Portada
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Bazar de asombros
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Bitácora Bifronte
Jair Cortés
Un campanero de
Agustín Yáñez
Roger Vilar
Puerto Rico, autonomía universitaria y dominación colonial
Héctor Lerín Rueda
La revolución de
los indignados
Majo Siscar
La movilización de
los desplazados
David Fernández
El 15M: la hora del despertar
Luis Hernández Navarro
Para entender el 15M
Luis García Montero
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Guanajuato 14 (II Y ÚLTIMA)
Los siguientes son algunos otros de los cortometrajes incluidos en la Sección oficial de cortometrajes de ficción México del GIFF, es decir la edición catorce del formerly Expresión en Corto (se usa la palabra anglosajona para mencionar la necesidad de que el GIFF haga cuanto pueda para alcanzar su cabal castellanización, pues la constante mezcla idiomática en conferencias y ceremonias, y a veces incluso la primacía del inglés –menos mal que ya no en subtitulajes–, lo único que consigue es dejar fuera, en el sentido más amplio, a gran número de público asistente).
Mientras prepara su primer largometraje de ficción, Samantha Pineda se dio tiempo para filmar un guión suyo y de Davy Giorgi titulado El pescador. Una factura impecable por lo que hace a la cinefotografía, el diseño de producción, la edición y la musicalización no es aquí, como sucede en otros cortos, la mayor cualidad, la única notable o, peor aún, la principal ausencia, sino que la calidad mostrada es nada más que la necesaria base para dar sustento a una historia valiosa no tanto por su originalidad sino por el tono con el que ha sido abordada. Trátase aquí de un hombre envejecido y solitario, un pescador que año con año, cada día de muertos, evoca al amor de su vida, una mujer ahogada en el mar muchísimo tiempo atrás, cuando ambos eran jóvenes. Los actores Rubén Pablos y Cassandra Cianguerotti tienen a su cargo, y salen muy bien librados, la totalidad del peso dramático de esta trama mínima de ritual amoroso/memorioso entre un vivo y una muerta, aderezado de tintes fantásticos pero, sobre todo, de una ternura ciertamente inusual en ejercicios fílmicos de esta naturaleza.
Los amores ridículos |
Atmósfera es el ejemplo más reciente del dominio icónico y el gusto por la composición de cuadro precisa y altamente estética de Julián Hernández, que lo mismo filma largometrajes que cortometrajes pensados para que se integren a un largo, que cortos de total autonomía narrativa, como es el caso. Con guión de Ulises Pérez, Sergio Loo y él mismo, Hernández eligió los territorios de la alegoría para hablar de la paranoia colectiva vivida recientemente en México, a raíz de la supuesta pandemia de influenza que, se suponía, era capaz de una devastación sanitaria. Confinados a un ámbito arquitectónico tan espacioso como laberíntico, los personajes –encarnados en Damayanti Quintanar, Harold Torres y Guillermo Villegas, hieráticos a más no poder–van y vienen, se persiguen, se atisban, encuentran y desencuentran mientras una voz en off no para de advertir sobre los tremendos peligros de cualquier tipo de contacto corporal. Alegóricamente también, la liberación del grupo –y la catarsis de la historia– consiste en el triple gozo de una huida a la playa, un desnudamiento corporal espontáneo y por completo alejado de cualquier intención erótica, y un retozo entre las olas del mar cuyo tono candoroso es reforzado por una tonadilla sesentera que, al mismo tiempo, le permite al director la evocación de tiempos fílmicos que le son caros.
No obstante su duración, relativamente larga con sus diecisiete minutos y medio, la estudiante del CCC Lucero Sánchez Novaro no alcanzó, en Miel, a establecer las suficientes condiciones para que esta historia, escrita por ella misma, de dos adolescentes que buscan escapar juntas de su realidad, trascendiera los meandros de la obviedad narrativa y el convencionalismo dramático. No ayudan los personajes, meras y mínimas colecciones de conflictos cansina y poco creativamente asociados a todo adolescente, ni las actrices –Daniela Valentine y María Deschamps–, limitadas por sí mismas o por la directora a la interpretación aplanada, ansiosa de un sotto voce que diera al mismo tiempo contención y reflejara conflicto interno, pero que se atoró en la simple inexpresividad.
Los amores ridículos, de Rafael Ruiz –guionista y director– exhiben, en su trompicado apresuramiento secuencial, una generosa colección de los lugares comunes relativos a las relaciones de pareja, regularmente asociados a la inexperiencia vital y que, puestos en una película a manera de hilo conductor o de sustancia, convierten a un corto como éste –de extensos casi dieciocho minutos– en un auténtico tour de force para el espectador, obligado a apurar copas de candidez mezcladas con tragos de aspiraciones eróticas posiblemente jamás cumplidas, verbigracia una novia que literalmente goza emputeciéndose para un novio que, de otro modo y a juzgar por lo que se cuenta, de otro modo no le prestaría la menor atención.
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