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Tom Pain
A la memoria de Emilio Carballido, maestro
La mirada recorre el abanico de opciones para dar sentido a la existencia sin posarse definitivamente en sitio alguno; de esa insatisfacción perenne surge la certeza asfixiante del abismo. Esa parece ser la premisa del dramaturgo estadunidense Will Eno (1965) en Tom Pain (basado en nada), espectáculo unipersonal que se nutre a partes iguales de las cualidades innegables del monólogo de sala y de la acidez inmediatista del stand up comedy estadunidense; igual de importantes son las aportaciones de ambos géneros en su dramaturgia. Tras una serie de producciones de éxito en países de habla inglesa, es una iniciativa de fundación reciente la que ha conseguido traerla a estas tierras. Entre Piernas Producciones ha nacido con un signo bifronte que da cuenta, por un lado, de su vinculación a una idea de teatro comercial de calidad que persigue una afluencia de público mayor a la acostumbrada en el medio institucional de nuestro país; ofreciendo como contracara la experiencia de sus participantes en proyectos escénicos de menor repercusión mediática y masiva y, por ende, ajustada a los procesos creativos que no han de rendir cuentas, al menos de entrada, a un inversor omnipotente. Eugenio Derbez, el archiconocido comediante televisivo, ha formado una sociedad con su sobrina Silvia Eugenia Derbez, que ha equilibrado su carrera entrambas aguas, para dar cuerpo a las desventuras de Tom Pain (Tomás Pena en una traducción rápida pero certera; la del texto, libre pero apegada, se debe a Víctor Weinstock), una especie de comediante oscuro de sí mismo, un entretenedor mermado por sus fantasmas y demonios, persistentes y obstinados en hacerle ver la insensatez del estar vivo.
La desconfianza ante un producto apriorísticamente merecedor del mote “teatro light ” acuñado por Ludwik Margules (que supo designar con ese nombre, para no dar tantas vueltas, a quienes se sirven de aquí y de allá con tal de vender gato por liebre) se desvanece ante una serie de elecciones afortunadas; por principio, el que haya un desmarque de los reflectores cercanos a una de las figuras gestoras del proyecto, para dar entrada a la convocatoria de un equipo artístico que garantiza rigor y compromiso con el propio oficio. Los demás aciertos son compartidos, y se derivan de la interacción de los convocados por la productora. La poética espacial es un indicador elocuente: el escenario se ha despojado de oropeles para cobijar, por todo mobiliario, un bloque de hielo. El riesgo de la sobreexplotación del objeto con fines metafóricos se ha evadido merced a la concentración del director Alberto Villarreal y del actor Gerardo Trejoluna en aspectos más cercanos a un examen profundo de algunas nociones de la interpretación actoral. La relación radical con el vacío, la interacción intermitente con el relato, que por sí mismo exige distanciamientos y rupturas extremas, la reconsideración del objeto como generador poético antes que como solución presupuestal.
De Villarreal se destaca la mesura tonal, lo que no siempre distingue sus puestas, en abono directo de un énfasis del discurso dramatúrgico; difícil ir en contrasentido, pues Tom Pain entraña riesgos irrefutables; o se construye sobre el texto un espectáculo complejo y móvil como el que se presenta en el Foro La Gruta o se cae en el abuso virtuosista del intérprete. El de Eno es un teatro abierto en apariencia, pero muy preciso en las líneas maestras que estipula: el personaje-intérprete ha de zambullirse en las tinieblas pero volver a la luz en repetidas ocasiones, a veces con transiciones abruptas, porque así concibe el dramaturgo la vida en la modernidad. Trejoluna, actor referencial si los hay, ejerce ese vaivén energético y emocional, y evidencia su disposición para adentrarse en el abismo, en el sentido amplio del término. Trejoluna/Pain toca sus zonas oscuras, se adentra en un coctel de frustraciones y arremete como una bofetada al espectador, imbuido con un poder excluyente sobre el desarrollo de la representación. Acaso sólo falte un poco más de contacto con el cinismo sarcástico que sobrevuela la obra, pero hay que decir que como nunca el espectáculo es cambiante dada la dependencia tan fuerte con el público de cada noche. De cualquier forma, ya hay pasajes de alta factura, junto a otros que refuerzan la idea de que el equipo ha emprendido un reto descomunal y, por ello mismo inclusive, totalmente loable.
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