Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de abril de 2009 Num: 735

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Partitura para La de Mí
GABRIEL LOPERA

Jardines bajo la lluvia
KOSTAS STERIÓPOULOS

De la Edad de Oro...

La fenomenología: la filosofía del siglo XX
ÁNGEL XOLOCOTZI YÁÑEZ

La necesidad de la fenomenología
(Dos fragmentos)
EDMUND HUSSERL

“Mi obra constituye un solo poema”
JAVIER GALINDO ULLOA entrevista con MARCO ANTONIO MONTES DE OCA

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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EL DESEQUILIBRIO DE LO COTIDIANO

JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ


Un día perfecto,
Melania G. Mazzuco,
Anagrama,
Barcelona, 2008.

Algunos privilegiados podrán sentirse dichosos al reconocer el recorrido de una ambulancia que atraviesa Roma; quizá no sea tan difícil ubicarse en medio de los referentes comunes de una de las ciudades más famosas; cada uno de sus monumentos basta para contar una historia. Para otros, la sirena optando por calles y buscando direcciones será la posibilidad de construir un viaje que aún no se ha dado. Todos los caminos llevan a Roma, dicen, y no es del todo falso. Sin embargo, la Roma que nos presenta Melania G. Mazzuco (1966) es muy diferente a la de las guías de turismo. Es por ello que, para quienes no han estado en sus calles, será fácil trasladar esta historia a las de cualquier otra metrópoli contemporánea: caótica, hostil y anegada.

El planteamiento estructural de Un día perfecto es contundente en su simpleza: veinticuatro horas de la vida de una docena de habitantes de dicha ciudad. A partir de un discurso que intercala perspectivas, los personajes se dejan llevar por sus impulsos para construir el todo que significa una jornada.

Para habitar esta novela, la autora optó por dos familias cuyos miembros, de una u otra forma, son dignos representantes de diversos estamentos característicos de la vida urbana. Por un lado, los Fioravanti, una familia aristócrata que, incluso, vive en un palacio. Por el otro, los Buonocore, pertenecientes a la clase trabajadora. Las dos, familias disfuncionales donde las hay. La relación entre ambos descansa en Antonio, el guardaespaldas de Elio, candidato a una diputación imposible, ahora que ya no está en los ánimos del presidente.

Entonces se empieza a tejer la maraña. Es un viernes que inicia con Antonio estacionado a las afueras del departamento de quien fuera su suegra. Hace dos años que se ha separado de Emma, quien lleva una vida nada fácil, pues nadie la contrata salvo para trabajos temporales con los que apenas alcanza a sobrellevar los gastos. Los golpes hicieron que se armara de valor y se fuera a vivir a casa de su madre junto con Valentina y Kevin, de catorce y seis años. Una edad en la que el lastre de la vida precaria va sumiéndolos en relaciones difíciles. Para sus compañeros, están marcados. Salvo para Camilla, la hija menor de Fioravanti y compañera de Kevin en una escuela a la que él sólo puede ir por la gracia del parlamentario. Para Maja, segunda esposa del político, las cosas tampoco son sencillas. Está enamorada del hijo mayor de su marido, un activista rebelde que pone bombas en restaurantes trasnacionales.

El día en el que transcurre la novela es en el que estallan todos los problemas. Con independencia del contexto, la autora aborda la psicología de cada uno de los personajes de forma tal que parece imposible que haya un final diferente al que se nos ofrece. Un final que nos integra a nuestra cotidianeidad; tan cercana al colapso como cualquier otra.


PENÍNSULA, PENÍNSULA

MARCO ANTONIO CAMPOS


Península, península,
Lara Zavala,
Alfaguara,
México, 2008.

Contada hábil y ágilmente por personajes secundarios, que son contados a su vez por un novelista de la época llamado José Turrisa (anagrama del nombre y el primer apellido de Justo Sierra O'Rielly, que el propio Sierra utilizaba en sus novelas), quien, ante la pérdida en un incendio de los originales de la novela, se la escribe el narrador campechano Hernán Lara Zavala cerca de siglo y medio después, Península, península, publicada el año pasado por la editorial Alfaguara, es difícil catalogarla como histórica. El mismo Lara Zavala, en un principio de capítulo, reflexiona si escribe una novela histórica para concluir que es una combinación de historia y ficción. Los hechos históricos están contados puntualmente; el decorado en torno de ellos es sólo del novelista.

Unida a México luego de la Independencia , la Península –lo que es hoy Yucatán, Campeche y Quintana Roo– se separa dos veces del país, y blancos y mestizos, creyendo ser vencidos y tal vez aniquilados en la Guerra de castas, llevan, primero al gobernador Santiago Méndez a ofrecer la soberanía de la Península en 1847 a Estados Unidos, y a su sustituto, Miguel Barbachano, a ofrecérsela en 1848 a Cuba, para que forme parte del imperio español. No quedó allí: también se ofreció la anexión a Inglaterra y a Francia. Por raro milagro o felicísimo azar ninguno acepta; curiosamente salva a los ladinos el apoyo del México centralista en 1848.

Ubicada casi en su totalidad entre 1847 y principios de los cincuenta del siglo xix , la novela narra las historias personales de personajes extranjeros o de la sociedad yucateca, que a su vez narran lo que les sucede sesgada o frontalmente a quienes fueron los hombres que tomaban durante la terrible Guerra de castas las decisiones principales: los gobernadores Santiago Méndez y Miguel Barbachano, y los caciques indígenas Manuel Antonio Ay, de Chichimilá, Cecilio Chi, de Tepich, y Jacinto Pat, de Tihosuco.

Algunos de los personajes en los que Lara Zavala centra la narración acaban siéndonos cercanos y queribles: el médico irlandés, Fitzpatrick, que lowryanamente se la pasa siempre en estado pítimo, y que, a país donde llega, encuentra puntualmente una guerra civil o una rebelión sangrienta; la institutriz inglesa, la señorita Bell, ingenua y pragmática, quien en su Diario nos va revelando la vida holgada de las familias de los ladinos en las haciendas, los pequeños pueblos y la opresión servil que padecen en ellos los mayas; el obispo de Yucatán, Tabasco, Cozumel, Petén Itzá y Laguna de Términos, Celestino Onésimo Arrigunaga, quien luego de un pasado culpablemente carnal, se hace sacerdote y, ascendiendo en la jerarquía, sabe defender a su grey, y sabe asimismo, aun difícilmente, reconocer los argumentos del adversario liberal; y la mujer del comerciante, Lorenza Cervera de Montore, delgada, alta, rubia, de grandes ojos azules, llena de delicadezas y sensualidades, y a quien en algún momento el novelista le revela el incendio de los cuerpos.

Lo que va mostrándose en las páginas es la justa causa de la furiosa rebelión indígena, es decir, el hartazgo de los mayas ante las infinitas crueldades e injusticias por parte de la población blanca a través de los siglos: la práctica de aldea arrasada, la sobreexplotación laboral, las contribuciones onerosas, los ahorcamientos a veces sólo por escarmentar, las condenas a trabajos forzados, los azotes públicos, la parva comida que alcanza sólo para simular que hay algo en el estómago, el abuso sexual (caracterizado ante todo por el derecho de pernada), la interesada utilización de los indígenas para la guerra sólo cuando los ladinos se ven amenazados por el centralismo. La novela recupera la violencia de los primeros disturbios, el ahorcamiento del cacique maya Manuel Antonio Ay en la plaza de Chichimilá –lo que desencadena la rebelión el 30 de julio de 1847–, las primeras matanzas de ladinos, la cruelísima guerra que permite a los mayas llegar a apropiarse hasta de cuatro quintas partes de la Península , los desplazados ladinos en Mérida que alcanzaron la cifra de 40 mil, la huida de las familias acaudaladas a La Habana , Nueva Orleáns y otras partes del sureste mexicano, y al último, cuando todo hace parecer que ganarán los indígenas, la muerte de los caciques Cecilio Chi y Jacinto Pat, la extraña paz sin ningún acuerdo (los indígenas regresan a trabajar sus tierras), el refuerzo de Ciudad de México y la continuación de una extraña y parsimoniosa guerra, aquí y allá, que duró hasta principios del siglo xx . Lo que no deja de asombrarnos a lo largo de las páginas es el aislamiento en que se vivía: en aquel 1847 coinciden la guerra México-Estados Unidos y la Guerra de castas, y ni en Ciudad de México parecen enterarse de lo que sucede en la Península , ni los habitantes de Campeche y Yucatán de lo que pasa en el resto del país durante la invasión estadunidense. Por demás, la Península se había declarado neutral.

Hay imágenes inolvidablemente dolorosas o sobrecogedoras. Recordemos dos: aquella, cuando al salir de la iglesia, luego de casarse, Turrisa y Lorenza, quienes creían realmente que el esposo de ella (Genaro Montore) estaba muerto, son inesperadamente vejados por la muchedumbre arrojándoles huevos, jitomates y frutos podridos, e insultados con los más duros epítetos; la otra, cuando el médico irlandés, quien creía huir al fin de la guerra, ya subido en el barco, ve que su fiel perro, que lo ha seguido sin él saberlo hasta las aguas del Atlántico se arroja al mar y, al ver él que empiezan a devorarlo los tiburones, sin pensarlo se arroja también creyendo que va a salvarlo.

Después de tantos años de silencio en el terreno narrativo, creíamos que Hernán Lara Zavala había dado todo de sí. Por ejemplo, su último libro de cuentos, Después del amor, data 1994. Por fortuna nos equivocamos. Península, península, no es sólo una intensa y emotiva novela, sino que con ella se coloca de nuevo entre nuestros mejores narradores vivos. Dentro de la obra de Lara Zavala, curiosamente lo que nos atrae mucho más es lo que ha escrito sobre la región del sureste donde nació: el libro de cuentos De Zitilchén (1981), la novela Charras (1990), su crónica Viaje al corazón de la península (1998), y ahora Península, península, quizá lo más ambicioso y lo mejor de todo. Por la lectura de los libros sobre su región tenemos la impresión de que Lara Zavala no sólo la siente de modo intenso; de alguna manera, viviendo lejos, no se ha ido de ella.




 


Lenguaraz,
años 3 a 5 y núms. 9 a 17,
Editorial Lenguaraz,
México.

Si uno se apega estrictamente a la aseveración de la editorial que publica esta revista –según la cual “un nuevo escritor crea cinco lectores”–, por fuerza debe concluir que son unas 340 personas, por lo bajo, quienes han tenido acceso a los contenidos de este proyecto que ha contado, al menos desde 2006, con el apoyo del Programa Edmundo Valadés de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes del Conaculta. Su director, Felipe Gómez Antúnez, hizo llegar a esta redacción un paquete con nueve ejemplares nueve, correspondientes a las más recientes entregas de esta publicación trimestral –el más reciente consigna en la portada que se trata del núm. 17 del año 5, publicado en invierno 2009–, que se quiere sin chongo ni fijador, que felizmente peca de muy inclusiva y que resuelve bien su contradicción original, manifiesta en la leyenda, “literatura para no leer”, que tiene de oximorónica y provocadora lo que Lenguaraz misma tiene de saludable.



Discursos sustentables,
Enrique Leff,
Siglo XXI Editores,
México, 2008.

Textos “que nacieron de la palabra arrojada ante un público en debates ambientales recientes” son los que componen este volumen ensayístico del ambientalista Leff, quien anteriormente ha publicado, entre otros títulos, Ecología y capital, Saber ambiental, Racionalidad ambiental y Aventuras de la epistemología ambiental.