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Del imaginario y
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Se toca lo que se escucha
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Se toca lo que
se escucha
Alain Derbez
1. Se toca lo que se escucha, lo que se ha escuchado desde el vientre materno y lo que al salir de ahí fue nutriéndote, hasta que llamó más tu atención, ¡y tanto!, que voluntariamente optaste por intentarlo, hacerlo. Luego decides, te decantas. Pero lo que es inevitable es que sigues tocando lo que escuchas y como lo escuchas, como fuiste aprendiendo a escuchar lo que escuchaste.
2. Un jazzista (1954) defeño de los primeros sesenta que optó por serlo luego de que el rock y la música brasileña con sus Zappa y sus Elis Regina desbancaron a los boleros del entorno y a la música académica gracias a que en la familia alguien le daba presencia, va a tocar –sobre todo si, como él, descubre su ser autodidacta–, va a sorprenderse tocando, tras tardes de King Crimson, a los recién descubiertos mezcladores de jazz y rock Weather Report o Return to Forever a su particular modo de jazzista mexicano y chilango en años tropicales y rocanroleros, los sesenta, donde la Revolución cubana hace que las fiestas sean más de oír que de bailar y los primeros yeyés venidos de la pérfida Albión han expuesto las caderas de Elvis al ataque matrero edulcorado de Pat Boone.
3. El jazzista mira que sus hermanos menores, rockeros como él, Enrique y Fernando, entrados al jazz que no desdeña al rock, cuentan con una hermana, Cecilia, y una prima Maru, que optan por hacer en los ochenta esa combinación de extraño texto comprometido con la búsqueda y la música comprometida con la experimentación, sin que por ello las raíces del mestizaje se obvien, y ellos deciden que eso no es bien a bien lo suyo. Ellos tocan, así lo anuncian, jazz-rock hecho en México con todo lo que han aprendido desde la infancia en ese lugar frente al sur de la capital, donde ahora ves a ese hombre que canta como Cat Stevens y al rato oirás “Chicken” o alguna composición original.
4. Se toca lo que se escucha. Otros, desde los veinte, han buscado llevar lo que entienden como música mexicana hacia su quehacer, tocado con la influencia de lo que entienden que es el jazz en México, y ahí están los rollos de pianola y las partituras y los fox-trots bailados en salones de barriada, y el director de la Orquesta Típica de México acusando a los jazzistas mexicanos de “hacer música con los pies para los pies”, en un gobierno obregonista que tuvo un ministro de Educación que en sus memorias y sin ambages confiesa que, al “jazz como a los toros”, los prohibió vasconcelianamente por ser asunto de salvajes. Y estas informaciones que probablemente a nuestro jazzista no le interesan, no se erigían como alternativa, y sí se miraban con un enorme prejuicio producto precisamente de la desinformación escudada, entre otras cosas, en la parafernalia generacional. Y sin embargo, luego nuestro jazzista significará un punto de quiebre de esa parafernalia generacional.
5. Y se toca lo que se escucha y lo que se empieza a conocer al ampliar con avidez nutrientes y perspectiva. Y entonces nuestro jazzista, que se decantó por el piano abandonado sobre la aprendida guitarra, conforma, luego de Blue Note (1975), con sus hermanos y el saxofonista Alejandro Campos, en el ’76, un grupo con nombre maya: Sacbé. Y con el tiempo se irá a Estados Unidos por las acostumbradas sinrazones domésticas, y grabará discos donde lo mismo habrá nombres en náhuatl que nombres de avenidas de Los Ángeles.
6. Tocar “mexicano” no es una prioridad a declarar porque se toca el mundo desde lo aprendido, lo que los intereses particulares conducen a tocar. Y las perspectivas se amplían por asuntos de cultura y de sed más allá de un jazz mexicano –donde finalmente, sobre todo gracias a la presencia de un lugar como el desaparecido El Arcano, se empieza, sin prejuicios, a conocer a los actores de momentos distintos–, y más allá incluso del jazz, nuestro jazzista encuentra la llamada “música de concierto” para verter su creatividad y lo hace con fortuna, tino, calidad y éxito, y claro –que como México no hay dos– envidias y regateos. Y en ella se hallarán elementos obviamente venidos desde el jazz, pero también desde la mexicanidad que Revueltas ya había propuesto. Y nuestro jazzista suena “mexicano”, pero no son tampoco sus intenciones declararlo. Y si el holandés Willem Breuker se preocupa por llevar desde el jazz el Sensemayá a los escuchas, como antes el inglés Graham Collier llevó, gracias a Lowry, el Día de los Muertos a los jazzeros pagos, nuestro jazzista también hará un ballet para ese 2 de noviembre, y pensará en sinfónicas y escribirá para ellas y no podrá, aunque declare arrebatadamente que quiere hacerlo, por ser difícil aquí continuar en ello, dejar a un lado el jazz. Y habrá reencuentros, reapariciones, recuentos para no dejar que los viejos acetatos se olviden faltos de aguja, y por ahí un disco con el percusionista Antonio Zepeda que desde hace mucho se ocupa en averiguar cómo sonaban los instrumentos prehispánicos, ahora en un contexto electrónico (“I sing the teponaxtle electric”) y así, sin que “lo mexicano” sea un prurito prioritario, aunque eso mexicano que nuestro jazzista del DF escuchó y siguió escuchando ávido de escuchar está ahí...
7. Por ahí va la historia, así que qué importa que haya una declaración más sobre si el jazz, viejo tópico que probablemente sea tomado para cabecear una noticia y hasta ahí. ¿Importa? Uno toca lo que escucha y Eugenio Toussaint escucha, toca lo que aquí, desde aquí escucha y ha escuchado y lo que ha compuesto, y que está consultable en alguna de las ediciones del Real Book. ¿A qué le tiras cuando –la letra va sin tilde– suenas mexicano? Respondamos… Acerquémonos.
8. Se toca lo que se escucha y se lee y no se quiere creer esa noticia: ha muerto Eugenio Toussaint el 8 de febrero del 2011. Recuerdo a Escher con sus puentes posibles-imposibles hacia todas partes. Pienso en Eugenio. Cierro los ojos y el cuadro de Escher ya no está... Escucho a Eugenio: el cuadro sigue ahí. Se toca lo que se escucha... Escucho.
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