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El rey y el pastor
Un rey tenía una hija que era muy bonita. Su belleza había cobrado fama y los reyes y zares iban allá a pedir su mano o sólo para verla, como para presenciar un milagro, pero su padre no quiso darla a nadie más, sino a quien fuera más astuto que él y pudiera engañarlo de alguna manera. Esto escuchó un hombre rico que vivía muy lejos.
Él partió desde su lejano país y, después de pasar por muchos países y ciudades, una tarde el camino lo llevó enfrente de la casa de un hombre, también rico. Cuando preguntó si podía pernoctar, el dueño lo recibió muy bien y le dijo que sí podía, ¡cómo no! El dueño, enseguida, sacrificó un cerdo semental para el visitante y, a la hora de servirlo, dejaron la cabeza para un pastor que estaba cuidando el ganado en la montaña. Cuando amaneció el día siguiente, el viajero continuó por su camino para pedir la mano de la hija del zar. Al pasar por las montañas, encontró al pastor de la casa donde le habían dado albergue y, luego de saludarlo, dijo: “¡Paces bien!” El pastor le contestó: “Pazco para pacer.” El viajero siguió hablándole: “Anoche pernocté con ustedes.” Y el pastor le respondió: “Está bien que estuviste con nosotros, el camino te trajo.” Otra vez el viajero: “Cuando llegué a su casa, fue sacrificado un cerdo enorme para mí.” El pastor: “Cuando está la gente de visita, hay que servirle lo mejor.” Otra vez el viajero: “Para ti dejamos la cabeza.” El pastor: “La cabeza es para la cabeza.” El viajero: “Los criados la pusieron en el anaquel, pero llegó la perra y se la comió.” El pastor: “La cabeza era para ella.” Otra vez le dijo el viajero: “Tu padre llegó y mató a aquella perra.” El pastor: “Estuvo bien que la mataran, la perra se lo mereció.” Otra vez el viajero: “Cuando la mataron la tiraron en el basurero.” El pastor: “Si la tiraron en el basurero, es porque ahí yacía mientras vivía.”
Al ver que el pastor siempre tenía una respuesta, el viajero se asombró mucho y pensó que este pastor sería bueno para pedir la mano de la hija del zar y le dijo: “Por Dios, acércate un poco para que platiquemos un poco más.” Y el pastor le respondió: “Espera un poco hasta que traiga a las ovejas.” Entonces el pastor se fue corriendo, regresó con las ovejas y se le acercó a aquel hombre, el cual le dijo: “Yo me voy con tal y tal rey para pedirle la mano de su hija, pero él no quiere dar a su hija a nadie sino al que sea más astuto que él y lo pueda engañar de alguna manera. Veo que tú eres de mente astuta y que sabes hablar bien y sabiamente, ¿quieres ir conmigo con este rey, para que me consigas a la princesa?” A esto el pastor respondió: “Iré.” Y de ahí se fueron juntos y llegaron a la ciudad donde vivía aquel rey.
Cuando llegaron hasta la puerta del palacio, los recibió la guardia, que les preguntó: “¿A dónde van?” Ellos respondieron: “Nosotros venimos con el rey para pedirle la mano de su hija.” Y el guardia: “Todos los que quieren pedir la mano de la hija del rey tienen el paso libre.” Se les dejó pasar y, una vez arriba, enfrente del zar, aquel hombre rico dijo: “¡Que Dios nos ayude, rey preclaro!” Y el rey le devolvió el saludo: “¡Que Dios les dé bien, hijos!” Y luego le dijo a aquel hombre rico: “¿Por qué vino aquel campesino de vestido burdo?” El pastor no dejó responder al hombre, sino que se incorporó y dijo: “Si yo soy el campesino de vestido burdo, yo tengo más fortuna que aquellos con vestido bonito, y además tengo tres mil ovejas. Así, en un valle ordeño, en otro cuajo y en el tercero almaceno el alimento.” El rey le dijo: “Es bueno que tengas tanta riqueza.” El pastor le secundó: “Eso no es bueno, sino malo.” El rey: “¿De dónde puede ser malo si tu dijiste tantas cosas buenas?” El pastor contestó: “Eh, toda la comida se echó a perder y se pudrió.” El rey dijo: “¡Qué lástima! ¡Tanta pérdida se hizo!” El pastor le secundó: “Esto para mí no es malo sino bueno.” Y el rey dijo: “¿Pero, cómo?” El pastor: “Yo tomé el arado y aré trescientos días y sembré trigo.” El rey dijo: “Esto es bueno, que sembraste tanto trigo.” El pastor le secundó: “A fe mía, no es bueno sino malo.” El rey: “¿Por qué, pobre hombre?” Contestó el pastor: “Se me echó a perder aquel trigo: crecieron hayas y abetos.” El rey: “¡Oh, ahí hubo mucha pérdida!” El pastor: “Ahí, para mí, no hubo pérdida sino provecho.” El rey: “¿Cómo pudo haber provecho, si tanto trigo se echó a perder?” El pastor respondió: “Porque llegó volando un enjambre de abejas y cubrió por completo las hayas y abetos, no se les veían las ramas ni las raíces.” Entonces dijo el zar: “Esto es bueno, que llegaron tantas abejas.” El pastor le secundó: “A fe mía, no es bueno sino malo.” Otra vez el rey: “¿Pero, por qué?” El pastor le respondió: “Calentó el sol veraniego y se derritió aquel mosto y miel, y todo se derramó por el valle.” Entonces dijo el rey: “A fe mía, ahí sí estuvo mal.” El pastor: “A fe mía, no estuvo mal, sino bien.” Otra vez pregunta el rey: “¿Pero, cómo?” El pastor le respondió: “Yo atrapé una pulga y la degollé y le desollé la piel y llené trescientas cargas.” Entonces, el rey dijo: “A fe mía, esto sí que es una mentira.” Y el pastor respondió: “Si es una mentira, tú la creíste como verdad. Ya te engañé lo suficiente, así que dame a tu hija, me la gané.” El rey no pudo hacer nada, sino que dio a su hija al pastor; el pastor se la dio al hombre rico y el hombre rico le entregó al pastor una grande e incontable fortuna.
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