Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Lunes 26 de diciembre de 2011 Num: 877

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Barroco y tabula rasa o de la poesía poblana actual
Ricardo Yáñez entrevista con Alejandro Palma

Caras vemos,
sueños no sabemos

Emiliano Becerril

Dos prendas
Leandro Arellano

Un sueño de manos rojas
Bram Stoker

Kennedy Toole,
el infeliz burlón

Ricardo Guzmán Wolffer

Columnas:
Galería
Alejandro Michelena

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Perfiles
Enrique Héctor González

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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Héctor Mendoza, teatro para el atril

La edición de las Obras completas, de Héctor Mendoza y el Teatro, de Vicente Leñero, fueron los acontecimientos editoriales más importantes de 2011. Me ocupo ahora de las obras de Mendoza, una edición en tres tomos realizada en conjunto por la unam, la Universidad de Guanajuato, Ediciones La Rana y Ediciones El Milagro como el motor del proyecto.

Aunque el colofón indica que se terminó de imprimir en octubre de 2010, la difusión y circulación de los tomos se inició en 2011. Impulsada en parte por la muerte del dramaturgo, nos obliga a recapitular sobre su legado, así como el alcance de su obra entre nosotros en tanto público, lectores y partícipes de los hechos que suscita lo escénico y literario.

Se han reunido cuarenta y seis obras signadas por el espíritu admirativo que rendía a Mendoza hacia los temas tratados bajo la mirada de la tradición, del mundo clásico de Grecia, Roma y el Siglo de Oro. Todo con un aliento mexicano, instalado en lo contemporáneo y en lo postmoderno (mucho antes de que el concepto se consolidara y difundiera).

En el primer tomo se proponen veinticinco obras, con Las cosas simples como apertura, hasta la pinza que se cierra con La desconfianza. Hay una presentación sin crédito, supongo que es de David Olguín como editor de El Milagro, en la que son enumeradas en este orden algunas cualidades de Mendoza:

“Impone modas y modos y no se subyuga ante ninguno, es autoridad para generaciones de actores y directores”; “es una figura paterna imponente y adorable”;  “Serio, reservado, observador”;  “ingenioso y mordaz sentido del humor”;  “dramaturgo, director y pedagogo”;  “merece un sitio tan sobresaliente o más que muchos otros escritores en la cúspide”;  “una vida entregada a la búsqueda formal en el amplio espectro del realismo a la farsa, la adaptación libérrima de los clásicos, la fabulación de temas originales, en una amplitud de intereses que va del despunte de la consciencia y el florecimiento del erotismo durante la juventud… a las fronteras de la percepción humana”;  “continuo diálogo entre el escéptico innovador y el místico”.

Características de una presencia que si bien estuvo auroleada por un conjunto de mitologías de culto al maestro y a la personalidad, tienen como legado el abordaje de lo clásico en qué consiste nuestra sujeción y nuestro espacio de libertad ante el peso también de los temas clásicos ligados a la tradición judeocristiana, por una parte, y por otra al mundo que se ha independizado de Dios y ha construido finalmente la República, el espíritu de las leyes, la cientificidad y la subjetividad, como un inacabado criterio de verdad.

Tengo alta estima por el trabajo ensayístico y como periodista de Luz Emilia Aguilar Zinser; sin embargo, la introducción del primer tomo, si bien es un trabajo muy enterado de la vida de Mendoza (titulado Esbozo biográfico), está lejos del rigor que se propone. Ha omitido el registro de las referencias documentales, condición que, en este caso me parece fundamental tratándose de un personaje polémico. Es un esbozo biográfico con acotaciones sin sustento informativo evidente, quedan como mera opinión (“…el trabajo de Héctor Mendoza resulta inclasificable”) y de algún modo traicionan al género, colocándose más cerca de la especulación que de la indagación (toma con pinzas las anécdotas de su paso por Televisa y tv Azteca), aunque sea en los raquíticos archivos teatrales que existen en México.

En los dos primeros tomos las obras aparecen cronológicamente; en el tercero, Luis de Tavira, bajo el título introductorio La sonrisa del maestro, cinco dramas en una conversación sobre el arte de la actuación, propone una lectura singular de Actuar o no, La guerra pedagógica, Creator principium, El burlador de Tirso y El mejor cazador, donde afirma que son textos que exigen la representación y que cada uno a su modo son propuestas y visiones sobre el quehacer del actor.

El ensayo de Luis de Tavira es breve, pero condensa una sabiduría sobre los tres ámbitos de lo escénico vinculados a la literatura y al guiño escénico que propuso Mendoza en su obra: lo dramatúrgico, lo actoral y el trabajo de la dirección que se insinúa en el espacio tradicional de la acotación. De Tavira, frente a un posible espejo, sostiene que estas obras no serán comprendidas a cabalidad si no son escénicamente realizadas por los actores a cuya zozobra existencial están dedicadas porque  “en el arte del actor se oculta la esencia de la vida”.  Obligada lectura.