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Manuel Stephens
Personas desaparecidas
Trastocar los cánones de la representación que imponen los foros a la italiana ha sido una constante para los artistas es cénicos. Mediante estrategias para el rompimiento de la cuarta pared, se le recuerda al espectador la naturaleza de artificio de la obra en cuestión y se modifica la lectura de la misma convirtiéndolo en un participante activo. La arquitectura del espacio en que tiene lugar el espectáculo y el uso que se le da condiciona la mirada del público y las interpretaciones a que pueda llegar.
El área de confort que proporciona un teatro convencional al que se le aborda sin riesgos se difumina cuando la representación es llevada a espacios no construidos para este fin. El año pasado cerró y 2010 comenzó con las temporadas en espacios alternativos de dos espectáculos cuyos discursos están hábilmente sujetos al lugar en que se presentaron: Migrantes errantes, de Alicia Sánchez, en Trolebús escénico (abordado en la entrega anterior), y Personas desaparecidas, de Óscar Ruvalcaba, en la Sala de usos múltiples del Centro Cultural del Bosque. Desde perspectivas propias y como anuncian sus títulos, ambas obras abordan el que quizá sea el tema más importante de nuestros tiempos: la identidad, ese ente cuya definición, en un mundo globalizado y bombardeado incesantemente por la información, se ha vuelto cada vez más escurridiza.
Ruvalcaba ya había incursionado en llevar su obra fuera del teatro con la “intervención escénica” colectiva Luz de neón para Prometeo, en el sótano del teatro Raúl Flores Canelo. En esa ocasión, se desarrollaban simultáneamente acciones y danzas dentro de una instalación lumínica en la que el público también se desplazaba, estructurando, en cierta medida, la obra por sí mismo. Para Personas desaparecidas, el coreógrafo utiliza un recurso similar pero inverso. En una sala de dimensiones medias coloca sillas en dos de sus lados y monta frases de movimiento individuales o en pares, que son ejecutadas al mismo tiempo y atendiendo a la disposición del público. La cercanía con los bailarines no permite que el espectador abarque la totalidad de lo que sucede en las escenas, por lo que tiene que hacer una labor de selección y estar cambiando el foco de su mirada constantemente. A esta situación, que se repite en múltiples ocasiones, prácticamente hasta casi el cierre del espectáculo, y se intercala con danzas en que no participa toda la compañía, se suma la proyección a todo lo largo de la función de videos, de la autoría de Gustavo Cisneros. El coreógrafo se enfrenta a la difícil empresa de composición coreográfica para un espacio no teatral que satura de imágenes y movimiento.
Ruvalcaba reproduce simbólicamente una realidad en la que el individuo vive a un ritmo vertiginoso y es presa de innumerables estímulos a la vez. La obra inicia desde que se entra a la sala y se observa a un grupo de jóvenes que están de fiesta. Repentinamente, algunos irrumpen la escena pidiendo auxilio por diferentes razones. Una vez incorporada toda la compañía se dará paso a una especie de caos controlado, que implica el cambio de focalización por parte del espectador que ya se ha mencionado. Los personajes aparecen apabullados por el medio y van haciendo declaraciones íntimas sobre su circunstancia, que hablan sobre el dolor, la ausencia, la enfermedad, la incomprensión “el chiste es respirar”, dice uno de ellos.
Fotos: Gustavo Cisneros |
Personas desaparecidas mantiene un ritmo acelerado y en extremo demandante para los bailarines que se aminora por momentos más introspectivos, como en la danza interpretada con “Sobre el arco iris”, de El mago de Oz, cantada por Judy Garland, durante la cual se proyecta una grotesca mujer transformada por las cirugías plásticas pintándose los labios. Las mujeres son centrales en la producción de Ruvalcaba, tanto a nivel de personajes como de intérpretes. En Personas desaparecidas, una mujer transita lentamente al borde de la escena y funciona como un nostálgico contrapunto que remite a tiempos en que el individuo y su identidad no estaban expuestos a constantes intervenciones. Mas, apunta el coreógrafo, un mundo polivalente y fragmentado es the coolest and strangest aphrodisiac, de ahí la agridulce ironía que permea el espectáculo, en el cual la última palabra que se pronuncia es, significativamente, “nada”.
Personas desaparecidas es una obra provocadora que reúne un elenco de virtuosos bailarines: Saúl Freyre, Carmen Cruz, Marcos Sánchez, Mónica Flores, Marco Antonio Barroso y Lucía Villa.
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