Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 31 de julio de 2011 Num: 856

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Beirut, cultura y gastronomía

Dos poemas
Joumana Haddad

México y Líbano
Hugo Gutiérrez Vega

Líbano: en busca del equilibrio
Naief Yehya

Líbano, el país de la miel y la leche

Georges Schehadé: poeta y dramaturgo
Rodolfo Alonso

Dos poemas
Georges Schéhadé

Breve elogio de Amin Maalouf
Verónica Murguía

Actualidad de Gibrán Jalil Gibrán
Juan Carreón

Dos poemas
Gibrán Jalil Gibrán

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Ana García Bergua

Una familia de árboles

Un poema en prosa de Jules Renard, traducido por Juan José Arreola, habla de una familia de árboles al borde de una llanura quemada por el sol:  “Estos árboles acabarán por adoptarme. Y para merecerlo aprendo lo que hace falta saber: Ya sé mirar las nubes que pasan./ Sé quedarme en mi sitio. Y sé casi callarme.”

De su pertenencia a esta familia nos cuenta la poeta, traductora y ensayista Blanca Luz Pulido en el libro Una familia de árboles (Rayuela, Diseño Editorial, 2011), libro muy peculiar, pues fue editado especialmente como regalo en Guadalajara para conmemorar el Día Mundial del Libro, que se celebró el pasado 23 de abril y es la historia de las lecturas, o más exactamente, la biografía de Blanca Luz Pulido como lectora.

Yo estoy convencida de que hay una especie de encantamiento que lo convierte a uno en un lector, un camino de piedras o de migajas como el de Hansel y Gretel, diría Blanca, que desde pequeños nos va llevando de un libro a otro a lo largo de la vida. Y precisamente, Una familia de árboles nos guía por ese recorrido de piedrita en piedrita, desde los sencillos “cuentos” o cómics con que la lectura comenzó a tentarla en su temprana infancia –al igual que a muchos de nuestra generación–, hasta aquel misterioso, casi aromático anaquel del segundo piso de la Librería Zaplana donde se ubicaban los libros para lectores adultos, y que se le antojaban lejanos, mayores, una especie de cielo de lecturas:  “Tal vez mi vida posterior, mi fascinación por los libros, las lenguas, las traducciones, nació de esa imagen de un mundo de lecturas inacabable y privilegiado. Tal vez, al cabo de los años, todo lo que he hecho ha sido acercarme a esa escalerilla, subirla y llegar al segundo piso para empezar a leer, sin miedo a ser expulsada del paraíso, las obras custodiadas por los altos estantes.”

Esta niña que mira hacia arriba, al segundo piso deseado de lecturas, se convierte, páginas adelante, en una escritora formada y consistente que nos va ofreciendo, como quien señala manjares escogidos, los poemas y textos en prosa de las literaturas que la han ido atrapando a lo largo de la vida: los territorios de la literatura mexicana por donde ha cruzado su vida lectora, en especial Ramón López Velarde; las obras de la poesía peruana del siglo xx, desde Eguren hasta Eduardo Chirinos, o la literatura portuguesa, de la que ha traducido ya varios libros de poesía pues vivió un tiempo en aquel país, entre muchos otros, esencialmente de habla hispana.

Este viaje que Blanca Luz Pulido nos propone a través de sus lecturas es uno posible entre los muchos que, evidentemente, podría hacer una lectora infatigable como ella. Y es interesante ver que muchas de las lecturas que esta poeta amante de los pájaros –como prueba Al vuelo, su libro más reciente–, hablan de lo, por decirlo así, aéreo, intangible: la luz, el aire, la ausencia o la sombra. “¡Oh, las sombras de los cuerpos que se juntan/con las sombras de las lágrimas!”, afirma José Asunción Silva. “La sombra brota de mi pluma”, dice Jorge Eduardo Eielson. En esa inmaterialidad, la inmaterialidad de la palabra, se destruye y brota el mundo entero: “...morirá la calle donde estuvo el letrero,/y la lengua en que fueron escritos los versos,/morirá también el planeta que gira donde pasó todo esto./ En otros satélites de otros sistemas algo como gente/ continuará haciendo cosas como versos y viviendo...”, escribe Pessoa.

“La lectura y la reflexión incesantes, sin darnos cuenta, han empezado a borrar las delineadas, estrictas fronteras entre los demás y nosotros, y se nos ocurren líneas, capítulos, versos que alguien ya escribió antes y nosotros leímos. Porque hay frases que de tal forma fueron aprehendidas, amadas por cada una de nuestras fibras, que ahora se reclaman como nuestras. Nos vamos disolviendo lentamente, pero cada vez con más fuerza, en las palabras ajenas”, afirma Blanca Luz Pulido. De la alquimia, siempre misteriosa, entre estas palabras ajenas, y la vida y las experiencias propias, surge la obra de un escritor, alimentada por todos aquellos caminos de papel que se transmutan en aire y en luz. Por estos caminos seguimos a Blanca Luz Pulido, en un libro que es una franca delicia de amenidad y profundidad simultáneas, un retrato cogido al vuelo de una vida de palabras y que me hace pensar en su poema “Instantáneas”, del que recojo estos versos: “Como si fueran aves,/ las palabras se reúnen en familias./ Y sólo puedes oír / las que se dejan ver”