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La vanguardia como
fatalidad o destino
Octavio Avendaño Trujillo
entrevista con Francisco Nieva
El sol español broncea Miraflores de la Sierra , a 49 kilómetros de Madrid. En el pueblo me espera José Pedreira, asistente de Francisco Nieva, para llevarme a la casa del dramaturgo español y miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Ya una vez en la casa, que se encuentra en la parte más alta de la montaña, el autor de La carroza de plomo candente me recibe con entusiasmo y me recuerda: "Yo fui muy amigo de Octavio Paz." El dramaturgo de ochenta y cuatro años montó la escenografía para El rey se muere , de Ionesco (1964) y Marat-Sade , de Peter Weissen en 1968. En 1992 recibió el premio Príncipe de Asturias y el Premio Nacional de Literatura. |
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–¿Cómo transcurrió su infancia manchega?
–Fue una infancia muy feliz, era hijo de unos burgueses liberales, incluso de izquierda; gente intelectual. Me vi muy informado de lo que era el arte español de aquel momento, porque mis padres siempre estaban al tanto de esas cosas y me las transmitían, no en plan didáctico, sino simplemente como trato de padres e hijos. Me acuerdo que mi padre, cuando yo tenía unos cinco o seis años, me sentaba en sus rodillas y me leía las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna que fue, como sabes, un gran defensor de los ismos, del cubismo, del surrealismo; un gran adelantado de las vanguardias en España. Y eso parece que me lo infundieron en la sangre. Mi padre intervino en el gobierno de la República como gobernador de Toledo durante un tiempo y, cuando llegó la posguerra, me vi propiciado a marcharme de España para buscar mejores perspectivas para mis bienes artísticos.
–Milena Milani fue muy importante en su desarrollo artístico, ¿cómo fue?
–Era amiga de (Alberto) Moravia y la conocí en Madrid. Fue mi providencia porque estuvo visitándonos en mi casa a Carlos Edmundo Ory, un poeta muy apreciado, y a mí. Y dijo: “estos chicos qué hacen aquí, se están desarrollando en la España de Franco donde no se van a poder lucir para nada”, y se lo dijo a Elías Piterbarg, que era un psiquiatra argentino que, como muchos psiquiatras argentinos, era bastante rico, pues nos acordó una beca a mi amigo y a mí para ir a París. Para mí fue una suerte, porque me recomendó con mucha gente importante como José Corti, quien me tomó un poco como su hijo, porque a su hijo lo habían matado en un campo de concentración. Fue muy tierno conmigo. Él se dio cuenta, a través de mis dibujos, que yo necesitaba afecto, calor, y necesitaba alguien que me escuchara.
–Usted se encuentra en Italia cuando el neorrealismo está en su momento cúspide.
–El neorrealismo en mi tiempo era una gran novedad, pero también estaba atravesado en algún momento por el surrealismo. Había un gran momento de libertad expresiva. El neorrealismo era una protesta de tipo social pero entrañaba mucha modernidad en el modo de enfocar las cosas. Yo practiqué más el relato fantástico, que era muy crítico. Tomé ese camino porque también me inducían las tendencias de mi tiempo, como Inoesco o Beckett. Yo tenía treinta años cuando asistí al estreno de La cantante calva de Ionesco y más tarde Esperando a Godot. Todo eso debió influir en mi dramaturgia.
–Usted mantuvo una relación muy estrecha con Ionesco.
–Llegué a conocerlo personalmente y traducir su obra al castellano. Hubo una gran simpatía, y eso que no tanto entre Arrabal y Ionesco, que se conocieron mejor. Pero tuve la ocasión de tratarlo y encontrar que era casi un santo en algún aspecto; era una persona extraordinaria. No es que me dejara influir, es que coincidía con él en el modo determinado de leer el teatro. Y me acuerdo que cuando Ionesco estuvo en mi estudio le estuve enseñado mis famosos teatritos de cartón y él había jugado más o menos con los mismos y también le habían gustado los cómics como a mi, como nos gustan a todos. También coincidíamos en el gusto por las películas de misterio, de policías. Todo eso está en el fondo de un gran dramaturgo como Ionesco. Muchas cosas que pertenecen a la vida corriente y de todo mundo. De ahí viene también la ramificación de lo absurdo como crítica social.
–Sin embargo también tiene influencia del teatro de Goldoni.
–Tuve ocasión de vivir siete años seguidos en Venecia, Italia. El teatro de Goldoni lo viví de cerca. Aquello fue verdaderamente una aventura intelectual, donde me di cuenta que Italia podría ser mi segunda patria porque hay belleza por todas partes, la gente es muy sensible, siempre tienen en la boca el bello y verdaderamente Italia es muy cautivadora. El teatro del siglo XVIII me influyó bastante pero, claro, es una influencia que después reciclado todo eso se puede tildar de nuevo u original. Yo tengo una gran influencia del mundo italiano. Inclusive el renacimiento tardío español depende del italiano.
–¿Cómo fue su experiencia con Felsenstein, en Alemania?
–Seguíamos en guerra cuando llegué a Berlín. Había muchos edificios ruinosos, había cantidad de palacios vaciados por dentro y muchas veces escuchabas de lejos caer los edificios en ruinas y era una cosa muy medrosa. En general ese Berlín comunista era muy medroso. Yo estaba trabajando con la ópera cómica con Felsenstein, que era uno de los grandes directores de escena; era austríaco, judío. Me presenté a él y se estableció una simpatía entre nosotros dos; vio mis dibujos, todo lo que había hecho para la escena y me lo alabó, pero al cabo de cuatro o cinco días me llamó a Venecia diciéndome que quería que me encargara del ballet Cinderella de Prokófiev y entonces pasé casi un año, nueve meses, en Berlín y aprendiendo muchísimo. Pude conocer a directores, escenógrafos, como el checo Svoboda. Allí me relacioné con gente que ya había conocido en Francia como Jean Vilar, el director del Teatro Nacional Popular. El trabajo en el extranjero, tanto en Berlín como en Palermo y Sicilia me dieron mucha experiencia. Rechacé una carrera de director de registral de ópera porque hay que moverse demasiado, había que viajar demasiado y a mí me gustaba quedarme en casa a escribir o dibujar. Últimamente, fue una Carmen en el Teatro Massimo de Palermo. Esa condena de hacer otra vez Carmen ya se acabó. Me dedico a escribir y hacer teatro en mi país. Trunqué la carrera de un director cosmopolita, digamos, internacional, pero me fue mejor porque necesito esta tranquilidad para escribir mejor.
–Su teatro se caracteriza por la crítica social, una de sus obras más feroces es Pelo de tormenta.
–Unos de mis grandes éxitos ha sido Pelo de tormenta, tiene casi la forma de una ópera, pero en vez de cantada es hablada y, claro, es el drama de la España sojuzgada por los Borbones del siglo XVIII; naturalmente, hay una crítica y burla hacia la España negra.
–¿Orgía y revolución?
–El sexo es muy revolucionario y muy rebelde. Sin duda alguna he tocado esa parte de la sociedad, del ser humano. Además, en un ambiente restrictivo, dictatorial. Todo eso era un escándalo. Claro que tendía a la liberación de la mujer, de los homosexuales, transexuales y, naturalmente, me puse de parte de todo eso. Mi teatro desde el principio fue muy revolucionario. En el fondo no tanto, pero en España, después de acabada la dictadura, se pudieron estrenar mis cosas que antes estaban prohibidas.
–Ya que estamos en esto del franquismo, ¿cómo percibe a España actualmente?
–Queda una estela del franquismo y eso desaparecerá progresivamente, pero la derecha española sigue dando guerra porque en los últimos tiempos ha perdido. Por América siento un afecto especial, porque he recibido una idea muy romántica de América; también es cosa de mi tiempo y ahora no creo que no haya antiamericanismo por parte de España, sino antiestadunidismo. Y claro, América para mí ha tenido una resonancia legendaria, ya sea por los conquistadores, por lo que sea. Todo eso tiene un halo romántico que me seduce. Lo triste para mí es que no he visitado México. Mi amigo Octavio Paz me invitó muchas veces a ir, pero estaba tan apasionado con mi trabajo que lo demoré y ahora que Octavio ha muerto pues no sé, me encontraría muy solo ahí, pero me gustaría ir.
–¿En qué condiciones conoció a Octavio Paz?
–Era un chico que hacía conquista con las francesas como no te podrías imaginar, así. Era un don Juan. Nos conocimos porque una amiga mía se convirtió en su amante y entonces, claro, tuvimos un contacto muy íntimo porque era el amante de esta amiga mía, quien por cierto me alquiló su casa en Venecia, que pertenecía a un pintor muy famoso, su tío, y en esa casa gozamos muchísimo, tanto Octavio como yo. Lo que pasaba con Octavio es que era diplomático y viajaba mucho. No he conocido a una persona tan culta y tan graciosa, con un ángel muy especial, como Octavio. Fuimos muy amigos. Incluso me ocupé, tras su muerte, de una conferencia, rememorándolo con tanto cariño en el círculo de lectores; se notaba que le tenía yo un gran afecto. Me parece que Octavio me adivinaba de lejos. Yo decía: ¿me habrá leído realmente con atención? Pues muchísima. No sé si era eso o era un gran instinto. Vivimos aquel momento de Garra Street en Londres, estos chicos de las flores, toda esa gente que comenzaba a aparecer. Él guardaba las formas por ser diplomático, pero lo vivíamos.
–¿Cómo influyó la vanguardia española en su trabajo?
–La vanguardia española ha sido muy diversa y muy profusa, ahí tenemos García Lorca, a Buñuel. Esa vanguardia española me ha influido mucho, de eso también hablaba con Octavio Paz. A mí me iniciaron en la vanguardia en París relacionado con Octavio Paz, Roberto Matta y tantos más. No lo hice de manera deliberada, no dije “voy a ser vanguardista”, lo que yo escribía quería transmitir varias cosas a la vez, la parte social, la parte dañina de la sociedad, criticarla, burlarme, jugar con ello. Son nuevas leyes, por ejemplo un cuadro cubista está faltando a las leyes comunes de la perspectiva, pero encuentra otra perspectiva, otro sistema para expresarse. En fin, se es vanguardista por destino o por fatalidad.
–¿Qué opinión tiene de la Movida española?
–Estuvo muy bien, luego se desinfló. Fue algo muy gracioso. Ahí se reveló Pedro Almodóvar, quien me daba sus escritos para corregir, yo le decía que escribía muy bien. Le daba confianza. Estuvimos a punto de colaborar en Átame, luego no nos entendimos del todo, pero guardamos amistad entre nosotros.
–¿Qué opinión le merecen el performance y el teatro alternativo?
–En las decadencias, si recordamos la decadencia de Roma, por ejemplo, el teatro que se hacía era un teatro muy frívolo. Posiblemente estemos viviendo una decadencia también, porque el teatro ha tomado ese aire circense de número excepcional y ha perdido valor literario.
–¿Qué le ha conmovido y qué ha sufrido, maestro?
–La belleza es lo que más me ha conmovido. Ha habido también una influencia de la guerra. Yo tenía como diez años cuando se produjo la guerra y ese choque fue para mi determinante, sobre todo en mis ideas políticas. Cuando terminó la guerra quise afiliarme al Partido Comunista en Francia y finalmente desistí, porque una amiga que había trabajado con Stalisnavsky me dijo cuánto habían sufrido con los comisarios de la cultura y con las exigencias y represiones del comunismo, cosa que me echó para atrás. Pero no dejé de ser marxista. Siempre he votado a la izquierda en España y ahora esta resurrección de la derecha agresiva me tiene un poco confundido, sin duda alguna.
–Actualmente, ¿en qué está trabajando?
–Estoy haciendo algo que, en el fondo, se trata de un tormento porque me estoy releyendo de nuevo. Se van a publicar mis obras completas en Espasa Calpe. Y estoy haciendo una revisión de todo lo que he escrito, y como he escrito tanto, a veces me apesadumbra tanto leer. Tenía que haber escrito menos, no tengo más que releerme.
–¿Francisco Nieva?
–Los artistas nos hacemos a nosotros mismos y también podemos falsificarnos, hay que tener en cuenta eso. Soy lo que he querido, no sé cuáles son mis méritos auténticos, eso lo dirán los demás. A mí me queda por hacer poco, he hecho lo que he podido, y ahí está.
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