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Tugurización de lo colectivo
Ejemplo de cómo la televisión con su apatía hacia el arte o por el oportunismo mediático que la caracteriza entrampa el ideario colectivo en ruinosa parafernalia de ruido blanco y brillantinas, TV Azteca se ha propuesto relanzar el pan con lo mismo de su aburrido, previsible y prefabricado concurso de seudo talentos La Academia. Para decorar el pastel nauseabundo, sus brillantes ejecutivos han agregado un crestón de servilismo deleznable: Bicentenario, con lo que la empresa queda en acrítica sintonía con los discursos de opereta del régimen. Incapaz de resolver con alguna dignidad la angosta creatividad de sus guionistas, la televisora del clan Salinas vuelve a repetirse a sí misma hasta el mareo, una y otra vez. La academia fue un programa de vulgaridad atorrante desde sus primeras versiones, copia mediocre de programas de otras cadenas; mala, aburrida, cursi hasta el desespero. Pero que los del Ajusco ahora pretendan reeditar la misma porquería con el nombre de La academia bicentenario es un verdadero, parafraseando todavía a Monsiváis, exilio de la decencia. Qué asco, cuánta lambisconería.
TV Azteca se caracteriza por la pobreza intelectual de sus programas (y por su devocionario religioso recalcitrante impúdicamente exhibido al someter sus contenidos al criterio retrógrado de un grupo de clérigos retardatarios), pero logró comprometer, para la promoción de su reciclado mugrero, a más de un organismo estatal... de promoción cultural.
La campaña publicitaria del casting –con esa afasia que los caracteriza, parece imposible para quienes diseñan los contenidos de TV Azteca pronunciar y mucho menos escribir las palabras “elenco” o “selección”– invitó a los aspirantes a participar en el bochinche a pasar un “filtro” de selección en diferentes ciudades del territorio nacional. Si TV Azteca lanza una convocatoria para recibir solicitudes de participación está muy bien, siempre y cuando sea cosa enteramente de la empresa, de que contrate espacios comerciales y el asunto sea un arreglo entre particulares. El problema está en que algunos de los sitios designados son edificios públicos con valor histórico y sedes de organismos tutelares de la cultura y las bellas artes. Ese es el caso de el Auditorio Siglo XXI, de Puebla, potestad del gobierno estatal, o del Teatro Francisco de Paula Toro de Campeche, también bajo administración pública, igual que el Centro Cultural Olimpo en Mérida, responsabilidad del ayuntamiento meridano, y de la sede en el puerto de Veracruz del Instituto Veracruzano de Cultura (IVEC), perteneciente a la estatal Secretaría de Educación y Cultura.
El reglamento del teatro campechano especifica claramente, en el primer inciso de sus disposiciones generales (Artículo 1) que el Teatro de la Ciudad “se destinará a la difusión de actividades culturales y artísticas”. La academia bicentenario con sus propuestas prefabricadas, autocensuradas y de estética cutre no podría estar más lejos de ese fin. En Veracruz, el reglamento interno del IVEC, en su Artículo 1 estipula claramente que el “Instituto tendrá como objeto auspiciar, promover y difundir la actividad cultural por medio de la afirmación y consolidación de los valores locales, regionales y nacionales, y de fomento e impulso a las artes; a la preservación del patrimonio arqueológico e histórico, así como de la protección y estímulo a las expresiones de la cultura popular.”
¿Qué valor artístico promueve un programa de televisión de la estofa de La Academia?, ¿cómo es esto cultura popular?, ¿qué criterio impera sobre la propiedad pública para someterla al capricho de una televisora privada?, ¿la recaudación tan necesaria para las instituciones culturales justifica cualquier uso que se les dé?
El uso de un recinto histórico y cultural en televisión solamente se justifica si se promueven las virtudes culturales del lugar y su significación histórica. Usarlo para una selección de aspirantes a un programa vulgar de concursos es convertirlo en bambalina, abaratarlo, hacer el juego a un medio mezquino, orientado al lucro y que ha dado sobradas muestras de que las bellas artes le importan un cuerno. Debe además hacerse público el monto de lo recaudado, y el nombre de los respectivos funcionarios que tasaron y autorizaron el empleo privado de espacios públicos, porque no se trata de sacralizarlos –por eso son públicos–, sino de protegerlos de una de las mayores causas de la tugurización colectiva de la cultura en México: la contracultura de la televisión.
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