Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de febrero de 2010 Num: 781

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Un año en la vida de José Revueltas
GILBERTO GUEVARA NIEBLA

Aurora M. Ocampo: el dígito y la sílaba
JOSÉ DE JESÚS SAMPEDRO

Poema
KALINA ALEXANDROVA KABADJOVA

Escenas de barrio latino
HERMANN BELLINGHAUSEN

Esther Seligson: vencer al tiempo
ADRIANA DEL MORAL ESPINOSA

Tomás Eloy Martínez o la obsesión de volar
JOSÉ GARZA

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Marco Antonio Campos

La dolce vita

El 5 de febrero se cumplieron cincuenta años del estreno de una de las películas icono del cine del siglo XX. Es curioso o paradójico que uno de los mejores filmes de la historia del cine tenga como principal fondo temático la frivolidad de la alta sociedad romana, el orbe baladí de los espectáculos, y particularizando, el trabajo y los galanteos de un reportero de la llamada prensa del corazón, protagonizado por Marcello Mastroianni, que tiene una de sus más soberbias actuaciones. Es el submundo decadente e insustancial de la aristocracia y de la gran burguesía con sus cenas, bailes, fiestas y reuniones plenas de juegos banales y transgresiones irrisorias... La dolce vita es la cinta que catapultó a Marcello Mastroianni y le dio la imagen de Casanova internacional.

En el filme Marcello es el centro del centro, pero en torno de él está, como un enjambre de abejas, una multitud de reporteros de sociales y de espectáculos, que tienen como lugar de reunión por excelencia el bullicioso Café de París de la mundana y elegante Via Veneto. Fellini disecciona a reporteros y fotógrafos que hacen esta suerte de periodismo sensacionalista, muy seguido por decenas de miles de lectores y espectadores, pero odioso y no pocas veces degradante, trabajo que consiste en revelar chismes de la gente famosa, mucha de la cual, en otra odiosa paradoja, muere por salir fotografiada y reporteada. Añado algo por demás conocido: al fotógrafo que trabaja junto a Marcello en los reportajes para el diario se le conoce como Paparazzo; desde entonces a esa suerte de fotógrafos, gracias a la magia felliniana en el filme, son llamados de manera individualizada así, o más comúnmente con el plural paparazzi. En la película, Paparazzo resulta un personaje tipo, más por su actividad, que por el trazo minucioso de su carácter. Igualmente las mujeres que pasan por la vida del reportero son menos inolvidables por su actuación que por haber sido modeladas con veracidad como personajes tipos: Maddalena (Anouk Aimée), la burguesa ociosa y promiscua; Sylvia (Anita Ekberg), la diva sensual y brillantemente fútil, y Emma (Ivonne Furneaux), la novia desesperadamente posesiva. Fellini retrata con exactitud ese submundo donde todo se vale por una foto, por una entrevista o una declaración, por más banales e insulsas que sean, como en el caso de Sylvia, la star estadunidense. En contraste con este submundo espléndidamente decorativo, se hallan, por un lado, los pasajes o capítulos dramáticos, como el del intento de suicidio con barbitúricos de Emma, y por el otro, el de Steiner, modelo de amigo y de padre de familia, quien confía en especial en el talento literario de Marcello, pero que ante el desdichado y terrible asombro de quienes lo conocen, encabezado en primer lugar por su esposa y luego por el propio Marcello, acaba matando a sus pequeños hijos y matándose a sí mismo. Dividido entre el reportero de banalidades y el escritor en serio que anhela ser, en Marcello termina imponiéndose el reportero de banalidades efímeras y el seductor compulsivo, lo cual lo hunde en la melancolía culpable. Causan también desasosiego las escenas de su incomunicación con el padre –como después en ocho y ½– y la bellísimamente melancólica escena final.


Federico Fellini

Como Buñuel, Fellini vuelve genialmente chuscas o graciosas imágenes y escenas que se relacionan con el catolicismo. Baste recordar la escena del inicio cuando llevan al Vaticano en helicóptero una estatua de Cristo, y Marcello, que va en el de atrás, ve asoleándose a unas jóvenes en bikini y les pide –por no dejar, claro– el número de teléfono; o cuando con Sylvia (Anita Ekberg), que va vestida de cura, en una bella profanación está a punto de besarse en el corredor circular de la cúpula de San Pedro; o el retrato de risa del fanatismo religioso de un pueblo por la supuesta aparición de la Madonna a una niña y un niño en un arbusto.

El principio de los sesenta fue un mediodía espléndido del cine italiano, en especial de tres cineastas tocados por la poesía y el ángel: Fellini, Antonioni y Visconti. Fellini dirige La dolce vita y Ocho y ½; Antonioni la angustiosa “trilogía de la incomunicación” (La aventura, La noche y El eclipse), y Visconti Rocco y sus hermanos y El Gatopardo. Distintas en su maestría, sería tarea vana decir si una es mejor que otra. Con La dolce vita la crítica ha considerado que termina el período neorrealista de Fellini. No pudo Fellini despedirlo mejor.