Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de septiembre de 2010 Num: 809

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Raúl Hellmer: antropología
del ritmo

EMILIANO BECERRIL

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

El júbilo de la imaginación natural
EDGAR ONOFRE entrevista con JOSÉ LUIS RIVAS

Voy a desafiar a la muerte
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

La política social en Brasil
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

María Mercedes Carranza: la muerte y la poeta
HERMANN BELLINGHAUSEN

El canto de las moscas
MARÍA MERCEDES CARRANZA

Los secretos de un satélite joviano
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

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Columnas:
Galería
ALEJANDRO MICHELENA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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A FUERZA DE VIVIR EN ELLA

JORGE GUDIÑO


Adán en Edén,
Carlos Fuentes,
Alfaguara,
México, 2009.

A fuerza de pensar en la realidad ésta se diluye. El problema filosófico consistente en definir lo que es real de lo que no lo es tiene más aristas de las que pueden abarcarse. Tan es así que varios siglos plagados de pensadores han sido insuficientes para contestar la pregunta. Si acaso, se puede acceder a unas cuantas aporías que redundan una y otra vez. Al parecer, la tautología es la única respuesta a una pregunta que peca de soberbia en sí misma. De ahí que la realidad pueda ser todo lo que existe, todo lo que creemos que existe, todo lo que experimentamos, todo lo que nos han dicho que existe, todo lo que nos han contado, todo lo que se ha contado y un sinnúmero excesivo de todos que dan vueltas tanto a la pregunta como a sus posibles respuestas. Pero el problema no se dirime haciendo juegos de palabras (tal vez no se dirima en modo alguno). Sin embargo, la esperanza puede instalarse en quienes buscan ahondar en nuevas preguntas.

Resulta que algunos han decidido aterrizar el problema; hablar de él en términos más tangibles. La realidad la creamos o la construimos por medio de una narración constante. La que nos hacemos cada día y la que hacemos junto con el otro para conformar un consenso tangible y vivencial. Así, no sólo lo que “sucede” en términos estrictos es real. También lo es cualquier forma de la ficción, por ejemplo: ese cuento que murmuramos en la noche para dormir a los niños o la fantasía creada por todas nuestras ilusiones al comprar un billete de lotería. En efecto, las palabras también conforman a la realidad.

Parafraseando a Carlos Fuentes (por más que se intentó fue imposible dar con la cita textual): la literatura no sirve para anticipar la realidad ni para explicarla, sirve para ampliarla. De ser falsa la sentencia tendríamos que volver a la discusión inicial y encadenarnos a un círculo vicioso sin salida. Si, por el contrario, la afirmación es cierta, entonces nos encontramos en un universo al que se le añaden un infinito número de potencias al infinito que ya era. A fin de cuentas, ahora estamos en condiciones de abarcarlo todo y, si no queda cerca, basta con narrarlo así para que suceda.

Carlos Fuentes es uno de los más laureados escritores mexicanos. Sus obras se acumulan por decenas y sus temas dibujan un variopinto mural en el que los trazos parecen querer abarcarlo todo. Entre ellos, hay uno que llama la atención por lo recurrente. Aquél que surge de la realidad cotidiana; más en concreto, de la realidad mexicana, del día a día, de lo que nos pasa. Discusiones puede haberlas respecto a cómo clasificar su obra. Él mismo ofrece una propuesta (puede encontrarse en la segunda solapa de sus libros más recientes). Al margen de ella, lo cierto es que muchos de sus títulos entran en una categoría que linda con dos fronteras: la vida nacional y su política. Y es en ese espacio en el que se sitúa su más reciente novela, Adán en Edén.

A la hora de utilizar al país como escenario o como personaje, Carlos Fuentes se ha valido de dos estrategias narrativas. La primera de ellas es el retrato crudo, del realismo en toda la extensión de la palabra. La segunda es la parodia. A la hora de las definiciones, una parodia es una puesta en escena en que se imita, de forma burlona, lo que ha sucedido. Es algo muy cercano a la caricatura y, en todo caso, se adentra en los límites de la exageración. En Adán en Edén la parodia está presente. Baste con ver:

De entrada, en la novela hay dos adanes. El primero es Adán Gorozpe, el yerno del Rey del bizcocho, está casado con Priscila, una dama de la más alta sociedad que anda por la vida abofeteando a la servidumbre y terminando sus diálogos por medio de frases sin sentido, canciones o dichos populares mal recitados. El otro es Adán Góngora, el encargado de la seguridad pública de nuestro país, el mismo que está acabando con toda la delincuencia. Ambos terminarán enfrentándose aunque, claro, primero llevarán a cabo una alianza imposible: entre los dos apoyarán al candidato inexistente a la presidencia que les permita a ellos tomar las riendas de la nación entera. ¿Quién nos puede rescatar? Un niño, un niño con alas en los tobillos, un Niño Dios que predica en el cruce de las calles de Insurgentes y Quintana Roo.

Como puede verse, la parodia funciona. Las exageraciones lindan en el límite de lo verosímil porque es imposible no ir activando las similitudes. Entonces optamos por la risa. Nuestra cultura nos ha enseñado, para bien o para mal, a reír ante la tragedia y la adversidad. Descubrirnos dentro de un mecanismo de miseria apenas nos afecta. Por ello se vuelve relevante el final. Fuentes hace de lado a la parodia y a la caricatura para asestar un mandoble contundente. El que nos hace volver a la realidad y cuestionarnos de nueva cuenta el camino por el que insistimos transitar.

Adán en Edén es una muestra más de la obra de Carlos Fuentes. Es un hecho que no es lo mejor que ha escrito aunque tampoco hay que ser lapidario frente a ello. A sus ochenta años, es un autor que se atreve, que no se conforma con las fórmulas fáciles y que ha hecho de la literatura su morada habitable. Si bien es cierto que esta nueva novela se inscribe dentro de una categoría definida por él mismo, también lo es el que propone nuevas formas narrativas, movimientos contundentes, personajes excéntricos que motivan reacciones. Para los que, además, han tenido la oportunidad de seguir su obra, es ocasión de adentrarse en los vericuetos, de encontrar intertextualidades, de descubrir a este o a aquel personaje presentes en varios libros, de activar las referencias cruzadas. De descubrir, al fin y al cabo, que el mundo de Fuentes es un mundo habitable donde las sorpresas se encuentran a la vuelta de la esquina.

Lo dicho: la literatura nos sigue sirviendo para ampliar nuestra realidad cuando no contribuye, también, a retratarla o explicarla. La narrativa de Fuentes nos ofrece todas esas posibilidades.


CON LA CARA DE NADIE

RICARDO YÁÑEZ


Población de la máscara,
Francisco Hernández,
Almadía,
México, 2010.

Toda máscara, como toda música, como toda vida, es mi impresión, hacen imaginar; algo fallaría si no. Y más en general toda obra de arte, entre éstas el retrato, el autorretrato. ¿Pero cómo haría imaginar un rostro, ajeno, propio de no contarnos, así sea de manera elusiva o presuntamente imperceptible, una vida, un retazo de vida o una de sus seguramente muchas vidas? ¿Qué dice lo que no dice o lo que, ya entrados en materia, sin decir nos dice el (auto-) retrato del (auto-) retratado (en uno de sus muchos rostros, o, pudiera ser, los muchos rostros en uno que uno –no necesariamente uno mismo, sino más bien el perceptor/imaginador/conjurador/hacedor– contempla, observa, ve, empieza a imaginar, a para descifrarse descifrar)? Volvamos al principio. En mi pequeño sistema toda imagen hace imaginar: porque vida conlleva, porque imaginaria o real vida tiene, vida en verdad transmite, y convoca, obtiene.

Francisco Hernández, melómano (queremos creer o creemos saber) interesado en otras vidas y ahora muy evidentemente en otros rostros, da la impresión de que al buscar la música por dentro de esos mismos, los relaciona con la apariencia que en determinado momento entre que mostraron y entre que consiguieron (bastante de ilusión óptica hay en todo autorretrato, lo cual no desaprovecha nuestro autor, quien –no en balde tiene otro libro intitulado Diario invento– se sirve de la imagen ya real, ya provocada o propiciada –el “autorretrato” de Frida Khalo corre a cargo de uno de sus “changuitos”–, de sesenta artistas plásticos, o gráficos, –no todos son pintores–, y ejerciendo su derecho a la libertad creadora incluye dos sólo existentes en su, aunque ahora también nuestra imaginación: Umberto Resani y Ña-gurana, textos por cierto entre los más logrados); los relaciona con la máscara, y no nada más debido a la decidida (si fallida o lograda no importa) intención del autorretrato original, sino a la doble imposibilidad tanto de dejar una a la vez verídica e idealmente sempiterna imagen de su vida, de o en su rostro, de o en su figura, su pintura, como de no dejarla (o: sino cuando mucho) traslucir.

No únicamente se trata del rostro, la figura, la escritura, de Francisco Hernández (¿“todo será posible, menos llamarse” como se llama?, “¡qué raro que me llame” como me llamo? [Pellicer, quién no lo sabe, y desde luego Lorca], poblándose de otros nombres, de otras “máscaras”; es asimismo –evidencia fácil de aportar, tal vez demasiado fácil– la conciencia de que todo creador, o más sencillamente artista es [Pessoa, por sabido debiésemos callarlo] un fingidor. Y llanamente de una exposición, del despliegue de rostros en una exposición (o en un paneo) de un museo particular (o una secuencia), el del poeta o museógrafo (o camarógrafo) distribuyendo, acomodando, como anfitrión a sus invitados –diseñándola, armándola– una población de máscaras que finalmente pueblan y despueblan una misma cara, la de la escritura de Hernández.


NARRADORES ESPAÑOLES HOY Y MAÑANA

ROGELIO GUEDEA


Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual,
Gemma Pellicer y Fernando Valls (editores),
Editorial Menos Cuarto,
España, 2010.

Entre España y Latinoamérica cada vez más empiezan a abrirse, por fortuna, los afluentes de comunicación, aunque todavía son mayoría las editoriales españolas que publican obras de latinoamericanos que viceversa. No creo que se trate de apatía o negligencia, pues bien sabido es que autores como Javier Marías, José María Merino, Juan José Millás, Luis Mateo Diez, Javier Tomeo, Juan Marsé y (sobre todo) Enrique Vila-Matas, son bien apreciados y leídos en este lado del continente. Lo mismo sucede a la inversa: el Boom latinoamericano dejó improntas significativas en los oficios literarios postfranquistas y el rebotum, con Roberto Bolaño a la cabeza, quien ha sido el escritor-suceso del último lustro (aunque yo en realidad lo aprecie poco), no ha hecho menos. Con esto, o a pesar de esto, las vías de correspondencia fluyen todavía a una velocidad de tortuga, cuando debería ser lo contrario, tomando en cuenta que tenemos el mismo país (o, para no salirnos de contexto, la misma patria): el español. De ahí que Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual, publicado por la editorial española Menos Cuarto y a cargo de Gemma Pellicer y Fernando Valls, sea una obra obligada y necesaria para la buena combustión de la tradición literaria actual, no sólo porque tiene a bien embalar las últimas voces de la narrativa española, sino porque su enfoque lo centra en un género al que se le concede, como en el bolero inmortal, poquita fe: el cuento. Vaya hazaña dedicarle noches enteras a apostar por escrituras postreras que ensalzan, de paso, un género que, afirman los taumaturgos, se lee poco o no se lee, a no ser que venga auspiciado por un gran sello editorial (Planeta, Santillana, Random House) y firmado por un gran nombre: Cortázar, Delibes, Borges, Goytisolo, García Márquez, Aldecoa, etcétera. Ante esto que podría considerarse una osadía, otra mayor: difundir los nuevos nombres del cuento español en México hasta que transfiguren los cánones casi inamovibles de la tradición latinoamericana. La selección de Pellicer y Valls es acuciosa, diversa y confluye, como ellos mismos señalan, en tres aspectos esenciales: “calidad, ambición literaria y singularidad”. Así como encontramos, pues, nombres que son familiares en México, como el de Andrés Neuman, Hipólito G. Navarro o Javier Sáez de Ibarra, leemos otros que, no por más ajenos, son menos importantes, como el caso de Carlos Castán, Ángel Zapata, Fernando Clemot y Óscar Esquivas. Además de muchas piezas magistrales que podemos leer en Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (yo gocé, por ejemplo, con “El demonio vive en Lisboa”, de Berta Vias Mahou; “Mecedoras”, de Ismael Grasa; y “El efecto coriolis”, de Cristina Cerrada),  también está el acierto de incluir la poética o declaración de principios de cada antologado, con la cual puede construirse el puzzle de las vertientes estéticas, tonales y temáticas más visibles del cuento español actual, que van, como bien lo señalan los compiladores, “desde un realismo que apenas si tiene ya nada que ver con el cultivado en el siglo XIX, al contar con ribetes expresionistas, fabulísticos, metafóricos u oníricos y minimalistas, más o menos sucios, y que alcanza lo fantástico; hasta discretas formas de experimentación que pasan por una cierta literatura del absurdo, pudiendo tacharse también de disparatada e incluso delirante”. Hay cuatro tensores narrativos que todos practican casi de manera coincidente: “El humor, la intriga, la sorpresa y hasta el estupor.” Y, agregaría yo, un gran cedazo: la depuración estilística. Con estos elementos, los treinta y cinco nombres que conforman este volumen nos brindan, además, no sólo un gran fresco de lo que es el cuento español hoy sino, sobre todo, lo que el tiempo –infinitamente más sabio que Harold Bloom para establecer cánones– irá salvando del olvido mañana.