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De la pantalla chica y su mentalidad ídem
Acostumbradas a pasarse por el arco del triunfo toda aquella consideración que de un modo u otro les dificulte, ya no digamos que les impida, retacarse de dinero los bolsillos, en materia de cine las compañías televisoras suelen hacer más o menos esto: adquieren los derechos de transmisión de una película, no precisamente con el propósito de difundir cine –da lo mismo si mexicano o extranjero– sino porque, consideran, transmitir una cinta equis les redituará un aceptable nivel de audiencia, lo cual a su vez hará posible comercializar los espacios publicitarios disponibles durante el tiempo que dure dicha transmisión, y no sólo en los arteros cortes con los que irremediablemente le mutilan el ritmo a la película, sino incluso invadiéndola con superposiciones gráficas cada que se les da la gana.
EL PINCHE BIIIIP
Habituadas a que nadie las toque ni con el pétalo de una reconvención, esas concesionarias –sí, dice “concesionarias”, no “propietarias”– del espacio radioeléctrico propiedad de la nación –sí, dice “nación”, no “gobierno”– no solamente muestran el cobre de su voracidad mercachifle con tal cantidad de publicidad que llega el momento en el que uno puede olvidar en qué iba la película, sino que también se exhiben a sí mismas por medio de su mochería sin par, su moral de convento, su puritanismo cuasi victoriano, que les hace sentir la obligación de omitir, más bien dicho censurar mutilar cercenar atentar en contra de todo aquello que su dizque buena conciencia les indica que va en contra de sus dizque buenas costumbres y su redizque buen gusto. Como bien sabe Todomundo, tales ataques de torquemadismo mediático suelen dirigir sus intolerancias en contra de las así llamadas “malas palabras” –caló, palabrotas, leperadas–, pero sobre todo a cualquier representación, ni siquiera demasiado explícita, del coito – acto sexual, apareamiento, cogida–, no así en contra de las alusiones al mismo, por supuesto, siempre y cuando las balbuceen sujetos como Adal Ramones, Jorge Ortiz de Pinedo, Esteban Arce y otros intelectuales de la pantalla chica asaz preclaros, en su programación regular y a cualquier hora del día o de la noche.
Carlos Carrera |
Así pues, quiere la esquizofrenia de dichas empresas de televisión que sean compatibles incompatibilidades tales como los ya referidos puritanismo y rentabilidad comercial, y que tal amasiato se concretice en la transmisión de películas como La mujer de Benjamín y Bien venido Welcome. Se citan aquí este par de ejemplos, mínima muestra de los muchos que por desgracia es posible enumerar, debido a que, más rápida que una bala, la así llamada justicia mexicana –que constitucionalmente se supone debe ser, entre otras cosas, expedita– demoró el parpadeo brahamánico de tres años tres para, por fin, dictar sentencia en un juicio que la Sociedad Mexicana de Directores y Realizadores de Obras Audiovisuales entablara en contra de ese conglomerado de sanos intereses, respeto a los derechos de autor, cumbre intelectual y nicho de cultura que responde al nombre de Televisión Azteca, porque ésta, fiel a su arbitrariedad, porfió en la insania de mutilar las películas arriba mencionadas, entre otros, de los siguientes modos: a La mujer... le sobre pusieron el pinche beep cada vez que alguien pronuncia palabras como cabrón, puto, pendejo..., además de haberle tumbado cierta escena de contenido sexual, por cierto muy someramente representado, mientras que a Bienvenido Welcome, además del consabido ataque a la banda sonora, le mocharon completita la primera secuencia. Y ahí no para la cosa, ya que además tv Azteca se aventó la puntada de suprimir el crédito de los respectivos directores, Carlos Carrera y Gabriel Retes.
Cosa más bien atípica para los anales judiciales mexicanos, el juzgado cuarto en materia civil en el DF, que conoció del caso, dictó sentencia favorable a los cineastas, incluida la reparación del daño moral, que habrá de cuantificarse monetariamente. Eso sí, vaya usted a saber por qué, la llamada televisora del Ajusco resultó absuelta en cuanto al llamado derecho de paternidad, “pues consideró que, aunque se suprimió el crédito del realizador, esto no implica desconocerle su calidad de director” (La Jornada, 17/II/10, pág. 9A, nota de Jorge Caballero). Ah chingá: ¿no sería raro, por decir lo menos, que un libro publicado por Gabriel García Márquez no llevara impreso el nombre de su autor por ningún lado? ¿Por qué será que a los servidores públicos del juzgado cuarto civil del DF les parece que una película puede ser exhibida prescindiendo del nombre de quien la realizó?
Como sea, que tv Azteca haya perdido el juicio es una buena noticia, indudablemente. Pero que nadie se alegre de más: se trata de una sentencia en primera instancia, lo cual significa que apelarán, impugnarán o sacarán un amparo, y es seguro que el asunto va pa largo.
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