóvenes con los medios que existen, con todos los cambios tan fuertes que existen y la gran emigración que se está dando, últimamente yo he visto un cambio en los jóvenes, pero los jóvenes no lo ven nada bien, y pienso que por eso hay un desengaño con ellos, esto me da mucho miedo, porque si los jóvenes tienen esto, entonces el futuro ya no existe, porque dejan el idioma.”
El panorama que el lingüista holandés percibe al interior del subsistema de la Dirección de Educación Indígena de la Unidad de Servicios Escolares Básicos del Estado de Querétaro, tampoco es alentador.
“Dentro de las aulas de las escuelas bilingües continúa la dinámica de siempre, al igual que hace más de veinte años en que yo conozco esa realidad. El aula es el principal lugar en el que se pierden las lenguas. Hay tentativas de cambiar esa situación, pero las mismas personas que trabajan allí, las conscientes por supuesto, porque no todos lo son, que trabajan en la USEBEQ nos dicen que necesitamos apoyo científico de cómo hacer las cosas y allí es donde entra la Universidad. Pero si esto no viene de la Universidad como institución, tampoco una o dos personas pueden hacerlo. Es lógico que no salga adelante, porque una o dos personas no pueden. Creo que se debería capacitar a personas en la educación y en la lingüística para que esas personas puedan empezar esos cambios. Es la única manera, desde luego de la misma manera como cuando se hizo una licenciatura de etnolingüística en Pátzcuaro, pero no solamente por unos años, sino seguir. Últimamente también hay algunos proyectos de universidades indígenas en varias partes del país. Yo creo que es muy bueno de cierto modo, pero por otro lado creo que se debería hacer esto en las universidades que ya existen, porque así es una pérdida pues a veces las propias universidades están buscando programas. Yo lo veo. ¿Por qué no hacerlo dentro de las universidades ya existentes, que cuentan con infraestructura en vez de empezar con una institución nueva? Aunque es loable hacer estos programas.”
¿De quién creen que es la única contestadora telefónica de Querétaro que tiene un mensaje grabado en ñañho? Exacto, la de Ewald Hekking, quien es coautor del Diccionario español-otomí de Santiago Mexquititlán, proyectado con la convicción de que puede utilizarse como un arma en la lucha contra los muchos prejuicios y actitudes negativas que desafortunadamente existen hacia la cultura otomí. Por cierto, ni cómo dejar de mencionarlo, la última palabra del diccionario es “zurrar”, que en ñañho se traduce como tukuxifni.
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