entrevista con José Luis Rivas
El júbilo de la imaginación natural
Edgar Onofre
El poeta veracruzano José Luis Rivas (Tuxpan, 1950) no tiene un sistema para recuperar las citas literarias que necesita como lo tiene, por ejemplo, el semiólogo italiano Umberto Eco. Reconoce que a veces compra dos ejemplares del mismo libro para violentar uno y conservar el otro. De entre sus amigos recuerda a dos que asombran por su memoria prodigiosa: el poeta mexicano Adolfo Castañón y el filósofo español Fernando Savater. Uno poeta, el otro filósofo: ambas, se dice, vocaciones naturales en todos los infantes.
“Hay que lamentar que no cultivemos la existencia de este niño dentro de nosotros; que lo abandonemos en pos de la necesidad tan machaconamente repetida de producir y ser útil”, dijo el poeta a unas horas de que iniciara el homenaje que bajo el título “Una temporada de paraíso” (quizá su poema más traducido) organizó en su honor la Universidad Veracruzana (UV).
“A un poeta estadunidense le preguntaron: ‘¿Cuándo empezó a escribir poesía?’, y él contestó: ‘Y usted, ¿cuándo dejó de hacerlo?’ Un niño escucha, por ejemplo, un relato y siente que está en presencia de la maravilla. Y quiere saber más, porque hay un principio que fermenta en uno y es que el asombro pide más asombro.”
Legendaria es la infancia de Rivas y la dulce manera en que la ha recreado para su obra. El poeta gozó de increíbles baños vespertinos al aire libre, un mimo fragantísimo que su madre preparaba en una paila en la que mezclaba flores de tulipanes rojos y mohuite, hojas de hierbadelnegro y albahaca. Las plantas se maceraban al sereno de la noche y, al día siguiente, el agua roja y fragante se colaba para usarla para el baño.
“Nacer en un medio de una riqueza natural tan grande origina en las relaciones entre personas una intimidad de relato de historias que roza casi siempre lo sobrenatural”, dijo.
–¿Descubrió, pues, un nexo vital entre los hombres y la naturaleza y, en consecuencia, decidió militar del lado de la imaginación?
–En principio, hay una propensión a habitar un mundo más imantado por la magia que por lo estrictamente racional. La razón puede muchas cosas, pero hay un punto en que resulta una especie de lastre para pasar a otras formas de conocimiento. Hay cosas que uno llega a aprender a través de estados que no son precisamente los normales y formas de enlace con el mundo natural que se logran mediante el éxtasis, la suspensión de la conciencia o la fantasía inconsciente que se impone contra nuestros planes de vigilancia razonable en la vida cotidiana.
–Además de la filosofía, ¿cultiva otro interés, digamos, científico?
–Me ha interesado mucho la botánica, la astronomía y todo lo que concierne al mundo marino. Han sido los campos que más me han atraído, pero desde luego que también me he asomado a las artes.
–Parte de la narrativa contemporánea ha retomado para sí el conocimiento de las ciencias duras. Incluso se podría hablar de una oleada de productos culturales que coquetean, por ejemplo, con la física.
–Nunca he tenido una especial predilección por la ciencia. Frente a las presuntas verdades de la ciencia me he inclinado en favor de la ficción, de los mitos, del mundo que pertenece al terreno de la imaginación.
LOS DOS SEXOS DEL ESPÍRITU
Encauzado por su padre, el poeta estudió ciencias biológicas en el bachillerato con la aspiración de hacerse médico. No obstante, y aún adolescente, se inclinó hacia el estudio de la filosofía.
Llegó a Ciudad de México en 1969 para estudiar en la UNAM, en un momento aún candente para el país. En esta etapa, a los diecinueve años, recibió la invitación de un editor para publicar un libro de poemas. Rivas declinó la oferta y aún hoy considera que fue un acierto.
“Fue un momento muy importante. Los cafés universitarios estaban vivos, eran otra universidad, rebosante de ideas. Era un verdadero regalo entrar al café de la facultad y ver a Carlos Monsiváis con Carlos Pereyra, por ejemplo, platicando acaloradamente de algún tema. O a don Luis Villoro conversando con don Ramón Xirau.”
–Tras cursar por esta ebullición política en su juventud, ¿cuál es, finalmente, su postura al respecto?
–Mi actitud hacia la política actual de México es de franca desconfianza. Veo que lo que se decía que eran partidos políticos han alcanzado una fusión amorfa: son indiscernibles uno de otro; todos sus acuerdos son, a final de cuentas, componendas. El voto en México es una ilusión. Lo he dicho antes: nunca he tenido credencial para votar, porque siempre he sentido que nos movemos en un simulacro político.
–¿En esta época de estudiante universitario podríamos ubicar el origen de principios y verdades a las que se ha mantenido fiel? Valga como ejemplo el aprecio por la inteligencia.
–En una carta que Marcel Proust dirigió a su madre –quien tuvo un papel muy importante en su formación, por su enorme cultura y sensibilidad e inteligencia– éste comienza diciendo: “Cada vez atribuyo menos importancia a la inteligencia.” Con esto se refería a que en la creación literaria, para llegar a un aspecto muy importante de tu vida la llave no es precisamente la inteligencia, sino alguna circunstancia fortuita que tiene que ver señaladamente con la sensibilidad.
–Respecto de la sensibilidad, ¿qué opina de la ecuación que indica que un varón sensible tiende a ver disminuida su testosterona, figurativamente hablando?
–Una persona sensible reúne lo que decía Michelet: “Soy un hombre completo. Tengo los dos sexos del espíritu.” Él se refería a la condición de apertura que permite vivir sin ser una entidad estratificada dentro de un rol presuntamente masculino o femenino. Sabemos, por ejemplo, que las posibilidades de relación erótica con el mundo son múltiples. Así como podemos entrar en contacto de una manera violenta, brusca, es decir, mediante características “propias” de lo masculino, también podemos hacerlo mediante una caricia, una forma suave de establecer un contacto, es decir, estableciendo un vínculo de carácter femenino.
EL GOZOSO CAMINO DE LA POESÍA
Sorteada una finta inicial por hacerse galeno, Rivas se dio a la filosofía y a la poesía. De paso, contrarió la sentencia lapidaria que asegura que quien estudia filosofía se muere de hambre: “Felizmente eso no se produjo o no se ha producido hasta ahora”, aclaró.
En consecuencia, se considera un autor tardío, pero también uno muy afortunado: ha obtenido los premios Carlos Pellicer (1982) por Tierra nativa, y el Nacional de Aguascalientes (1986), por La transparencia del deseo. En 1990, el Xavier Villaurrutia por la traducción de la poesía completa de T. S. Eliot y en diciembre del año pasado fue designado Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009.
Ha traído al español la obra de Saint-John Perse, Aimé Césaire, Derek Walcott, Georges Schehadé, Pierre Reverdy y Joseph Brodsky con tal precisión que su trayectoria como traductor es celebrada tanto como su periplo poético. “He sido una persona muy afortunada. Nunca he tenido, por ejemplo, dificultades para publicar. He contado con maestros como don Ramón Xirau, que no solamente me enseñaba dentro del aula. De él recibí también otras enseñanzas: yo era un estudiante pobre y él me regaló libros. Fue una de las personas que más me convenció de que la generosidad es una cosa extraordinaria.”
Para Rivas, el camino de la poesía ha sido gozoso como su obra. El precio que ha pagado por su trayectoria es pregunta que no ha lugar. “La riqueza, para mí, está en ese plano: tener lo que me produce un gran goce y un gran disfrute. Nunca he buscado atesorar nada. Estoy rodeado de libros pero no en la idea de atesorarlos sino de tener siempre a la mano las joyas de la imaginación y el conocimiento.”
–Por su ánimo jubiloso, ¿se puede considerar que su obra ha sido una suerte de oposición a la barbarie?
–No de oponerme a la barbarie, sino de mostrar que el mundo es algo verdaderamente maravilloso, aunque de modo maquinal lo veamos como algo monstruoso, terrible y, en consecuencia, provoque una actitud hostil.
–¿Ha conseguido librar su corazón de hostilidad?
–Yo disfruto mucho leyendo poesía. Encuentro que estos otros mundos de la literatura son riquísimos, muy complejos, vitales. Y encuentro en eso una especie de oasis permanente en el cual fortifico mi sensibilidad, que busca estar en comunión con el mundo.
–Un verso suyo dice: “Como trago malaguas, anémonas y ortigas marinas casi soy inmune a toda ponzoña.” ¿Está hablando de usted mismo?
–No pensaba en eso. Se trata de un personaje imaginario que se hace de una coraza. Pero, bueno, podría verse también como una característica de alguien que ha conseguido una cierta compenetración con el mundo natural. Traigo a cuento ahora a Marx, quien decía que la humanización de la naturaleza será la naturalización. No concuerdo mucho con ese filósofo, pero lo cierto es que ese pensamiento suyo es, para mí, una suerte de divisa. Vaya, termino esta entrevista viéndome muy marxista.
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