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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
PERSPECTIVA MEXICANA DE MAX AUB (X Y ÚLTIMO)
Lanzaba sus piedras y enseñaba la mano. Aceptaba alegremente todos los desafíos civilizados. Max Aub representa uno de los mejores aspectos del exilio español en México: la entrega generosa al país que abrió los brazos fraternales a un grupo de intelectuales, políticos, líderes sociales, artistas y periodistas que se habían quedado sin tierra que pisar y cuyas vidas, talentos y capacidad tenían mucho que ofrecer. Max se entregó sin restricciones.
En medio de su actividad cultural y viéndolo desplegar tantos esfuerzos, nos olvidábamos de que no era mexicano, en el sentido burocrático de la palabra. Se inscribió en una serie de luchas culturales y se involucró de tal manera en los proyectos y actividades críticas que, muy pronto, perdió su condición de extranjero y entró en polémicas, planes y discusiones por derecho propio y ganado con amor y entusiasmo. Insisto: no estoy haciendo un panegírico. Me limito a dar el testimonio de una deuda que México tiene con Max Aub, el hombre bueno y honesto, el artista, el intelectual, el crítico, el promotor cultural.
Ahora, mientras preparaba estas columnas, me puse a releer los artículos publicados por Max en El Nacional, La Revista de la Universidad y otras publicaciones. En ninguno de ellos encontré el deseo de halagar, en ninguno hallé concesiones o el tono protector del paternalismo. En todo se hace patente el rigor intelectual, la voluntad de llevar la crítica hasta sus últimas consecuencias para realizar así una labor de verdadero servicio a la cultura. Algunas almas pequeñitas no entendieron esta noble y ardua actitud de Max y, para atacarlo, esgrimieron los más baratos argumentos del nacionalismo elemental. Afortunadamente, estos argumentos y la obra de los que se sintieron agredidos, eran tan pequeños como sus personas y, en el balance final, triunfó la vida limpia y se impuso el rigor intelectual de nuestro compatriota. Max decía que uno es de donde ha hecho el bachillerato. Tiene razón. Y no le disputo a Valencia el honor de ser el lugar de nacimiento de Max, sólo quiero dejar constancia de que su vida, su obra y, fundamentalmente, su cátedra, enriquecieron a mi país y, en alguna medida, lo hicieron mejor. Este era el proyecto vital de Bertlot Brecht: "Dejar al mundo mejor de lo que lo encontramos al llegar." Max lo hizo. Aquí están los testimonios de su obra y de su vida para probar mi afirmación. El resto, como decía Shakespeare, es silencio.
Muchos personajes de sus novelas, obras de teatro y cuentos son valencianos asediados por el deseo de volver. Las vueltas de Max, a través de sus seres de ficción, se dieron en tres fechas: 1947, 1960 y 1964. Su Rodrigo "regresó a España el 24 de enero de 1964 y falleció de un infarto, exactamente dos meses después, acababa de cumplir sesenta y tres años". Max regresó a España varias veces y en sus visitas la suerte le fue a veces adversa, a veces favorable. El lo decía cuando hablaba de la muerte de José Carlos Becerra: "Edítese. Sólo así podremos rescatarlo de la muerte." Eso es "desamordazarlo y regresarlo", como quería hacer Miguel Hernández con Ramón Sijé, como lo exige una obra apasionada, llena de amor por la literatura: "a dentelladas secas y calientes".
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