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Jaime López, arrabalero
Llamé a Jaime cuando escuché su nuevo disco, Por los arrabales. Hacía tiempo que me lo había mostrado, aún sin acabar, cuando pensábamos editarlo atendiendo al impulso de amistosos pero infructuosos planes. Experimentado como es, sin embargo, Jaime supo seguir adelante y llevar a buen puerto otra prueba de talento, ésta al lado de su productor y amigo Carlos Avilés, miembro de La Cuca y de Fórseps, ambos grupos del Jalisco legendario, sitio que acunó casi toda la arrabalera producción.
Como decía, llamé a Jaime para precisar si tendría conciertos con la llamada Nordaka Banda que lo grabó. También quería saber detalles sobre su trabajo con Avilés en tierras tapatías y sobre la elección de temas, pues creo que originalmente había más (no estoy seguro pues no encuentro el cd grabado con el que habíamos elucubrado anteriormente). Esas cosas y otras quería preguntarle, pero luego de escuchar sus planes próximos (lanzará pronto Mujer y Ego) y sus reflexiones sobre lo poco que le gusta andar de “merolico”, explicando una y otra vez lo que ya se sabe o que todos deberían saber –y estas apostillas son mías–, decidí mejor lanzarme al ruedo de este domingo sin más información que la contenida en el álbum, lo único que al final prevalecerá.
Muchos lectores pensarán tras semejante exordio, y no estarán del todo errados, que claro, que como se trata de un amigo haré uso de las viejas artes del nepotismo y compadrazgo priísta para levantarle un altar a Juan Jaime. La única defensa que tendré será la de una trayectoria impecable –la de Jaime, por supuesto–, colmada de subes y bajas, de vas y vienes, pero incuestionablemente brillante. Y con eso bastará. Además, no nos hagamos, quien hoy pasea su mirada por estas líneas acepta, sabe, cree vehementemente o por lo menos ha oído, que Jaime López es uno de los más originales e interesantes intérpretes del cancionero mexicano contemporáneo. ¿O no?
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En fin. El caso es que tras el hermoso Arando al aire de 2007 (un álbum producido por Jaime Pavón en el que se hallan verdaderas joyas como “Arando al aire”, “En este portón” y “¿Qué fue de la gran Betty Boop?”), tras su salida y unánime reconocimiento, Jaime siguió proyectando obras, entre las que palpitaba el regreso al sonido “Nordaka”, ése que hace tiempo rubricara al lado del Piporro con estupendo disco homónimo.
Nacido en Matamoros y amante del tex mex, su chilanga idea era retomar el sonido del acordeón desde el rock para dar vida a temas nuevos y no tan nuevos, un poco en la onda de los Tornados del Flaco Jiménez. ¡Y vaya que lo logró! Se impuso así un sonido crudo y arrabalero, más allá de la marca de la casa que bien lo caracteriza, para liderar un conjunto en el que suenan guitarras eléctricas y acústicas, bajo sextos, baterías, teclados y acordeones, todos ejecutados con la rebeldía que sólo dan las horas vuelo en las noches y tierras indicadas.
El resultado es una colección de melancólicos hervores como el que da nombre al disco, “Por los arrabales” (hermano de la mentada “Arando al aire”), hermoso lamento de un viejo Casanova: “Corazón, confesor de mis soledades, valedor, recordando y viviendo el baile, ¿dónde están las que amé por los arrabales?” También hallaremos, no se aflija el seguidor de Jaime, algunos capítulos humorísticos como “Anillo de diamantes” (de corte cumbianchero): “Un anillo de diamantes me pidió mi fiel amante, se lo di y en ese instante me nombró su Pedro Infante. Tanto tienes, tanto vales.”
Igualmente veremos el despertar de un soñador en “Tucán”, texto de ésos en los que Jaime aprovecha lo que las palabras tienen en la punta de la lengua y no llegan a decir del todo: “Por las palmeras adivino que voy llegando a Malibú; por el asfalto se desliza el surf del autobús, y salgo de mi sueño cuando el lente oscuro se me cae y es un tucán tu cantarín perfil al despertar.” Luego gozaremos las bien logradas dislocaciones semánticas de “Sírveme un agave”: “Y ábreme las llaves, que olvidé la puerta; sírveme un agave, que me lleva Gestas”, y los reflejos de quien reta a la opresión: “La telera ya me ensarta un comercial y arrastrándome me empino el cafecito, voy haciéndome chiquito, más y más diminutivo, ¿no será que al orificio del ratón me han reducido?”
Y así nos seguiremos sin acabar de deshebrar sus deslumbrantes versos. Con tal certeza y para finalizar diré que, sumergidas en la tremenda fuerza que sostiene al arrabal completo, el lector quedará sorprendido especialmente con odas como “Castillos en el viento”, de la que regalamos un fragmento: “Desde la azotea las macetas son la jungla de mis sueños, más allá del tendedero y del cuchicheo del lavadero, despeino el cielo. A mi comadre no le cabe en la cabeza que a esta edad me dé por ver castillos en el viento. Desde la banqueta siete ratas asombradas me rodean, más allá de la miseria y de los delirios de grandeza, observo un reino. Y al policía no le cave en la cabeza que a esta edad me dé por ver castillos en el viento.”
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