Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora Bifronte
Ricardo Venegas
Hablo...
Manolis Anagnostakis
Ritual
Salvador García
Con la música a otra parte (la lírica migrante queretana)
Agustín Escobar Ledesma
Fechas como cortes
de caja
Raúl Olvera Mijares entrevista con Rafael Tovar y de Teresa
El otro Melchor
Orlando Ortiz
Del imaginario y
otras teorías
Natacha Koss
Se toca lo que se escucha
Alain Derbez
Leer
Columnas:
El sobreviviente
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Corporal
Manuel Stephens
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
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Felipe Garrido
Lecturas
El librero de mi padre era una canasta que tenía unos cuantos libros. Estaba en el fondo de la casa, en un cuartito donde había leña, trapos, ratoneras, jaulas para pájaros y un rifle. Allí me encerraba todos los días, apenas estaba libre, y sacaba, con asombro, libros olvidados, disparejos, manchados por cagarrutas de moscas y de palomas; para mí estaban llenos de sorpresas y maravillas. Leía en un lado y en otro, no siempre entendía, me cansaba, volvía a probar, agitado por un arrebato impaciente, en aquellos mundos de poesía, aventura e historia. Leía, fantaseaba, reflexionaba, intentaba adivinar. Aquellos libros eran sagrados y tomaba muy en serio lo que decían. No distinguía entre historia y leyenda, entre hechos y fantasía. La realidad no era la de la escuela, la calle, la casa, sino la de los libros.
Debo a esos libros mi pasión por las ideas y las historias, y la certeza de que los hombres son casi todos canallas, cuando no imbéciles. |