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Juan Domingo Argüelles
Jorge Valdés Díaz-Vélez: Mapa mudo
Con lucidez y emoción, Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, Coahuila, 1955) ha venido construyendo una obra poética de gran originalidad, a la cual suma ahora otro de sus libros de madurez, Mapa mudo (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2011), en cuyas páginas sobresalen sus mayores virtudes: inteligencia, emoción, claridad de expresión y rigor formal.
Incluido en la colección Vandalia, Mapa mudo mereció el Primer Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado que convoca el Instituto de la Cultura y de las Artes del Ayuntamiento de Sevilla, en coordinación con la Fundación Caja Rural del Sur y con la colaboración de la Fundación José Manuel Lara.
Dividido en cuatro secciones (Extranjería, Sol poniente, Cartas portulanas y Archipiélago), Mapa mudo continúa la obra poética que, desde 1988, emprendió Valdés Díaz-Vélez, con libros como Aguas territoriales, Cuerpo cierto, La puerta giratoria, Jardines sumergidos y Cámara negra, todos ellos reunidos, en 2007, bajo el título general Tiempo fuera (México, UNAM).
A decir de Vicente Quirarte, “desde su primer libro, Jorge Valdés Díaz-Vélez logró encontrar un tenso y justo equilibrio. Con ciencia y paciencia ha sabido consumar la difícil tarea de que la poesía surja como torrente y luego se convierta en una transparencia: pasión domada, mas fiel a su esencial rebeldía”.
En efecto, la obra de Valdés Díaz-Vélez pertenece, por rigor, a una poesía de la forma que ha sabido cultivar la métrica regular, el soneto y otras modalidades clásicas; sin embargo, el agua contenida por estos diques formales conserva, a la par, claridad y un poco de turbulencia, para mostrar que la poesía no es nada más, como creen algunos, un simple instrumento verbal, sino también una parte (y un parte) de vida.
Poeta vital, en la medida en que hay que reivindicar este epíteto que los poetas del malabarismo y la pirueta pronuncian con sarcasmo, Valdés Díaz-Vélez no se anda por las ramas. Sabe nombrar sus sueños y sus deseos, pero también sus realidades. Pienso que con su libro Los alebrijes (Madrid, 2007, Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández) inauguró una nueva etapa en su obra poética, más libre (aunque no menos rigurosa), más abierta al mundo, pero sobre todo más abierta a su propio universo en relación con lo que Ortega y Gasset llamara su “circunstancia”.
En esta segunda etapa de su poesía, Valdés Díaz-Vélez ha publicado también Kilómetro cero (México, 2009) y Otras horas (Santander, 2010). Mapa mudo constituye, a mi juicio, el momento más claro, más sólido y más libre de esta poesía de la vida y de la realidad que nombra constantemente lo que es y lo que desea ser el poeta, entre José Gorostiza y Ezra Pound (epígrafes centrales de este libro), entre Paul Valéry y Nerval, pero sobre todo entre la poesía misma y la vida, entre lo que se lee y lo que se goza y sufre, entre lo que nos dan la literatura y el arte y lo que nos ofrece la diaria existencia: más que incompatibilidad, complemento.
Jorge Valdés Díaz-Vélez no vive nada más para la poesía, sino que vive, entre otras cosas, para la poesía. La poesía, en su caso, es constancia de que ha vivido y deseo de vivir. No es tampoco el poeta del arte por el arte mismo o de esa contradicción inexpresable llamada “poesía pura”. Lo que escribe él es otra cosa: pura poesía porque es vida pura, como en “Urban blues”: “No es la impureza de las calles/ ni la mañana en que agonizas./ No es la ciudad lo que te mata./ La del amor que se corrompe/ en las fachadas de neón,/ la que violenta los latidos/ del aire intoxicado. No/ es el horror que tu silencio/ trató de alzar en sus escombros. [...] No es tu ciudad la que tú crees/ que aprieta el nudo corredizo,/ o hunde el metal por donde pasas/ ajeno a su esplendor, ausente/ de ti, muriéndote de vida.”
Jaime Sabines escribió un apotegma al hablar del enamoramiento: “No es que muera de amor, muero de ti.” Y el sabio Montaigne nos avisó que no morimos por estar enfermos, sino que morimos porque estamos vivos. Así entiende el amor, la poesía, la vida, la dicha y la desdicha Jorge Valdés Díaz-Vélez. En este su nuevo libro, Mapa mudo, nombra con exactitud lo que muchos aún no comprenden: “Nadie nos dijo que sería/ fácil andar sobre esta tierra.” Alcanzar tal certeza ya es un principio para comenzar a comprender que la poesía no es, nada más, un juguete verbal o un pasatiempo. Es, sobre todo, “la música de un pájaro/ perdido, aquí en el pecho”.
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