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La política social en Brasil
Hernán Gómez Bruera
Inicio este recorrido para conocer el Brasil que ha dejado Lula en una pequeña y desconocida ciudad situada en el litoral nordestino. Ubicada en el extremo más occidental de las Américas –técnicamente más cerca de Cabo Verde que de Sao Paulo–, Lucena es un pequeño poblado que subsiste de la pesca, la caña de azúcar y la actividad de una que otra ONG. Algunos de los peores indicadores socioeconómicos del país pueden encontrarse en este sitio donde la pobreza afecta a más de la mitad de sus habitantes.
No hay saneamiento y drenaje, por lo que en épocas de lluvia la mierda que se aloja en fosas sépticas se vuelve omnipresente. Existen tres puestos de salud, pero los doctores sólo están ahí durante el día. Dentro de la ciudad, nadie puede nacer con la debida atención médica porque no existe una clínica apta para dar a luz; tampoco morir con dignidad porque no hay siquiera un hospital donde internarse. Cuando se presentan emergencias, existe una ambulancia –una sola– que lleva a los enfermos hasta la ciudad más cercana. El sistema funciona bien, siempre y cuando a dos personas no se les ocurra enfermarse al mismo tiempo.
En sitios tan alejados como éste la salud o la educación no han visto grandes cambios en los últimos años. Pero hay una diferencia: el hambre ya no es la realidad de todos los días. Incluso en áreas remotas y de difícil acceso como ésta, el gobierno federal se ha hecho mucho más presente a través de una política social sin precedentes en la historia de este país de dimensiones continentales. Hoy en Brasil casi 13 millones de familias que no alcanzan a percibir un ingreso mínimo de un dólar diario reciben una transferencia monetaria todos los meses. Cada beneficiario del programa Bolsa Familia recibe bajo ciertas condiciones unos 30 dólares por hijo.
Para una parte de la opinión pública y publicada, se trata de un programa “asistencialista”. Incluso es común escuchar a cierta clase media referirse a Bolsa Familia como “Bolsa Esmola” (beca-limosna). Sin embargo, para ese amplio sector de la población beneficiada –algunos de los cuales nunca antes en su vida recibieron un ingreso monetario– programas como éste le han permitido romper el círculo vicioso de la pobreza y abrirse perspectivas de vida que no existían antes.
“Frente a Lula me quito el sombrero”, afirma Nilda Velasco, una trabajadora doméstica de Lucena. “Lo que ha hecho no tiene comparación con ningún gobierno anterior”, dice Jõao Batista, un vendedor de cocos. Aunque en muchos terrenos Lula incumplió sus promesas de campaña, pocos niegan que tuvo la suficiente voluntad política para avanzar en el área social. Al iniciar su primer gobierno, Lula afirmaba: “Si al concluir mi administración he logrado que todos los brasileños coman tres veces por día habré alcanzado el objetivo más importante.” Ese objetivo parece haber sido alcanzado en gran medida.
Pero el conjunto de políticas sociales instrumentadas durante el actual gobierno no se limita a Bolsa Familia. Los habitantes de Lucena también se han visto beneficiados por programas de crédito a la agricultura familiar, como PRONAF, que creció en un 300% a nivel nacional, “Luz para Todos”, que tan sólo en los primeros cuatro años de gobierno llevó luz a 2 millones de familias ubicadas en comunidades alejadas, o Projovem, un programa de becas que ha llegado a más de 700 mil estudiantes.
La política social ha estado especialmente presente en el nordeste, la región que tradicionalmente ha tenido los indicadores de marginación más altos del país. Aquí se encuentran casi el 50% de los beneficiarios de Bolsa Familia. A políticas como ésta se ha sumado, además, un aumento significativo en el empleo –más de tres millones fueron creados– y un aumento del salario mínimo del 100% en términos reales.
Sólo entre 2003 y 2007, la pobreza en Brasil bajó de 38% a 28% y la extrema pobreza de 17% a 10%, mostrando avances superiores a los de cualquier país latinoamericano en el mismo período. Lo más interesante es que por primera vez en la historia de Brasil esa reducción de la pobreza no se debió principalmente al crecimiento general de la economía, sino mayoritariamente a una reducción de la desigualdad en la distribución del ingreso. Así fue, por lo menos, en el 60% de los casos según un estudio del Instituto de Pesquisa Económica Aplicada (IPEA).
Según ese mismo estudio, durante el gobierno actual el Coficiente de Gini, la medida utilizada para conocer la desigualdad en la distribución del ingreso, bajó un 1.2% anual. Para finales de 2007 ello representaba una reducción del 7%. Muy pocos países han logrado una reducción tan acelerada. Las políticas instrumentadas durante el actual gobierno han permitido que el 10% más pobre eleve su ingreso total en un 7%, no sólo muy por encima de la media nacional (2.5%), sino también del segmento más rico, el cual sólo incrementó sus percepciones en un 1% durante esos años. El crecimiento en el ingreso de las familias más pobres fue casi tan alto como el de China.
A pesar de estos importantes avances, Brasil todavía aparece como uno de los países más desiguales del mundo, ubicándose entre el 10% de las naciones con mayor iniquidad. El ingreso del 50% de las familias más pobres de Brasil es sólo ligeramente superior al 1% de las familias más ricas. Aunque lo alcanzado hasta ahora es importante, se calcula que al ritmo actual le tomaría al país todavía veinte años más para alcanzar niveles de equidad similares a los de países con un grado de desarrollo similar.
Para algunos, lo conseguido hasta ahora está muy por debajo de lo necesario, incluso es mucho menos de lo que el partido de Lula, el PT, siempre prometió. Sin embargo, es indudable que Brasil está cambiando y que posiblemente, en el futuro, poblados como Lucena ya no queden tan lejos. Algo más parecen tener hoy los más pobres de los pobres, aquí y en otras partes de Brasil: esperanza.
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