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Verónica Murguía
De las labores necesarias
Después de la animada procesión de sandeces que han perpetrado los políticos mexicanos de todos los partidos en las últimos tiempos, me he puesto ha fantasear acerca de la posibilidad de despedirlos a todos. A todos. En primer lugar a los funcionarios del ife , pues con el amago de subirse su ya astronómico sueldo, terminaron por darle el tiro de gracia a una institución que, como se ha dicho hasta la saciedad, costó mucho dinero y esfuerzo. Además, el ife ya había sido herido de gravedad por el petulante Luis Carlos Ugalde, a quien se debe la duda que todavía se cierne sobre las elecciones de 2006.
Todavía no se acallaba el escándalo del ife y ya los magistrados de la Suprema Corte incurrían en la misma gansada, porque “sus puestos son de mucha responsabilidad”, como si los trabajos que desempeñamos los demás fueran rascarse el ombligo y mecerse en la hamaca. Además, ninguno de nosotros, los ciudadanos normales, hubiéramos votado en contra de Lydia Cacho y a favor del gober precioso, por lo que albergo dudas acerca de cómo estas personas hacen su trabajo. Legislar, según nosotros, no es hacer machincuepas con la Constitución en la mano para beneficiar a los poderosos, sino impartir justicia. Para entonces, ya nos habíamos enterado que los sueldos de los magistrados son más altos que los del presidente Obama.
Y ¿qué decir de las elecciones para candidatos del prd ? ¿La caída para arriba de Luis Téllez? ¿El mega puente que se tomaron los diputados? El otro día escuché en la radio que el Estado mexicano gasta más en sueldos que en infraestructura, dato escalofriante que revela de forma palmaria que estamos en la olla, porque según lo que oigo a diario de boca de muchos, la mayoría de los burócratas no hace bien su trabajo.
Yo no sé qué se puede hacer para correr a un político – por supuesto, dentro del marco de la ley – y obligarlo a pagar su deuda con la sociedad. Uso esta frase manida con deliberación, pues no basta con que se vayan: deberían reponer el dinero que se roban, indemnizar a los ciudadanos afectados por sus corruptelas y limpiar las calles de la propaganda que ensucia los postes con sus caras.
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Y no me vengan con que la culpa es nuestra: cada vez que uno trata de participar en la vida cívica se tropieza con una espesa pared de corrupción, excusas y holgazanería. Un ejemplo: en la colonia donde vivo, las grúas, esa versión urbana del depredador, se llevan los coches independientemente de dónde estén estacionados. Los vecinos solicitamos una audiencia con el delegado y dirigimos al diputado que dizque nos representa una carta con más de trescientas firmas, pidiendo que el caso de las casas habitación que no cuentan con estacionamiento fuera considerado. Eso fue el año pasado y aún no tenemos respuesta. Los empleados de la delegación nos miran con una mezcla de piedad y socarronería: “no hay nada qué hacer”, dicen. Y los pequeños negocios que se ubican sobre la avenida han comenzado a languidecer.
Si las pymes son parte medular de la economía, ¿por qué el delegado no se ha dignado recibir a los pequeños empresarios que ven a diario cómo su negocio se va al diablo? Pues porque está ocupado haciendo obras que no consultó con nadie, que se tardarán el triple de lo que prometió y cuyo resultado no le gustará ni a él. En mi barrio los árboles se mueren de sed, la basura se amontona en las esquinas, las casas son derribadas para construir edificios que parecen naves marcianas, los topes son como el Everest y la delegación pone etiquetas de clausura hasta en el carrito de los camotes.
En cambio, pienso en aquellos oficios mal pagados sin los cuales la vida sería aún más difícil: el señor que recoge la basura, el buzo del drenaje profundo, el obrero que desazolva dicho drenaje y el jardinero que cuida las plantas en el parque. Imagínese el lector una semana sin que se recoja la basura, y por favor, ni se imagine lo que pasaría si no existieran los trabajadores que mantienen el drenaje, porque es de pesadilla.
Yo digo: responsabilidad la nuestra, que con un país que se nos deshace en las manos y atrapados por la crisis, tratamos de vivir sin perjudicar a nadie. Responsables y dignos de mención aquellos que con la centésima parte de lo que ganan los magistrados, alimentan a sus familias y pagan la renta. Responsabilidad la de todos nosotros, que pagamos con nuestros impuestos sus lujos, señores funcionarios.
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