Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora Bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova
El accidentado viaje
de Óscar Liera
Raúl Olvera Mijares
John Irving, la lupa estadunidense
Ricardo Guzmán Wolffer
Ver Amberes
Rodolfo Alonso
El cráneo crepitante
de Roger Van de Velde
La vida privada y
la vida pública
Laura García entrevista con Gustavo Faverón
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Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
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Felipe Garrido
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Felipe Garrido
Un obispo
Dijo el rey que cuando un hombre de la Iglesia cometiera un crimen secular debía ser juzgado por una corte secular, y el obispo no lo aceptó. El rey quiso obligarlo a que le jurara obediencia, pero el obispo se opuso con rabia, dejó el reino y buscó el amparo del rey vecino; y el del Papa, de paso, que estaba allí exiliado porque los cardenales se habían conjurado en su contra. Cuatro años permaneció el obispo bajo la custodia del rey vecino y del Papa y, cuatro más tarde, cuando pareció que hacía las paces con su soberano, volvió a la corte. No tardó, sin embargo, en enemistarse con el monarca, porque el obispo quería seguir mandando dinero al Papa. Y fue entonces, dicen, cuando el rey dijo aquello de “¿Quién me va a quitar de encima a este entrometido?” Cuatro caballeros fueron a la catedral, asesinaron al obispo, recibieron honores... y hoy sus almas, dicen, arden en el infierno. [De las historias de san Barlaán para el príncipe Josafat] |