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Javier Sicilia
Claudia Posadas, la más triste de las alquimistas
Claudia Posadas pertenece a una extraña estirpe en nuestro mundo moderno: la de los alquimistas. Al igual que Jorge Cuesta –otro extraño entre los modernos– ella podía nombrarse a sí misma “la más triste de los alquimistas”. Pero si Cuesta comprendió mal la alquimia –a través de sus investigaciones y experimentaciones con las enzimas buscó la fuente de la eterna juventud en un sentido moderno y pedestre–, Posadas no sólo la comprende plenamente, sino que la ha recuperado en su más reciente plaquet, Lapis aurea. Desde su título, que podría traducirse como piedra dorada o, para mantener la fidelidad al latín que quedó entre nosotros, piedra áurea, Posadas nos introduce en el misterio fundamental de las transformaciones que buscaban los alquimistas: no las de la materia –analogía de un proceso que es del orden de lo inefable o encubrimiento para hablar de cosas que sólo los iniciados podían entender–, sino las del espíritu.
Lapis aurea es así, por un lado, la búsqueda de la piedra filosofal, de la sabiduría eterna que está en la invisibilidad de Dios y, por otro, el grito, la tristeza desgarrada de no hallarla a causa de la materia. Para Posadas, la materia es atroz. No es el lugar del encuentro con el Inefable, sino, en su sentido platónico y dualista –del que cierta alquimia estaba imbuida–, una cárcel, un límite, un peso del que el alma intenta duramente escapara para encontrarse con Él. De ahí la tristeza y la desesperación de muchos de sus más bellos versos: “Dónde hallar la transparencia en esta acumulación de carne y huesos,/ en los órdenes infinitesimales que obedecen a leyes ajenas a lo eterno/ como pequeñas y mortíferas máquinas de precipicio.”
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Aunque la materia le parece detestable: “Renacer es existir fuera de esta carne atravesando la niebla el velo y la materia la materia su dolor su podredumbre”, aunque quisiera la invisbilidad de los espíritus puros, Posadas sabe, a su pesar, que el alma del hombre, espíritu encarnado, no puede subsistir sin ella. Por ello, como los alquimistas antiguos, quiere y pide trasmutar la materia, en la que el alma está encerrada para que, libre de su opaca materialidad, pueda animar otra corporalidad. Si el hombre –parece ser la substancia de Lapis aurea– no puede subsistir sin su carne, puede al menos hacerlo en una dimensión en la que el cuerpo, trasmutada por el deseo del alma de fundirse con su Creador, se cambie por un cuerpo de diamante, una pura materia lumínica como la de “los astros uncidos en su propia aura”.
La tristeza de Posadas es haberlo entrevisto y saber, sin embargo, que ese proceso no termina. Atrapada en un mundo cada vez más opaco, los procesos alquímicos, que nos narra de una manera tan poética como moderna, parecen más que nunca ajenos al hombre.
“La historia de la poesía moderna desde el romanticismo –escribió alguna vez Octavio Paz–, es la historia de las respuestas que los poetas han dado a la ausencia de un código universal eterno” que se perdió con la modernidad. Al igual que otros poetas, Posadas no busca la imposible reconstrucción de ese código, sino los vestigios que hay en lenguajes que hablaron de él analógicamente. Ella los mira en la alquimia y en ciertas partes de la mística cristiana impregnadas de neoplatonismo.
Aunque no comparto su dualismo –porque no creo que haya en el hombre un cuerpo y un alma, sino una carnalidad en su sentido de experiencia sensible que resucitará con su historia transfigurada – , aunque creo que esa nostalgia de pureza, que viene del dualismo con el que cierta parte del Occidente impregno al cristianismo, generó la sociedad desencarnada en donde la carne y la materia se han vuelto opacas, en el bosque de signos alquímicos de Lapis aurea, escucho la transparencia de la luz oscurecida en nuestro tiempo, esa luz –metáfora de Dios tremendamente carnal y somática – que, como dice el hermoso poema con el que cierra Lapis aurea, permite “la mansedumbre” donde vivimos, vibramos, respiramos, “en el pulso de tu pecho denudo,/ crisol donde todo se templa// y es olvido”.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva , esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo , y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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