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Nueva ortografía española (IV Y ÚLTIMA)
La tercera modificación relevante alrededor de las polémicas (y novedosas) reglas de acentuación es la siguiente:
3. Pérdida del acento en la letra “o” internumérica. Tradicionalmente, la “o” se acentuaba al colocarse entre dígitos para evitar su confusión con el número cero: las Academias de la Lengua juzgan que el uso extendido de las computadoras evita ese desorden.
Algunos estudiosos consideran estos dictámenes como una bendición; otros –más tradicionalistas–, como una simplificación insensata: ¿qué ocurre con la gran cantidad de personas que, en el universo de los hispanohablantes, no tiene acceso a las computadoras? ¿Y si, con ese afán reduccionista, restáramos la “z”? Quedaríamos en veintiséis letras. ¿Menos la “q”?: veinticinco, porque entre sumas y restas se ha preferido la “k” visigoda a la “q” latina (anteriormente, la “q” se usaba para escribir palabras como Qatar, Iraq o quórum; ahora, la “q” sólo se podrá emplear frente a “ue”, “ui”, como en “queso” o “quiso”). Por lo tanto, de ahora en adelante, deberá escribirse Catar, Irak y Cuórum. Insistir en las grafías antiguas se considerará tan extranjerismo como escribir New York en lugar de Nueva York (al final de este párrafo, me pregunto: ¿por qué no Irac?)
En ese afán de restas, de una vez podría exiliarse a la extranjerísima y antigua dobleú, que es la actual doble uvé, con lo cual se llegaría a la grandiosa constricción de veinticuatro grafìas en español. ¿Para qué molestarse con Wagner y Wenceslao si puede escribirse Bágner y Güenseslao?
Dejo aquí lo que es una reductio ad absurdum. Parece ser que el mismo Gutiérrez Ordóñez fue consciente de que los “cambios”, a los que no quiso calificar como “reformas”, podrían ser resistidos por algunos hablantes –yo diría: escribientes– del español (vayamos a los eufemismos políticos: ¿cuál es la diferencia entre “algunos”, “varios” y “muchos”?) Y estaba en lo correcto: desde el día siguiente, diversos medios calificaron de “vergonzosas” las modificaciones, señalando que la RAE buscaba crear “un español para analfabetas”. ¿Será?
Como la misma Academia sabe “que no es fácil adaptarse a los cambios en la ortografía”, ha explicado, mediante sus voceros, que “las nuevas reglas son consecuencia de un estudio que se viene realizando desde hace varios años”, pero eso no aclara si las nuevas reglas ortográficas son del todo normativas o descriptivas: el tono admonitorio de algunos pasajes del documento dejan claro que las nuevas reglas ortográficas tienen un carácter normativo; otros, más conciliadores, dejan suponer un carácter descriptivo. El señor Gutiérrez Ordóñez también lo explicó al periódico El País: “La nueva ortografía busca ser razonada y exhaustiva pero simple y legible, con especial énfasis en la coherencia con los nuevos usos que le dan los hablantes” (insisto en preferir, por precisión terminológica, los términos “usuarios”, o “escribientes”).
¿Cómo afectan estas disposiciones a la enseñanza de la lengua escrita? Los mecanismos de respuesta pueden ser los siguientes: acatarlas y ejercer de inmediato el nuevo canon ortográfico, conocerlas y discutirlas, meditarlas y entenderlas antes de cambiar modelos tradicionales de la enseñanza ortográfica, o ignorarlas y seguir adelante con los esquemas “arcaicos”…
Lo que sigue es una discusión fructífera de la “nueva” ortografía antes de aplicar sus mejores y visibles cambios. Las academias y universidades tienen la obligación de razonar la nueva ortografía española. Los profesores de primeras letras (educación preescolar y primaria) tendrían que recoger lo anterior y difundirlo, junto con los de bachillerato y licenciatura. Los medios escritos (editoriales y prensa) deberían discernir y ejercer el nuevo canon. ¿Alguien recuerda cómo se aceptó universalmente que la preposición “á” dejara de acentuarse en el siglo XX? Los medios impresos han influido en algunas de las nuevas medidas ortográficas y a ellas les correspondería practicar (no mediante la divulgación, sino por el ejercicio cotidiano) esa “nueva” ortografía.
De alguna manera, apocalípticos o integrados, rebeldes con o sin causa, los usuarios del lenguaje escrito en español somos los ortonautas de una desmesurada grafipista (como le hubiera complacido decir a cierto despreciador del Diccionario de la RAE –al que llamó “cementerio”, en Rayuela–: Julio Cortázar, transgresor de -ías y -turas desde sus poco ingenuas palabras de cronopio –palabra, por cierto, no recogida en el diccionario mencionado–) a quienes toca descifrar declaraciones como la siguiente: ¿vine solo a coger?
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