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De manteles y legajos
Hay en televisión, sobre todo en la de paga, muchos programas de cocina casi siempre de buena factura en la producción, aunque es común que caigan en el olvido porque el formato es muy parecido. Suele verse a un cocinero o a una chef atareados en un foro de televisión debidamente avituallado, convertido en amplia cocina donde se nos explica cómo se preparan las delicias por las que de este lado de la pantalla uno casi pasa del antojo al empacho, la boca hecha agua. La súper especialización en la cocina se hace evidente y ahora hay programas que sólo abordan determinadas preparaciones o se esmeran en un área específica de la alta cocina: hay programas de especialistas en comidas rápidas para la familia, de expertos cocineros de postres y aun en el rubro de lo dulce aquellos que se especializan en manufactura de chocolates, o en comida japonesa, y hasta hay programas de expertos en asados campiranos con el cielo como techo y una serranía a la espalda. Que un programa de cocina destaque entre la abundante oferta de estas producciones requiere entonces una aproximación novedosa al milenario arte de guisar y, sobre todo, al de comer.
Por eso resulta de agradecer un programa que no solamente ofrezca una producción impecable, sino información y entretenimiento a manera de guarnición apetitosa. El canal televisivo y revista Elgourmet.com lanzó a principio de año un programa estupendo que combina la historia de México vista desde la perspectiva rigurosa del historiador y al mismo tiempo rescatando, de la variopinta y vastísima pléyade de sucesos históricos que consideramos dignos de ser recordados, el contexto culinario correspondiente, y bajo la conducción siempre amena del historiador y novelista Benito Taibo el buen comer, desde la frugalidad hasta la glotonería, recorre la coyuntura que memorables banquetes imprimieron en la historia de una nación entera con La historia se sienta a la mesa.
Banquete del Gral.Obregón en honor de Charles B. Warren |
Aunque La historia se sienta a la mesa es básicamente un programa de buena cocina y sibarítico disfrute, se diferencia de otros programas –incluso del mismo canal– en varios aspectos. Para empezar, su conductor no es cocinero profesional pero sí un opíparo comensal y un espléndido conversador. Los chefs que aparecen en el programa son sus invitados, y recibe también, en cada capítulo, a un historiador diferente con el que va entreverando la explicación de la situación histórica que rodeó cada comilona. Así que lo que hacen Taibo y sus invitados es recrear los menús que se degustaron en algunos momentos clave de la historia de México en los sitios en que sucedió, y aquí está otro enorme atractivo del programa: las locaciones son itinerantes. De acuerdo con el episodio histórico es la comida, la preparación y el sitio. Esto imprime un dinamismo singular al programa y lo aleja de cualquier posibilidad de repetición tediosa. Así, desde el Alcázar del Castillo de Chapultepec platicando con el director del Museo del Castillo, Salvador Rueda, mientras saltaban los elogios a las codornices rellenas que prepararon la chef Lucila Merlos y el chef Mikel Alonso, la historia se ha sentado a la mesa también en la Casa de los Azulejos, para recrear la barbacoa que comieron en su memorable encuentro Pancho Villa y Emiliano Zapata, pasando por la añeja exHacienda de Tlalpan o hacer una escala en los llanos de Apam, en Ocotepec, en la que fuera la hacienda pulquera de Leona Vicario –y recrear allí, por ejemplo, el exquisito pastel de frutas de La Bombilla, que fuera glotona debilidad y último platillo que vio Álvaro Obregón antes de ser asesinado por un fanático católico, según platica a cuadro el historiador Pedro Castro–, o aterrizar en el Acapulco perdido de Johny Weissmuller, Liz Taylor y Mike Todd, o en el Café La Habana, donde se encontraron Fidel Castro y Ernesto Guevara de la Serna o saltando muchos siglos atrás en el tiempo, para recrear el banquete de Moctezuma a Hernán Cortés –allí el estupendo Caldo de piedra– o, como el mismo comilón Benito rememora, al aroma de una exquisita carne en pulque saboreada en el patio de la Casa Azul de Coyoacán, reviviendo de mano de la chef Margarita Carrillo el festín que Frida Kahlo ofreció a León Trotsky en 1938, rondando a la mesa los fantasmas de Lev Davidovich, de Frida, de Diego entre los murmullos de esa casona entrañable.
Estupenda muestra de buena televisión, esperemos que La historia se sienta a la mesa entre en una segunda fase de producción el año próximo. Porque es televisión amena, informativa y suculenta. Provechito.
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