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MARCO ANTONIO CAMPOS
RAMÓN LÓPEZ VELARDE EN GUADALAJARA
En 2005 se otorgó a Emmanuel Carballo el premio Ramón López Velarde que da anualmente el gobierno de Zacatecas. Como complemento al premio, en las ediciones del Instituto de Cultura de ese estado, se publicó hace unas semanas de su autoría el libro Ramón López Velarde en Guadalajara. Es un libro a la vez de un investigador y un ensayista: hay en él la investigación, el ensayo y el invaluable rescate.
En el periódico tapatío El Regional, que dirigía su amigo y mentor Eduardo J. Correa, López Velarde colaboró con veintiún piezas: diecisiete poemas y cuatro prosas. Sus colaboraciones se encuentran fechadas entre 1909 y 1912. Escribe Carballo: "La totalidad de las prosas y siete poemas forman el material rigurosamente desconocido que desde 1949 hasta la fecha he aportado para la más clara interpretación del López Velarde juvenil". Carballo publicó los textos rescatados en la revista ariel que él dirigía entonces en Guadalajara. Cuando Elena Molina Ortega realizó el inestimable rescate de textos lopezvelardeanos en dos libros, Poesías, cartas, documentos e iconografía y El don de febrero y otras prosas, ambos en 1952, no dio a Carballo ningún crédito.
El libro de Carballo está dividido en cuatro partes: una presentación ("Ramón López Velarde en El Regional"), cuatro ensayos sobre la relación del autor de Zozobra con tres poetas y un novelista jaliscienses, las notas y, por último, las variaciones posteriores que López Velarde hizo a poemas y prosas que publicó antes en El Regional.
Tengo la impresión de que si hay un poeta mexicano del que Carballo se siente próximo es López Velarde. Por más de cincuenta años ha sido un asiduo y fervoroso lector. Quizá lo que más atraiga a Carballo de López Velarde, me atrevo a decir, es, por un lado, su brillantez verbal, y por otro, cómo asumió y resumió en su poesía sus insistentes dualidades: la infancia de prodigio y la madurez escéptica, la Arabia ardiente y la Galilea cristiana, la doncella en brasas y la flor mercenaria punitiva, la ciudad "ojerosa y pintada" y la provincia del "reloj en vela", la violenta patria y la patria suave...
Los ensayos donde se comparan las obras de López Velarde con las de Francisco González León, Armando J. de Alba, Manuel Martínez Valadez y Agustín Yáñez, son breves, concentrados y novedosos. En entrevistas Carballo se ha considerado una pieza de sacrificio al tener que leer a veces dos o tres veces autores modestos o modestísimos del siglo XIX o XX mexicanos. En estos trabajos se nota una paciente lectura de la obra de decorosos poetas jaliscienses (como Amando de Alba y Martínez Valadez) para encontrar parentescos, disimilitudes y contrastes con la obra inicial del joven jerezano. En el primer ensayo, Carballo se ocupa de las afinidades y diferencias entre López Velarde y Francisco González León y Amando J. De Alba. A los tres los unía en su poesía un minimalismo creativo y el catolicismo guadalupano, pero los separaban otros aspectos que Carballo destaca: el concepto de patria, la temática y su visión del mundo. Para López Velarde la patria se encuentra en la vastedad de su territorio y, viendo hacia el pasado, en las tradiciones y costumbres, sobre todo de provincia; en González León, se reduce a Lagos, su pueblo; Amando J. de Alba la halla apenas en el silencio de su cuarto de iglesia. BLV trata de explorar las profundidades de la provincia, de la patria, de la mujer y de sí mismo; González León busca describir a los lugareños, "de quienes admira su estoico vivir fieles al pasado y a sí mismos"; Amando J. De Alba se queda en "el alma quieta de las cosas"; el mundo poético de González León y de Alba, en comparación con el de López Velarde, es más pequeño y complejo pero "de mayores atisbos de una realidad más suave y delicada".
Más encantadores en su sencillez afectuosa son, me parecen, los trabajos sobre las relaciones líricas que Carballo halla entre el López Velarde juvenil y el poeta de Arandas, Manuel Martínez Valadez y con La flor de juegos antiguos (1942) de Agustín Yáñez. Partiendo de la mención de Jesús S. Soto a Martínez Valadez en el Florilegio jalisciense (1929), de que "canta como el López Velarde de la primera época", Carballo transcribe varios ejemplos de versos donde muestra influencias y confluencias en las obras; en el caso de Yáñez, opina: "Flor de juegos antiguos equivale a La sangre devota": Ambos libros, por los que él tiene dilección, recobran de una u otra manera el lúcido encanto de la infancia, y ambos preparan la vía esencial a las obras mayores.
Sin el rescate de los textos de Carballo, sin estos breves ensayos, algo de López Velarde nos faltaría. López Velarde es, si no me equivoco, el único autor mexicano que con cada texto o detalle de su vida que se le descubre acrecienta su misterio.
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