1. Edgardo se formó en esa escuela de conocimiento e interpretación de la realidad que es la crónica. Su pericia formal y su capacidad de observación fueron determinantes en la consecución de una precoz madurez de su escritura y en la riqueza y variedad de sus temas. Por esos tiempos publicó dos crónicas sobre temas de cultura popular: Las tribulaciones de Jonás y El entierro de Cortijo. Carlos Monsiváis me recomendó la lectura de esta inteligente crónica sobre la vida y los trabajos del timbalero Cortijo, personaje imprescindible de la música popular de nuestro Puerto Rico.
2. Edgardo se convirtió en el cronista por excelencia del Caribe, en especial, de la isla que Gautier llamó “la perla de los mares” y don Rafael Hernández (“mister cumbanchero” según el presidente Kennedy) definió como “Preciosa” (“no importa el tirano te trate con negra maldad”, decía el texto original de la canción. Muñoz Marín pidió a don Rafael que cambiara “tirano” por “destino”. Así lo hizo el gran cumbanchero, pero los intérpretes de la hermosa y nostálgica canción, Jorge Negrete y Daniel Santos, la siguieron cantando con “tirano”).
3. Edgardo hace la crónica de la visita del papa Juan Pablo II a Puerto Rico. En ella hay reflexiones muy agudas sobre religiosidad e identidad, así como el fiel relato del periplo boricua del Papa ultramontano y carismático.
4. La crónica sobre un concierto de Iris Chacón, la diva popular de la isla, es graciosa, precisa en sus ironías y admiraciones. La miope diva no pudo ver esas sutilezas, se dio por insultada y acabó por encabronarse.
5. Mi crónica predilecta es El cruce de la bahía de Guánica que, en mi opinión, junto con El país de cuatro pisos, de José Luis González (el boricua chilango), El jíbaro y El insularismo es un texto fundamental para entender el fenómeno del colonialismo en Puerto Rico y, por extensión, en otros países de la región y del mundo.
6. Su ensayo Peloteros estudia el fenómeno del baseball y recuerda a Roberto Clemente y a los peloteros boricuas y dominicanos (un saludo para San Pedro de Macorís). Como fue reseñista de gastronomía, recogió en un libro, Elogio de la fonda, las delicias (arroz con jueyes, lechón asado, bacalaitos y el humilde arroz con habichuelas) de la comida isleña. En otra crónica habla de la sorprendente belleza de San Juan y nos obliga a no olvidar jamás la ciudad amurallada, el verde de sus jardines y la blancura de sus viejas construcciones. Esta crónica es amorosa, dura, crítica y adolorida. Por eso nos ilumina y conmueve.