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Orlando Ortiz
A partir de El compadre general sol
Desde hace tiempo tengo intenciones de escribir algo sobre Jacques Stephen Alexis, ese injustamente olvidado, o tal vez únicamente soslayado, novelista haitiano, autor de, entre otras obras narrativas, El compadre general sol. Para ser más preciso, esa idea surgió hace años, cuando, debido al terremoto en aquella isla, menudearon los reportajes al respecto, y en los suplementos y páginas culturales aparecieron muestras de la poesía y los poetas de Haití, mas no recuerdo que se haya mencionado a los narradores.
Desde entonces coloqué a mano los dos libros de Stephen Alexis que tengo y bajé de la red su Prolegómenos a un manifiesto del realismo maravilloso de los haitianos. Quise localizar otras dos obras narrativas, de ahí que fuera posponiendo la escritura de ese texto que deseaba fuera lo más completo posible.
Lo curioso, o tal vez paradójico, es que a pesar de lo antes dicho y del título de la columna, me temo que seguiré posponiendo ese artículo. ¿Por qué, entonces, el título de la columna? Porque los hechos recientes (estoy escribiendo esto el 5 de julio) y ver la novela de Stephen Alexis me llevó a reflexionar en algunas cuestiones de carácter literario que me parece sería necesario explorar.
JSA nació en Gonaives el 22 de abril de 1922. Sus padres, además de tener ancestros célebres como patriotas, disfrutaban de una buena posición económica. El padre, hombre de letras, llegó a ser embajador. Y publicó una novela de la cual sólo tengo noticia y me parece muy atractiva por su título: El negro enmascarado. jsa desde temprano mostró preocupación social y fue militante comunista hasta mediados de abril de 1961, cuando fue asesinado por los tontons macoutes, en Haití. Era médico especialista en neurología y neuropsiquiatría, tal vez por eso son impresionantes los pasajes en los que se muestran cuestiones médicas, como los ataques de epilepsia de Hilarion Hilarius.
Cuando vi en mi mesa de trabajo los libros de JSA, recordé la fuerza de los ambientes y de los personajes marginados de sus relatos. Recordé que la mayoría de los mejores narradores latinoamericanos y del Caribe coincidieron con nuestro escritor en cuanto a sus inquietudes sociales y su capacidad y eficacia para tratar el ambiente y los problemas de los jodidos; de las clases bajas, los llamarían algunos, o de lo proletarios, dirían otros. Recordé a José Revueltas y a muchos otros que abordaban esos temas y presentaban tales caracteres sin caer en los vicios del realismo socialista y sí, en cambio, haciendo aportaciones a la poética narrativa. De esos autores surgió lo que JSA denominó realismo maravilloso, Carpentier lo real maravilloso y algunos otros realismo mágico.
Hubo otros autores (y autoras) que también presentaron en sus textos narrativos problemas sociales y políticos, como Magdalena Mondragón, que en su novela Yo, como pobre... disecciona el mundo de los basureros y la corrupción política dentro de ellos y del PRI, entonces llamado PRM. La relación de obras (buenas y malas) y de autores (buenos y malos, mexicanos y de otros países latinoamericanos) puede ser extensa. Lo importante, y es lo que me llevó a escribir esta columna, es que de pronto intenté hacer memoria de los actuales narradores y me percaté de la ausencia de ese tipo de personajes, ambientes y preocupaciones en la narrativa de nuestros días. ¿Será porque ya no hay pobres y los problemas actuales se reducen a los del narcotráfico, la inseguridad, el derecho a decidir sobre mi cuerpo, el sexo seguro, la libertad para decidir mis preferencias sexuales y el ecocidio, entre otros de igual calibre? Lo digo así porque de ninguna manera pongo en duda la importancia de tales asuntos, pero ¿dónde quedó la voz de los jodidos?
Desde luego que los jodidos nunca han sido, creo, escritores famosos (aunque sí ha habido escritores jodidos, sobre todo en sus inicios pero también a lo largo de su vida), pero no se puede poner en duda la existencia de escritores muy valiosos que han enarbolado la causa de los marginados, de los grupos depauperados y sin esperanza, víctimas de injusticias, abusos. Escritores que han sido portavoces, voceros de esas clases –que de manera reduccionista podríamos designar como todas las gamas de la pobreza–, de todo el drama que los acecha; y muchos de esos escritores no se han quedado en el ámbito de la denuncia, sino escrito verdaderas obras literarias.
El problema es quién va a escribir de esos temas y contradicciones actuales. Y lo lamentable es que tal vez sea no por incapacidad, sino por prejuicios.
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