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Manuel Stephens
De bailarina a ¿espía?
“¿Una ramera? ¡Sí!, pero una traidora, ¡jamás!”, es el reclamo que hace Mata Hari durante el juicio sumario que se le hace en París por actividades de doble espionaje para Alemania y Francia durante la Gran guerra, con lo cual –supuestamente– había causado la muerte de miles de soldados. Margaretha Geertruida Zelle, su nombre real, proclamaría ser inocente hasta el desenlace final, sin embargo, fue declarada culpable de ser doble agente y una mujer indecorosa.
La bailarina fue fusilada, a los cuarenta y un años de edad, en la mañana del 15 de octubre de 1917. Muchas leyendas se esparcieron sobre este acontecimiento, como que iba vestida sólo con un abrigo de piel y que se lo quitó para disuadir a sus ejecutores; que se despidió de ellos agitando la mano o que los soldados tuvieron que ser vendados de los ojos para que no se rindieran ante su belleza; pero lo único que parece haberse comprobado es que lanzó un beso de despedida y que de los doce soldados del pelotón sólo cuatro acertaron. Finalmente, se le dio el tiro de gracia en la sien.
El cuerpo no fue enterrado y se donó para clases de anatomía de estudiantes de medicina; su cabeza fue embalsamada y se conservó en el Museo de Criminales hasta que en 1958 fue robada.
Se ha dicho que los archivos sobre el juicio se darían a conocer después de cien años, pero todo parece indicar que “la espía más peligrosa de todos los tiempos” fue un chivo expiatorio en una estrategia de marketing político y control social propios de tiempos de guerra.
El mito de la Mata Hari espía ha prácticamente clausurado sus aportaciones al cambio en el surgimiento de un nuevo tipo de identidad femenina y sus contribuciones como bailarina y coreógrafa en el ámbito de la naciente danza moderna. A pesar de que comparte elementos estéticos, e incluso relacionados con cómo llegan y experimentan el fenómeno dancístico, con solistas como Maud Allan, Isadora Duncan, Ruth St. Denis y Loïe Fuller, Mata Hari raramente es considerada por la academia como una artista seria. Entre los recursos utilizados por estas artistas están el gusto por lo “exótico”–característica de la belle epoque–, vestuarios sumamente elaborados, la desnudez y movimientos y posturas similares.
Mata Hari (“ojo del amanecer”), bailarina y cortesana, nace cuando emigra a París tras el fracaso de su matrimonio. El conocimiento de la cultura javanesa por haber vivido ahí y sus rasgos orientales, le facilitaron a Margaretha construirse su exaltado y aristocrático alter ego. Ella es una figura cardinal de lo que ahora se conoce como orientalismo, la construcción hecha del Oriente por Occidente en el intento de estabilizar la comprensión de culturas percibidas como excesivas y confusas.
Alexandra Kolb, de la Universidad de Otago, Nueva Zelanda, en su artículo “La danza de Mata Hari en el contexto de la feminidad y del exotismo” puntualiza que la obra de Mata Hari ha sido descrita de modo semejante a la de St. Denis y Allan; que los críticos sugieren que su danza transpiraba misterio; era una amalgama de sensualidad y castidad que reflejaba las dos representaciones estereotipadas de lo femenino: santa y prostituta. Asimismo, recupera una nota del periódico francés Le Journal en la que se declaraba que “Mata Hari personifica la poesía de la India, su misticismo, su voluptuosidad y languidez, su hipnotizante encanto… su ritmo y poemas de gracia salvajemente voluptuosa.”
Por su parte, haciendo una reconstrucción a través de los limitados documentos que se tienen, Ronnette Ramírez, editora de Bellydancing, describe la Danza de Shiva de Mata Hari como un striptease que no era en sí mismo sexual, ya que estaba bailando para los dioses y, en una demostración de humildad, para que éstos aceptaran su ofrenda, se brindaba ella misma. Ramírez también se ocupa de su Danza de los siete velos (una invención debida a la imaginación de Oscar Wilde que la introduce en Salomé por primera vez en la historia), en la cual la bailarina no sólo utiliza velos sino que incorpora arabescos, y apunta que un espectador comentó cómo bailaba con pasión, despojándose de todo lo que cubría su cuerpo hasta que finalmente se desplomaba en el piso. La editora asegura que el estilo “Salomé” surge con Mata Hari, con lo cual sería la creadora de la obsesión con el personaje y las numerosas obras que con este motivo surgirían después.
Mata Hari debe ser recuperada en su verdadera dimensión, “La danza es un poema –alguna vez dijo– del cual cada movimiento es una palabra”
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