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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Partitura para La de Mí
GABRIEL LOPERA
Jardines bajo la lluvia
KOSTAS STERIÓPOULOS
De la Edad de Oro...
La fenomenología: la filosofía del siglo XX
ÁNGEL XOLOCOTZI YÁÑEZ
La necesidad de la fenomenología
(Dos fragmentos)
EDMUND HUSSERL
“Mi obra constituye un solo poema”
JAVIER GALINDO ULLOA entrevista con MARCO ANTONIO MONTES DE OCA
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Columnas:
La Casa Sosegada
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Las Rayas de la Cebra
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Felipe Garrido
Lucrecia
Luego alguien habló de Lucrecia Rojas, nieta de Eligio el Manco, señor de tantas y tantas tierras, aquél que aquella vez perdió la mano, cuando sometió a los cañeros alzados de San Miguel de Adentro; aquél que, dicen, mató a Lencho, pero no el día en que Lorenzo quiso llegar con Lisa a La Escondida , cuando por fin se la quitó al marido y la llevó al Puerto, sino años después, cerca de Cerritos, porque se la tenía jurada. Eligio no conoció a Lucrecia, dicen, porque fue la última de las nietas y nunca se la llevaron. Lucrecia la bella, la agraciada, la preciosa, la divina Lucrecia, la mujer más hermosa de la sierra. ¿Quien llegaba a verla, cómo podría alguna vez olvidarla? Desde niña, dicen, Fernanda, su madre, quiso protegerla; no de los otros; no de las miradas; no de los deseos; de su propia vanidad. En la finca, en las casas de los peones, en la capilla arrasó con lunas, cristales, cálices, patenas... Nunca Lucrecia pudo verse en un espejo. |