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Veracruz, ese silencio
Para la tía Bea y su flaco prodigioso
Veracruz, región del país a la que históricamente se le cuelga etiqueta de bullanguero y jovial, ha mutado en serpollar de oprobios, en hontanar violento, en borbotón de agravios. Por las calles de pueblos y ciudades ha corrido sangre que nadie quisiera ver. Poderosos y violentos cárteles se disputan ayuntamientos de jugoso posicionamiento geográfico. La gente a veces parece actuar como si no pasara nada, pero de pronto es fácil detectar la angustia, la prisa por llegar a casa.
Veracruz es un silencio forjado a mil voces. Un discurso político hipócrita, cínico, o muy estúpido. Es una vasta mayoría de medios coludidos con la cortina del silencio que impone un gobernador que parece salido de un mal chiste. El caso de las televisoras que operan en el estado, Radio Televisión de Veracruz, tv Azteca Veracruz y Telever, el capítulo veracruzano de Televisa, suma vergonzantes ejemplos de abyección, de sumisión al poder, de connivencia turbia. La mayor parte de las estaciones de radio en el estado no son mejores: salvo algunas excepciones repetidas de programas emitidos en el Distrito Federal y un puñado de manifestaciones críticas, el resto es oropel, loas al poder, basura comercial.
En los medios impresos locales y sus símiles cibernéticos la cosa no mejora. Aun empeora: se multiplican los pasquines y semanarios que se llaman a sí mismos “periodismo”, pero que no hacen más que ensalzar la inflada figura de Javier Duarte, el gobernador salido de una oscura grieta del sexenio de Fidel Herrera y que ya empoderado no ha hecho sino demostrar una comprometedora incapacidad de gobierno que ha buscado paliar con acercamientos al gobierno federal de un régimen cuyos estertores ya se sienten y contagian.
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Los medios en general, en lugar de ser instrumentos de información para el pueblo, han estado sumándose al cerco de hierro. La rumorología, herramienta alternativa de información para mucha gente que escucha una balacera y al día siguiente corre a comprar el periódico para encontrar solamente declaraciones optimistas sobre turismo o economía, ha encajado fuertes golpes porque, es cosa sabida, el gobierno estatal –aunque después la Suprema Corte echaría abajo el despropósito pero de eso poco se vio, también, en los medios locales–, echó mano de un subterfugio autoritario para castigar el rumor con cárcel. Sitios de internet que se dedicaban a reportear los episodios de violencia que brotan por todos lados han sido intervenidos, echados abajo, sacados del aire o, en el mejor de los casos, objeto de amenazas y de intimidaciones. Que fueron los de un cártel, se dice; que no, que fueron empleados del gobierno estatal al que mucho molesta la difusión de ciertas informaciones, se acusa, y la realidad es este silencio, este hablar de otra cosa como si nada pasara.
Pero no se trata sólo de ocultar yerros y abusos que genera una guerra que nadie pidió (es indignante que los marinos llegan erizados de armas, altaneros, broncudos, encapuchados como los criminales que dicen combatir, a bancos y supermercados; que tomen barrios y se porten arbitrarios con los pobladores, como si el enemigo fuera el peatón). También se callan otras cosas, se ordena el silencio que circunde otros asuntos, el mutismo que los vaya llevando al olvido, como que la central nucleoeléctrica de Laguna Verde tiene graves problemas de funcionamiento y supone riesgo letal y latente, o la criminal manera en que talamontes en la sierra, o mineras extranjeras en la sabana –peligrosamente cerca, por cierto, de la misma Laguna Verde– arramblan con lo poco de verde que le queda a la región, implementando procedimientos de extracción que en sus países de origen –Canadá, verbigracia– están prohibidos por sus consecuencias terribles de erosión y envenenamiento de la tierra.
Tampoco se habla de la corrupción, del enriquecimiento inexplicable de politicastros que hace tres años no tenían para pagar su hipoteca y hoy, con seis o siete camionetas de lujo en la cochera, compran otra de más de un millón de pesos, porque sí, porque pueden hacerlo en un estado en que hay escuelas derruidas y niños en pueblos y periferias que se mueren de amibiasis. Nadie habla de esos atorrantes crasos imbéciles, de su despotismo, de su leche agria.
Nadie menciona la prostitución infantil en Coatzacoalcos, en Tuxpan, en Boca del Río. Nadie habla de migrantes secuestrados y descuartizados. Hay silencio. Pero anuncios en la tele que muestran gente alegre. Carnaval. Harta cerveza y refrescos. Bulla. Eso sí.
Siempre.
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