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J.S. Bach (I DE III)
La descalificación es un recurso usual entre los aficionados y usuarios del medio cultural. Quienes detestan la pintura abstracta dicen de las obras de Klee: “¿Y como a qué hora supo que ya era el momento de dar la última pincelada?” Los expertos hacen lo mismo. Borges dijo de Tolstoi y Dostoievsky que eran “célebres formas del tedio” y Juan Carlos Onetti deslizó un “¿y qué le ven al coso ese de Henry James?” Dentro de la construcción de un gusto estético no parece distinguirse dónde empieza la ignorancia y dónde una arrogante descalificación realizada desde el disgusto estético personal. Ningún autor ha podido librarse de diatribas, por lo que no es de extrañar que Johann Sebastian Bach haya padecido (de manera post mortem) socarronerías como la siguiente: “Bach escribió una sola obra, pero multiplicada mil cien veces.”
No me propongo entender la fuente del tedio y la monotonía estética, que origina deslices como los indicados arriba, sino indagar someramente en la variedad de la obra musical producida por el compositor de Eisenach, nacido en 1685, el mismo año que Händel y diez antes de la muerte de Henry Purcell; fallecido en 1750, seis años antes del nacimiento de Mozart y veinte del de Beethoven, lo cual lo evidencia como contemporáneo del joven Joseph Haydn (1732) y como un compositor “barroco” bastante arremetido dentro de lo que se conoce como el período “clásico” de la música.
¿Le convienen a Bach los epítetos de “barroco” y “preclásico”? ¿No es, en todo caso, un compositor tan barroco y preclásico como Händel y Rameau? Si la idea musical de “barroco” se adecua al estilo italiano, Bach no encaja del todo en ella. Si se acepta el concepto de “preclasicismo”, estrictamente todo autor previo al “clasicismo” es un “pre”, desde Monteverdi hasta Vivaldi (lo cual manifiesta la imprecisión de los prefijos a la hora de no saber dónde poner a los autores que no encajan con las clasificaciones convencionales de la historia tradicional del arte).
Con Bach ocurre lo mismo que con muchos autores (como a las otras dos Bes canonizadas por Von Bülow: Beethoven y Brahms) cuya obra desfasa la convención de las etiquetas: no caben en ellas y las rompen. Críticos y comentaristas ubican como postrománticos a Tchaikovsky y Mahler. Ambos son “postalgo” pero, como decían los abuelos: “no es lo mismo lo mesmo que lo mismo”: con lo bueno que pueda tener el ruso, nada tiene que ver con la condición profética del alemán. Bach fue compadre de Telemann y admirador de Händel, pero de alguna manera ambos le quedaron chicos, no obstante sus respectivas grandezas autorales: la Música acuática junto al puerto de Hamburgo del primero, y la Música acuática del segundo son obras maestras bajo la perspectiva de una música circunstancial que enmudece junto a la complejidad estructural de las Variaciones Goldberg, concebidas como arrullo para las noches insomnes del conde Keyserling, benefactor de Bach, según lo contado por Johann Nikolaus Forkel, quien publicó la biografía del Cantor en 1802 (conseguible en la colección Breviarios del Fondo de Cultura Económica):
“Respecto a esta obra, debemos agradecer la instigación del anterior embajador ruso ante la corte electora de Sajonia, el conde Keyserling, quien frecuentemente paraba en Leipzig y trajo consigo al antes mencionado Goldberg, para que recibiera instrucción musical de Bach. El conde estaba frecuentemente enfermo y pasaba noches de insomnio. En tales ocasiones, Goldberg, quien vivía en su casa, debía pasar la noche en la antecámara para tocar para él durante su insomnio. [...] En cuanto el conde mencionó en presencia de Bach que le gustaría tener algunas piezas de teclado para Goldberg, que debían ser de tal suavidad y de algún modo vivaces que le animaran un poco durante sus noches sin dormir, Bach vio que la mejor forma de cumplir con este deseo era mediante variaciones, cuya escritura había considerado una tarea ingrata debido a la reiteración de los fundamentos armónicos. Como para aquel tiempo todas sus obras eran consideradas modélicas, salieron las variaciones de su mano. De hecho produjo una sola obra de este tipo. A partir de entonces, el conde se refirió siempre a ellas como sus variaciones. Nunca se cansaba de ellas y, durante mucho tiempo, las noches de insomnio significaban: ‘Querido Goldberg, tócame alguna de mis variaciones.’ Bach nunca fue tan bien recompensado por sus obras como por ésta. El conde le regaló una copa de oro llena de 100 louis d’or. Aunque la recompensa hubiera sido mil veces mayor, pues su valor artístico no hubiera podido ser pagado”.
(Continuará)
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