Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 18 de noviembre de 2012 Num: 924

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Viajero del poema
Ricardo Venegas entrevista
con Víctor Manuel Cárdenas

Los negocios son
mi problema

Cuauhtémoc Arista

Traducir un verso
de Rostand

Ricardo Bada

De Rotterdam
a Mexquititlán

Agustín Escobar Ledesma

Bulgakov y el
teatro soviético

Hugo Gutiérrez Vega

Bulgákov, el antiburócrata
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

Relación perversa

Las televisoras privadas del duopolio Televisa/TV Azteca (también las televisoras pequeñas, como Antena 3, la de Vázquez Raña) mantienen con los estamentos gubernamentales, como sabemos los mexicanos, una relación perversa de contubernio y maridaje, de vocería no oficial, de tapadera de abusos y omisiones; esta columna lo ha repetido hasta la náusea. Pero también con su audiencia, con el público –esa masa pasiva que alguien en Televisa (¿Raúl Velasco?, ¿Paco Malgesto?, ¿el Tigre Azcárraga?) dio en llamar “la gran familia mexicana”– tienen las televisoras una relación viciada.

Hace muchos años, décadas, que la televisión en México es incapaz, por anacronismos, por atavismos ligados a un falso pudor hipócrita e iglesiero, a una moral de doble filo y a un constante divorcio con la realidad, de reinventarse, de innovar en su programación, de generar contenidos que no sean mayormente basura. Han sido todos esos años de oferta unilateral de contenidos chatarra los que al final han resultado en un condicionamiento lamentable en la capacidad del público de expresar apetitos menos mediocres: el resultado a la vista es lo que algunos llamamos la tugurización del ideario colectivo, un mal gusto generalizado, anclado en demasiados años de analfabetismo funcional, de ausencia de contenidos culturales en los medios masivos, de incentivación, en cambio, de contenidos facilones, previsibles, vulgares. Las bellas artes brillan por su ausencia en la televisión mexicana y reflotan en cambio programas excrementicios, allí el horrible Ventaneando; aberraciones presuntamente populares, reinterpretaciones burdamente mercantilistas de música vernácula que hoy conocemos bajo el mote genérico de “grupera” y que poco o nada aporta al intelecto de sus escuchas, y aun pervierte con ritmos machacones y letras infames, simples o vulgares y hasta violentas lo que pudo ser la apreciación musical de millones de mexicanos a los que no se ofrecen alternativas. Los géneros creados por la televisión en México, musicales o de humor, dramáticos o noticiosos, parecerían, para alimentar teorías conspirativas, diseñados, creados e implementados desde hace mucho con el propósito de idiotizar al grueso de una población a la que paulatinamente se ha ido orillando al peldaño siguiente en una siempre descendiente escalera socioeconómica: la clase alta se volvió media, la media popular, la popular simplemente pobre y la inmensa mayoría de gente pobre se volvió miserable por millones. El éxito de los contenidos basura de la televisión mexicana radica en la profundidad de la ignorancia del pueblo mexicano, en que su interés primordial, lejos del cultivo del intelecto, está focalizado en la supervivencia, en no perder el empleo si se tiene, y ya, en extremos impensables antes de la debacle que nos han dejado los malos gobiernos de la derecha ultracapitalista, neoliberal y entreguista al capital, traidora de los intereses verdaderamente públicos para la salvaguarda de la nación, desde Carlos Salinas hasta Felipe Calderón, en evitar la extorsión, el secuestro, las muchas jetas de la violencia brutal y descarnada que nos ha sido impuesta por la impericia, la impreparación y la franca imbecilidad de esos atildados papanatas que dicen saber cómo y para quién gobernar un país.

Pero como dicen en las películas gringas, it takes two to tango, y también el público en su permisiva abulia, en su apatía de espectador pasivo, tiene una buena parte de responsabilidad. La gente que sigue celebrando las mismas frases repetidas una y otra vez desde hace años, por ejemplo, por Chabelo; la que festeja la homofobia de los Mascabrothers, la que sintoniza Cada quién su santo o La rosa de Guadalupe; la que opina sobre el lumpenaje presentado por Rocío Sánchez Azuara o Laura Bozzo es sin duda corresponsable de que en su tele no haya más que porquerías. La tragedia es que no le importa. Le viene bien.

Sea por casualidad o por un siniestro, cuidadoso diseño experimental de subyugación y dominio socioeconómico, es a este régimen de ineptos y dictadorcetes sexenales al que benefician la estupidez colectiva y el embotamiento. La televisión le ha servido lo mismo de punta de lanza que de poderoso agente cohesivo y, valga la adjetivación absurda, pacificador. Aunque ese subproducto de la relación perversa de la televisión con la sociedad mexicana sea, tal que atestiguan en triste silencio decenas de miles de tumbas excavadas en los últimos cinco o seis años por todo el país, la paz de los sepulcros.