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Barroco y tabula rasa o de
la poesía poblana actual
Alejandro Palma (México DF, 1972) ha publicado, entre otros libros, Los colores de la memoria/Percepciones sobre Elena Garro (en colaboración con Alicia V. Ramírez Olivares y Patricia Rosas Lopategui), Mosaicos de translocalidad/ Poesía en Puebla desde la Colonia hasta la actualidad, Con/versiones en la literatura hispanoamericana (en colaboración con Felipe Ríos Baeza), Eslabones para una historia literaria de Puebla durante el siglo XIX (en colaboración con Alicia v. Ramírez Olivares), y como poeta los siguientes tres títulos: Inédito, Nuncamente y Mañana. Ha escrito crítica literaria para diversas revistas nacionales e internacionales. Es editor de la revista Graffylia y ha sido becario del Conacyt y del Fonca en Puebla. Se desempeña como profesor investigador en la maestría en Literatura Mexicana de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Es director de la Facultad de Filosofía y Letras de esa misma casa de estudios. |
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entrevista con Alejandro Palma
Ricardo Yáñez
–¿Qué poetas poblanos, y por qué, te interesan?
–Mi conocimiento de la poesía escrita en Puebla fue gradual. Comencé por los maestros o amigos, y de ahí emprendí una lectura más completa. Al margen de amistades y otro tipo de factores literarios, mi preferencia de poetas es la siguiente: en primer lugar Gerardo Lino, por la afinidad que siento en su manera de proyectar el texto poético. La primera vez que leí algo de él de inmediato sentí que era el camino que por ese entonces yo también buscaba. La obra de Gilberto Castellanos me interesa por su riqueza verbal y su trabajo cuidadoso con la lengua. De Enrique de Jesús Pimentel me parece fundamental su primer poemario, Catacumbas, por su fuerza y frescura y la marca generacional que supone para la poesía en Puebla. Sigo con interés a dos maestros míos: Juan Carlos Canales y Vicente Carrera: ambos han construido una voz profunda que abreva en temas poco comunes.
Cada libro de Julio Eutiquio Sarabia es una curiosidad para mí: cuando creo que seguirá determinado camino respecto a lo último publicado, da un inesperado giro e intenta algo nuevo aunque conservando una esencia que lo particulariza. La manera en que Juan José Ortizgarcía estructura sus textos me parece interesante: preserva un sentido lírico próximo y claro. Me interesa también la poesía de Miraceti Jiménez por la temática particular que presenta. De mis congéneres leo con avidez a Gabriela Puente, poeta que arriesga, a veces con excelente fortuna, otras con no tanta, pero que busca los medios para presentar una poética personal. También me ha parecido interesante, por la noción que tiene del prosaísmo, el trabajo de Brahim Zamora. Jóvenes que sigo: Guillermo Carrera, debido a intereses y temas comunes; Alí Calderón y Miguel Ángel Andrade, a quienes he visto crecer y formarse, y últimamente a Benjamín Hernández, quien aún tiene mucho que explorar y ofrecer de su habilidad casi nata para la poesía. Otro poeta que reviso y no tiene mucho que ver con Puebla, salvo su residencia, es Víctor Toledo, que proviene de otras tradiciones y a quien le encanta profundizar en los misterios de la palabra a partir de sus transformaciones y significados.
Un poeta que abarca los comienzos de la segunda mitad del siglo XX es Antonio Esparza Ortiz, una de las puertas a nuestra modernidad y al que debiera considerarse tradición obligada de lo que se hace y hará en la entidad. Del XIX me interesan Manuel Carpio y Tirso Rafael Córdoba, poetas relegados por la república de las letras que encabezó Ignacio Manuel Altamirano. Al maestro Salvador Cruz le debo el conocimiento de Francisco Ruiz de León, un poeta del XVIII que publicó la única épica novohispana dedicada a Hernán Cortés, “La Hernandia”, poema barroco de mediados de siglo que buscó consolidar al sujeto criollo.
–De lo publicado en los últimos veinte años ¿qué libros destacarías?
–Si nos vamos un poco más atrás, digamos unos veintisiete años, nos encontraremos con Catacumbas (1984), de Enrique de Jesús Pimentel, uno de los hitos de la poesía en Puebla, que dio entrada a las nuevas generaciones con una poesía renovada en sus formas. Jóvenes que poetizaban borracheras, amoríos, búsquedas personales y aventuras literarias, que vivían lo cotidiano como signo de la universalidad insistiendo en un espíritu moderno: Vigésimo octavo (1991), de Víctor Rojas; Cerca de la orilla (1993), de Julio Eutiquio Sarabia; De la parva y otras intenciones (1998), de Juan José Ortizgarcía; Dainzú (1998), de Mario Viveros; Blasfematorio (2000), de Gerardo Lino, y además: Sobre los ríos de la maga (1989), de Ángel López Juárez; Dédalo y su resto (1989), de Fidel Jiménez; Bajo el agua (1985), de Mariano Morales y Antología i(n)necesaria (1997), de Juan Carlos Canales. Casi todas óperas primas que desbordan energía poética y marcaron la renovación de la poesía en Puebla, aunque en realidad ésta comenzó décadas antes con Antonio Esparza Soriano y José Recek Saade. A ellos debe sumarse Gilberto Castellanos y su antología casi completa, Como podar la luz (2008).
De más reciente aparición, dos libros abren la puerta a otra poesía: Destrazadero (2004), de Gabriela Puente, escrito con desenfado desde la más pura honestidad de un sujeto femenino (algo inusual en la poesía escrita en Puebla y poco visto en nuestra recatada y prejuiciosa poesía mexicana). También Imago prima (2005), de Alí Calderón, destaca por la inusitada madurez de la voz poética, capaz de encarnar epigramas latinos, textos medievales y tonos de la poesía contemporánea mexicana.
–¿Qué participación han tenido los talleres en la poesía poblana actual?
–Dos fueron fundamentales para la aparición de esta nueva generación que comenzó a publicar en los ochenta y noventa del siglo XX: el de Miguel Donoso Pareja, que se llevaba a cabo en la Casa de la Cultura, y el que coordinó Raúl Dorra en el Colegio de Lingüística y Literatura Hispánicas. Ambos dejaron cierta esencia que distinguió a los nuevos poetas. Es sorprendente el primer poemario de Julio Eutiquio Sarabia, dada su contundencia y madurez; indudablemente se nota la presencia de Dorra y su trabajo con la lengua. En la primera década de este siglo será definitoria la presencia de José Vicente Anaya para una generación de poetas como Víctor García, Guillermo Carrera y Alí Calderón, quienes afinaron su concepción del texto poético y se desarrollaron como promotores de poesía en publicaciones periódicas y antologías. Enrique de Jesús Pimentel ha hecho lo propio al formar a poetas como Gabriela Puente o Miguel Ángel Andrade. Un personaje fundamental ha sido el poeta Roberto Martínez Garcilazo desde la dirección de la Casa del Escritor. A partir de cursos y talleres gratuitos o casi gratuitos ha permitido el desarrollo de jóvenes generaciones y de gente sin mucha relación con el ámbito académico pero con interés por la poesía. La Casa del Escritor es uno de los pocos lugares que ha formado público literario en una entidad que poco se ha interesado por la generación de lectores. Martínez Garcilazo, poeta edificante, es también gestor cultural diligente. No obstante, falta más participación de los poetas consolidados para formar escuela y sembrar tradiciones poéticas. A veces la poesía en Puebla insiste en crearse de la nada y eso la pone en desventaja frente a otros lugares, como Guadalajara o Chiapas, que abrevan en ricas tradiciones.
–¿De qué manera ha participado la Facultad de Filosofía y Letras de la buap en el movimiento general de la poesía poblana?
–La mayoría de los poetas mencionados pasaron por el Colegio de Lingüística y Literatura Hispánicas. Desde su fundación en 1965, ha sido un hervidero de inquietudes; quedan infinidad de revistas, hojas volantes y antologías como testimonio. Además de la Casa de la Cultura no creo que exista otro espacio que haya proyectado tanto la poesía actual en Puebla. Raúl Dorra fue fundamental. Posteriormente otros profesores que son también poetas han formado gente. Se han abierto espacios de difusión de la poesía, como el Premio Filosofía y Letras, creado por Mario Calderón (poeta y profesor de la facultad), que va en su décima segunda emisión, y el Congreso Internacional de Poesía y Poética, que lleva once años realizándose y ha brindado una plataforma de vínculo y relación entre poetas de Puebla con los de otros lugares del país o el extranjero.
–¿Cuáles son las tendencias más notorias de la poesía poblana actual?
–Suele decirse que la poesía en Puebla es barroca o neobarroca. Lo anterior se asume tras una lectura veloz y general de sus poetas. Pero, si somos atentos, veremos diferencias abismales entre ellos, incluso entre congéneres. Cada uno ha buscado sus tradiciones y las ha reinventado en busca de una voz particular. La mayoría de los poetas que han publicado a partir de los noventa tiene una obsesión por el lenguaje expresada de manera particular. No me atrevería a marcar una tendencia o estilo definitivos en la poesía poblana porque creo que no ha existido una figura trascendental que los defina. Habría que considerar que el entorno urbano y cultural del poeta poblano citadino no deja otra manera de expresión más cercana que el adorno, el rodeo, la sobreabundancia, el ocultamiento... Pero aun el propio Castellanos en varios de sus poemas es conciso y claro. Las últimas generaciones de poetas, como Brahim Zamora, Guillermo Carrera, Gabriela Puente o Alí Calderón, parecen haberlo resuelto, cada quien por su lado, con una poesía directa que sirve para expresar, en algunos casos, un rencor escondido.
Fotos: profeticablog.blogspot |
Raúl Dorra dejó en sus alumnos el sentido del sonido y ritmo de la palabra y eso es evidente en Víctor Rojas a pesar de la gran diferencia en la composición que existe entre sus dos poemarios. Por otro lado, algunos talleristas de Miguel Donoso Pareja son más temáticos, como Mariano Morales.
Si rescatamos la larga tradición de la poesía de Puebla, que se remonta al virreinato y se afianza durante el siglo XIX ,además de formar escuela con las nuevas generaciones, podrían vislumbrarse estilos o tendencias definidas.
–¿La colección El poeta y su trabajo ¿qué tanto sigue marcando a la poesía poblana?
–Junto a los talleres de Dorra y Donoso Pareja la edición de esos cuatro tomos a cargo de Hugo Gola fue un gran acierto. Raúl Dorra estuvo detrás de dicha inquietud. Lamentablemente no he visto que los actuales talleristas o poetas consulten la compilación. Es más bien una referencia oculta de quienes hemos encontrado en los saldos de Fomento Editorial alguno de los tomos. Una verdadera pena, porque el esfuerzo que realizó Gola para brindar los fundamentos de la poesía moderna en Occidente no ha sido aprovechada por las nuevas generaciones, que como ya dije insisten, en su mayoría, en inventarse a partir de la nada.
–¿Otros textos poblanos de reflexión y crítica sobre la poesía?
–No se ha escrito mucha crítica de la poesía en Puebla. Destacaría a Roberto Martínez Garcilazo, quien en sus columnas ocasionalmente toca algunos libros; el trabajo del Círculo de Poesía encabezado por Alí Calderón y otros poetas y críticos jóvenes, como Rubén Márquez, Carlos Conde y Jorge Mendoza, que han abierto a través de internet un espacio de relación con poetas de otras comarcas. Anteriormente en la prensa destacaron Víctor García y Moisés Ramos, críticos y difusores de la poesía en Puebla. Como guía indispensable de la poesía poblana actual sobresale la antología de Juan Jorge Ayala, Ala impar, con una introducción muy acertada respecto a los poetas nacidos entre 1946 y 1966. En un plano más académico, el artículo de Mario Calderón “Desde la orilla o la generación poética de los 50 en Puebla” publicado en el número 3 de Graffylia, y asimismo el libro colectivo Mosaicos de translocalidad, donde compilé y edité ensayos que se presentaron en uno de los congresos de poesía y poética de la facultad. Por último, quiero destacar un libro de reciente aparición, Antes de dar la vuelta. La poesía que leían los poblanos (1901 a 1922), de Guadalupe Prieto, donde se aventura una especie de arqueología literaria para reconstruir un período de la cultura poblana.
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