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Ana García Bergua
Lecturas en medio de la lluvia
En algunos lugares del mundo los veranos son territorios cálidos, soleados y alegres, pero no es el caso aquí. Si no tenemos modo de ir a alguno de aquellos sitios donde el verano existe, los chilangos nos quedamos condenados a ver la realidad a través de una cortina de agua; caminamos sorteando charcos, olvidamos los paraguas por todas partes y sumergimos los coches en lagos que se forman de un momento a otro, o las piernas en el lodo y hasta la rodilla. Es tiempo de aguas, se dice, y efectivamente el agua se adueña de todo para emborronar nuestras vidas. Además, nuestra lluvia ha evolucionado, como dicen por ahí. Ya quedó en el pasado la famosa y enervante lluvia chinga-quedito –esa que empapaba lenta, pero segura, a los capitalinos de antes. Ahora nos ataca una lluvia abusiva, guaruresca. Parece que nos la envió uno de esos capos siniestros que andan por doquier: pura golpiza de agua con el granizo incorporado cual macana o chacos.
Con tantas cosas que han pasado y siguen pasando en estas semanas, también llueve en el corazón, como dijo Verlaine. Será bueno refugiarnos, en lo posible, en el papel cálido y seco de los libros; dejar que la tormenta grite desde la calle y que el secretario de nosotros mismos se quede dando vueltas por calles sin salida en el frío internet. Les cuento de algunos libros que llegaron a guarecerse a casa y ahora me acompañan, ventanas adentro. Uno acuático, azul y melancólico: La tentación del mar, de Blanca Luz Pulido (unam/La Cabra Ediciones), que por cierto le reza a la lluvia en una de sus páginas: “Lluvia total,/ silenciadora/ llévate el insomnio y el incendio,/ inunda las ciudades/ de un nuevo mar sin nombres,/ sin cuerpos/ sin memoria…”(“Lluvia.”)
Jack London |
El libro de Blanca Luz Pulido, con prólogo de Eduardo Chirinos, es un anhelo de mar y una invocación de la infancia, un viaje en cuyas páginas encuentro un cielo de horchata y una respuesta existencial a esta lluviosa desolación:
“En esta ciudad que no conoce/ nieve ni blanca navidad ni renos/ se alternan sin embargo estaciones ciertas:/ la del polvo, la del agua,/ la de las hojas secas,/ la del cielo gris;/ y siempre nos reservan,/ aunque a veces sumergido en hollín,/ un sol que rara vez incendia/ y escasamente hiela…” (“Año Nuevo,”)
También, cosa de la época, han llovido, llueven y por lo que se ve, lloverán trancazos para largo. Para huir de estas pasiones y a la vez, digamos, evocarlas con sangre, sudor y una que otra lágrima, me acompañé de esta fantástica antología sobre el noble arte de darse de golpes siguiendo las reglas: Historias del ring (Cal y Arena), de Alejandro Toledo y Mary Carmen Ambriz. Cómo se disfrutan en estas tardes lluviosas los poemas, ensayos, relatos y fragmentos novelísticos sobre la gloria y el fracaso con la nariz ensangrentada. Empieza con el desolador “Por un bistec”, de Jack London, y se sigue con un desfile de estrellas del pugilismo literario: algunas que ya se esperan, como Hemingway, Cortázar, Dashiell Hammet, Ricardo Garibay, Norman Mailer, para continuar con narradores y poetas contemporáneos –Piglia, Joyce Carol Oates, Villoro, Samperio, Lizalde, entre muchos–, salteados con verdaderas exquisiteces, como los versos de Machado, Guillén, Apollinaire o el poeta-pugilista Arthur Cravan, el ensayo de Salvador Novo, entre muchos más. El trabajo a la vez fino y abarcador de Toledo y Ambriz da como resultado una antología exhaustiva que lo deja a uno exhausto y “pulido, fino y fuerte”, como dice el poema “Pequeña oda a un negro boxeador cubano”, de Nicolás Guillén, que figura en ella: “Y de la suiza al shadow boxing,/ de la ducha al comedor,/ salir pulido, fino, fuerte/ como un bastón recién labrado/ con agresividades de black Jack.”
Para refugiarme de la lluvia tengo también libros de visita, prestados, como estos Momentos de vida (Lumen, 1980), de la enorme Virginia Woolf, quien, como todos sabemos, encontró la muerte en el agua. En este libro se reúnen fragmentos autobiográficos que Woolf escribió en diferentes momentos. Leyéndolos esta tarde encuentro una pequeña frase que me hace pensar en lo que anunciará, en su vida, cosas abismales: “Hubo el momento del charco en el sendero, cuando por una razón que fui incapaz de averiguar, todo de repente fue irreal, quedé en suspenso, no podía saltar el charco, intenté tocar algo… el mundo entero devino irreal.”
Lluvia de melancolía y anhelo, lluvia de golpes, lluvia de revelaciones desoladas. Tenemos lluvia para rato, lo bueno es que nos acompañan los libros.
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