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Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Mr. Smith
MARCELA RODRÍGUEZ LORETO
La vanguardia como fatalidad o destino
OCTAVIO AVENDAÑO TRUJILLO entrevista con FRANCISCO NIEVA
Teresa del Conde, un talento para la historia
MARIO RAÚL GARCÍA
Arte Contemporáneo: ¿sigue siendo arte?
GABRIELA GORCHES
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LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO
Homenaje barroco argótico a R.Q.
GUILLERMO LANDA
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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
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LUIS TOVAR
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MANUEL STEPHENS
El Mono de Alambre
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Felipe Garrido
Peregrinos
Sebastián acató sin entusiasmo la orden de su madre. No le daba gusto ir a la ciudad, con la abuela, como cada año, a implorar clemencia a Nuestra Señora. No le gustaban las apreturas ni los tumbos del camión; no le gustaba ir entre tanta gente; no le gustaba dormir donde se pudiera... Al bajar del camión formaron una hilera que reventaba en el aire cohetes definitivos. Y al llegar a las puertas del atrio, dicen, vieron que otra procesión venía, en sentido contrario, envuelta en polvo, como la de ellos; al frente, un elefante –enjoyado, penachos de plumas– se contoneaba al ritmo de la banda que iba tras sus pasos –pelucas de colores, redondas narices rojas, zapatones como lanchas–, y luego caballos, malabaristas en zancos que resaltaban de la masa que venía atrás. La vio de pie en el elefante, morenita, espigada, delicada como una hojita de oropel, con mallas de trapecista. No volvió. A saber dónde anda Sebastián, con el circo, de peregrino. |