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Gutenberg
José María Espinasa
Ahora que tanto discutimos sobre el cambio tecnológico en el libro, los soportes de impresión y las prácticas de lectura, con la sensación de quien da vueltas sobre un mismo punto sin entenderlo del todo, la forma tradicional de publicar –en papel– nos entrega, sin embargo, importantes novedades y una reflexión mucho más asentada en su propio acontecer. Es cierto que la tecnología y –sobre todo– su aprovechamiento económico y mercantil, van muy rápido, pero no parece claro que ese uso se sedimente en una cultura lectora a la misma velocidad: sabemos que se venden miles de tabletas, pero ¿cuántas de ellas se usan como punto de lectura?
Cuando alguien dice que tal o cual portal, blog u otro tipo de publicación en la web tiene un número de visitas equis, y se identifica a esos visitantes con lectores, se hace un terrible daño a la ya de por sí amenazada cultura lectora. Por eso, encontrarse con libros como Lectura, El diseño de una familia tipográfica da un enorme gusto y provoca una sonrisa optimista sobre una idea de la civilización aún vigente. Se trata de la presentación de una nueva familia tipográfica, diseñada por Leonardo Vázquez Conde para Artes de México. No es frecuente, y menos en español, que una editorial solicite a un diseñador una tipografía expresa. En México hemos tenido la fortuna de asistir a varios proyectos recientes en ese sentido. El impulsado por el tipógrafo e impresor Juan Pascoe Pierce (Taller Martín Pescador) y el diseñador Gonzalo García Barcha, el del Fondo de Cultura Económica, y el de Artes de México, del que ahora me ocupo.
Se trata de tipografía para la lectura, no como se suele hacer, para la vista, que es lo que hace la publicidad. La diferencia es fundamental porque Artes de México es también un proyecto visual, en el que la imagen tiene un peso relevante, pero a la que se busca comprender (no digo leer, por que no quiero caer en esa moda que pasó del estructuralismo a los cronistas de deportes, a los que se les engola la voz cuando dicen “leyó muy bien el partido”).
El breve y elegante libro que presenta Lectura es una verdadera joya. Se abre con un breve –demasiado breve– prólogo de Alberto Ruy Sánchez, impulsor del proyecto Artes de México junto a Margarita de Orellana. Dicho proyecto es un modelo de hacer bien las cosas. Nació hace veinte años tomando como modelo la publicación del mismo nombre de los años sesenta, fue capaz de hacer comercialmente viable un proyecto caro, elaborando los números de la revista –tronco fundador– con un diseño atractivo, inteligente, a veces muy hermoso, cada entrega un buen libro en sí mismo, y algunos de ellos extraordinarios, pero a la vez conservando su carácter de revista y –lo más difícil–, en su condición de cofee table magazine (¿se dirá así?) no renunciar al trabajo serio, a la importancia del texto, al planteamiento de nuevos temas y al cuidado y buen gusto editorial.
Encargar el diseño de una familia tipográfica parecería un lujo impropio de una editorial contemporánea, y sin embargo es tan adecuada la intención –y el resultado, pero de eso nos ocuparemos más adelante– que se nos presenta, si se lo piensa bien, como una necesidad. La revista supo además crear colecciones de libros de artes plásticas muy bien hechas, sin pretensiones de nuevo rico, aprovechando el conocimiento editorial de todo el equipo, sin querer esquilmar instituciones públicas o privadas en su financiamiento y rodeándose de buenos colaboradores, no sólo buenos artistas, también escritores e investigadores de primer nivel, con rigor pero sin lastres académicos.
Lectura contiene un ensayo de carácter científico didáctico sobre el funcionamiento del ojo, que es una delicia incluso para el lego o para quien no se interesa en la mecánica del ojo. Me llama la atención por ejemplo que en el lenguaje técnico que se utiliza en el texto sean frecuentes expresiones como “ningún rasgo debe tener menos de un minuto de espesor”. La palabra minuto no se refiere (aunque sí) a lo que entendemos como un minuto de duración, pero el que se use una expresión de temporalidad para designar una espacial reúne a la literatura y a la teoría de la relatividad. Jorge de Buen Unna aterriza perfectamente en el imperativo de una familia tipográfica: su condición legible. En un momento describe esa condición como un atractivo que al atraer se hace invisible. Los lectores, salvo los muy especializados, no distinguen conscientemente a las familias tipográficas pero sí lo hacen inconscientemente, saben si se dejan leer o no. Y en otro momento hace la reflexión de esa condición legible sobre el papel cuché en que se edita Artes de México.
En buena medida la aparición de Lectura es una marca en el desarrollo de la editorial. Su condición de proyecto en el tiempo no está ya lastrado por una vulnerabilidad conceptual y económica (no es que no la tenga, es que ha aprendido a vivir con ella) y apuesta por la duración gracias a su arraigo en su público lector. El año que viene, Artes de México cumplirá veinticinco años de existencia y la cultura mexicana debe celebrarlo.
Si Lectura es en su belleza un gesto contenido por la modestia, Artes de México se ha involucrado también recientemente en un proyecto de gran ambición, la aparición de Diseño gráfico en México. 100 años, libro de gran formato, bien documentado, profusamente ilustrado, que da cuenta de la evolución de esta disciplina en el siglo XX, y que se volverá referente de los profesionales relacionados con el mundo del libro. Entre tantos malos augurios, que una editorial como Artes de México se preocupe por pensar sobre su mismo acontecer es una señal que permite cierto optimismo. Si a ello se suma, en esa misma dirección, la aparición de Historia en cubierta, ensayo histórico extraordinario y divertido de Marina Garone, sobre las portadas del Fondo de Cultura Económica, y –en el otro extremo del abanico histórico– Los grabados en la obra de Juan Pablos, ambos publicados por el propio FCE, todavía mejor. Hace algunos años, editoriales independientes como Ediciones Sin Nombre, Aldus y Ediciones el Ermitaño, con sus colecciones Una pica en Flandes, Aldina y Quehacer editorial, lo habían intentado, pero con un menor alcance. Los libros, que el mercado quiere dar por muertos, gozan de buena salud.
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